Cuando falta hoy un mes para los comicios en los que será elegido el nuevo presidente de Brasil, pocos dudan de la victoria de la oficialista Dilma Rousseff, al punto que el opositor José Serra cambió su eslogan y afirma que «es hora de la remontada».
Las encuestas de opinión se decantan en forma unánime por la candidata escogida por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, a la que le atribuyen una intención de voto de entre 51 y 55%, lo que le bastaría para ganar en la primera vuelta del día 3 de octubre.
La abanderada del Partido de los Trabajadores (PT) cuenta con el firme respaldo de la actual coalición de Gobierno, encabezada por el mayoritario Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), y sobre todo con la constante participación en su campaña de Lula, quien aporta el 80% de popularidad que mantiene entre los electores.
Serra, candidato del opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), quien en marzo pasado tenía cerca del 40% de las intenciones de voto, ha caído en picado en los últimos meses y todos los sondeos de opinión le atribuyen hoy entre un 28 y 30%.
La tercera en los sondeos es Marina Silva, del Partido Verde, con entre el 8 y el 10%.
En los últimos días, la campaña de Serra ha dejado en segundo plano su eslogan de que «Brasil puede más» y ha destacado otro, en el que afirma que «es la hora de la remontada», en una clara alusión a la empinada cuesta que tiene por delante.
Según los analistas, la clave de la constante pérdida de apoyo que ha sufrido Serra ha sido la irrupción de Lula en la campaña de Rousseff, con quien se ha presentado hasta cinco veces por semana en mítines organizados a lo largo y ancho del país.
Lula también ha asumido el rol de «presentador» del programa de Rousseff en el horario electoral de la televisión, en el que en algunas ocasiones llega a hablar más que la propia candidata.
«Por más que falten treinta días para las elecciones, Brasil ya tiene presidenta y es Dilma Rousseff», quien tiene «cerca de 80% de posibilidades de resolver el asunto en la primera vuelta», consideró el director de la encuestadora Ibope, Carlos Augusto Montenegro.
En su opinión, la «transferencia de votos» de Lula a Rousseff, la extraordinaria popularidad del actual presidente y los altos niveles de aprobación del Gobierno llevan a los electores a apostar en la «continuidad» que ofrece la candidata del PT.
La figura de Lula ha sido usada hasta en la campaña de Serra, quien en uno de sus espacios en televisión apareció en unas imágenes junto al presidente, para tratar de mostrar que, pese a su carácter opositor, valora la gestión de Gobierno del antiguo sindicalista.
Según Montenegro y otros analistas, sólo un escándalo que manche de alguna manera la imagen que construye Rousseff podría alterar el actual escenario.
Aferrada a esa posibilidad, la oposición ha acusado al PT y a su candidata de estar por detrás de la violación del secreto fiscal de las cuentas de una hija de Serra y de otros líderes del PSDB, a la que le atribuye intereses «electorales».
La información financiera de Verónica Serra y de otros cuatro políticos fueron escudriñadas ilegalmente en dependencias del órgano de recaudación tributaria, lo que llevó al PSDB a pedir a la justicia electoral la «impugnación» de la candidatura de Rousseff.
Sin embargo, la demanda del PSDB fue archivada la noche de este jueves, pues el Tribunal Superior Electoral consideró que no existen pruebas que involucren al PT o a su candidata en el espionaje a la hija de Serra, que es investigado por la Policía Federal.
A pesar de esa decisión, la campaña opositora recordó hoy que, en los comicios de 2006, en los que Lula fue reelegido, miembros del PT fueron detenidos con documentos fraudulentos que intentaban implicar en asuntos de corrupción al entonces candidato presidencial del PSDB, Geraldo Alckmin.
«Lo hacen de nuevo», dijo un locutor en un espacio proselitista en televisión, en el que aparecieron imágenes que recuerdan lo ocurrido hace cuatro años.
Ese asunto surgió quince días antes de las elecciones, cuando los sondeos sostenían que Lula ganaría en el primer embate.
Por el impacto del escándalo, Lula ganó la primera vuelta, pero con 48%, contra el 41% de Alckmin, lo que obligó a una segunda ronda en la que todo fue olvidado y los electores respaldaron a Lula con un sólido 60%.