Al comienzo era una suerte de Madre Teresa rubia y estadounidense a quien los medios de Uganda y las redes sociales elogiaban. Ahora la Justicia de ese país acusó a Renee Bach por haber brindado servicios de salud pediátrica sin ser médica. Su fundación sin fines de lucro instaló un centro para el tratamiento de la desnutrición infantil, donde se practicaba hidratación endovenosa, la oxigenación y hasta se hacían transfusiones de sangre.
De los 940 niños ugandeses que de 2010 a 2015 pasaron por las camas de Serving His Children (Al servicio de sus hijos, SHC), murieron 105.
«Se cometieron errores y se aprendieron lecciones, pero esos errores y lecciones nunca tuvieron como consecuencia daño a individuos», dijo la misionera a NBC News. La documentación interna de SHC reconoce 119 muertes entre 2010 y 2018, pero no las vincula con las prácticas del lugar, según confirmó al canal David Gibbs, abogado de Bach.
Hace diez años, cuando dejó su hogar en Virginia, Estados Unidos, para establecer SHC en Jinja, al este de Uganda, Bach había recibido su diploma de secundario —que había estudiado en su casa, no en un establecimiento público— y un certificado de resucitación cardiopulmonar (RCP). No tenía entrenamiento médico.
Registró sus experiencias en un blog, que ya no se encuentra en línea. Una entrada de octubre de 2011 relataba la historia que daría inicio a las denuncias: la de Patricia, una bebé de nueve meses a la que sus padres habían llevado hasta Jinja.
«Cuando la descubrí me asombré. Porque debajo de la manta había una bebé pequeña, muy, muy hinchada, pálida. Su respiración era aterradoramente lenta», citó NPR. Patricia llevaba tres semanas enferma, y sus padres no habían encontrado dónde hacerla revisar cerca del pueblo donde vivían. «Uno de sus familiares les habló de un ‘hospital’ con ‘una doctora blanca'», escribió Bach.
Ella era una misionera sin conocimientos de pediatría. Y el hospital, en realidad, era un centro para niños desnutridos.
La bebé que se salvó por muy poco
Bach ingresó de inmediato a Patricia y a sus padres en las instalaciones de SHC. «Puse una mascarilla de oxígeno a la bebé y empecé a trabajar», siguió en su blog. «Le tomé la temperatura, le puse una vía de hidratación endovenosa, verifiqué sus niveles de azúcar en sangre, le hice el examen de malaria y miré su recuento de hemoglobina».
Su intención era «diagnosticar los muchos problemas que potencialmente podía estar enfrentando», para tratar a la pequeña. «Malaria: positivo. Hemoglobina: 3,2. Gran problema, con toda probabilidad fatal. Necesitaba una transfusión de sangre. Y rápido», escribió.
Sin aclarar quién lo decidió o lo hizo, anotó que Patricia comenzó a recibir una transfusión.
Menos de media hora más tarde, «se le comenzaron a hinchar el cuello y la cara, mucho», continuaba en su blog. «La respiración pasó de mala a peor. Se le estaba cerrando la garganta».
La niña había entrado en shock anafiláctico.
Bach llamó de urgencia a una de las voluntarias de SHC, una enfermera universitaria de Dakota del Norte, que había llegado al centro por un año movida por la admiración. Jackie Kramlich llegó y escuchó el planteo de la misionera: «Creo que puede estar haciendo una reacción. Pero no sé. Porque Google dice que cuando hacen una reacción hay una erupción, y no veo una erupción».
Kramlich dijo a la radio NPR que en ese momento comprendió que, como no estaba presente ninguna de las tres enfermeras con las que contaba SHC, Bach había tomado por sí misma la decisión de transfundir. «Era algo horroroso», opinó. E ilegal: en Uganda, igual que en los Estados Unidos, solo un profesional médico puede ordenar y realizar un procedimiento invasivo como una transfusión.
Bach admitió a la emisora que en ocasiones hacía cosas como preparar las vías para dar sangre o insertar una aguja para hidratación endovenosa. «Y a veces, sí, sin un profesional médico de pie a mi lado. Pero siempre por solicitud y con la dirección de un profesional médico».
Llevó a Patricia, en su propio automóvil, al hospital más cercano. Allí salvaron y estabilizaron a la bebé.
Para Kramlich el tiro pasó muy cerca. Abrevió su voluntariado allí mismo, a tres meses y medio de haberlo comenzado. Tras renunciar, escribió una carta al consejo de la fundación en los Estados Unidos.
«Casi todas las semanas moría uno»
Kramlich pensó en hacer una denuncia policial. Pero «la gente elogiaba el centro». Y Bach recibía fondos regularmente de congregaciones religiosas estadounidenses y de donaciones para SHC, que está exenta de impuestos. «Parecía la Madre Teresa. Operaba tan abiertamente que creí que de algún modo debía estar bien».
Gibbs, el abogado de Bach, enfatizó a NBC News que su defendida «nunca se presentó a sí misma como médica o enfermera, sino que hizo que el cuidado nutricional que brindaban los profesionales de la salud fuera más accesible para las familias en zonas rurales».
El comedor en uno de los barrios más pobres de Jinja, Masese, había crecido: más de 1.000 niños hacían fila dos veces por semana para alimentarse. Habían agregado una sala —la llamada «clínica»— con equipamiento médico y de monitoreo.
Eso, sin embargo, no alcanzaba para tratar a niños que, por causa de la desnutrición o junto con ella, tenían un cuadro muy grave. «Neumonía, parásitos intestinales, tuberculosis, fase final de VIH», dijo Kramlich a NPR. «Casi todas las semanas moría uno».
Los niños desnutridos son muy difíciles de tratar, porque su metabolismo no funciona y su sistema inmunológico está afectado. Muchas veces alimentarlos tiene consecuencias negativas: una vía de hidratación puede provocarles un ataque cardíaco si los niveles de sodio y potasio no se ajustan de a poco, por ejemplo.
Kramlich, dijo a NBC, se preocupó cada vez más cuando advirtió que «Bach no estaba al tanto del síndrome de realimentación: un desequilibrio electrolítico que sucede cuando a los niños desnutridos se les da comida y bebida demasiado rápido». También se inquietaba al verla «medir medicaciones, abrir vías y realizar transfusiones de sangre».
Pero Bach creía que hacía un bien a esos niños, y en el momento que sucedió el caso de Patricia, más de 12 otros chicos recibían tratamiento en la sala. Ese 2011, el 20% de los 129 niños que ingresaron a SHC murieron, casi la tercera parte en las primeras 48 horas.
En 2012 la tasa de mortalidad se redujo a 18% y en 2013, cuando Bach había contratado ya a dos médicos, al 10%, aunque todavía era alta para los estándares de los grupos de ayuda internacionales.
En 2015, al enterarse de que los problemas continuaban, Kramlich hizo la denuncia policial. El centro de SHC fue cerrado.
En busca de justicia
Esta situación conmovió especialmente a la abogada de derechos civiles Primah Kwagala: «No podíamos imaginarnos a una persona sin capacitación asumiendo el cuidado de gente que está casi en su lecho de muerte», dijo a la cadena. Si el caso hubiera sido al revés, una bienintencionada joven ugandesa en una zona pobre de los EEUU, el escándalo habría sido mayúsculo.
Kwagala, directora de Iniciativa Ad Honorem para Mujeres, comenzó el juicio en nombre de Gimbo Zubeda y Kakai Annet, las madres de dos niños que murieron en las instalaciones del SHC, Tawali e Elijah. La demanda alega que Bach operaba una institución médica ilegal, lo cual dio como resultado la muerte de esos dos menores y «cientos» de otros. Kramlich será testigo de la acusación, al igual que la canadiense Ashley Laverty, otra voluntaria de SHC que tuvo una experiencia similar.
Bach lamentó que la publicidad que recibió el caso en Uganda la forzara a regresar a Estados Unidos: «Recibía amenazas de muerte todo el tiempo», dijo a NPR. En 2014 ella obtuvo una licencia sanitaria para su centro, pero al momento de la primera denuncia, en 2015, se había vencido.
El abogado de la misionera dijo que la madre de Elijah decidió llevarlo a su casa en lugar de al establecimiento médico que le habían recomendado en SHC. Sobre el caso de Tawali, la acusada alegó que no se encontraba en Uganda en el momento de los hechos.
Tampoco estará para el juicio, cuya próxima audiencia se celebrará en enero de 2020. «A menos que cambie el relato, no pienso ir allí», dijo al canal, por consideraciones de seguridad.