Moratinos dedicó todo su esfuerzo a lograr afianzar una alianza contra natura de la España democrática con la Venezuela marxista-caudillista y la Cuba comunista.
Antes incluso de que comenzara la desbandada de fieles de Zapatero hacia puestos bien remunerados y de postín en organismos reguladores e instituciones internacionales, Miguel Ángel Moratinos comenzó a maniobrar para lograr un cargo de altísima relevancia internacional. Las maniobras para lograr su nombramiento como director de la FAO, que han fracasado al resultar elegido el brasileño José Graziano Da Silva, empezaron hace muchos meses. Y pudieron comenzar a gestarse en su mente incluso antes.
Cuando todavía era Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación había quien señalaba que sus ambiciones personales no se quedaban haber logrado ser el jefe de la diplomacia española. Apuntaban mucho más alto. Tanto que, incluso, la dirección de la FAO por la que ha estado luchando ahora puede que no fuera su objetivo final, sino un trampolín privilegiado. El cargo soñado sería, ni más ni menos y según pudo saber Periodista Digital, el de secretario general de la ONU.
Es esa aspiración final, e incluso la intermedia y ya frustrada de dirigir la FAO, la que explicaría su política iberoamericana, en especial la concerniente a la Venezuela de Hugo Chávez y la dictadura cubana de los hermanos Fidel y Raúl Castro. Moratinos, que inspiró la acción exterior de Zapatero hasta el punto de que este ha mantenido las líneas por el trazadas incluso cuando la cartera de Exteriores ha pasado a Trinidad Jiménez, dedicó todo su esfuerzo a lograr afianzar una alianza contra natura de la España democrática con la Venezuela marxista-caudillista y la Cuba comunista.
Frente al chavismo, mostró una debilidad permanente, que alcanzó su máxima expresión en todo lo referido al etarra Cubillas. En cuanto a Cuba, el gobierno español se convirtió en el principal lobista del comunismo castrista en la Unión Europea, al tiempo que redujo a su mínima expresión las relaciones con la oposición democrática a la dictadura y dio un trato mucho menos que adecuado a los presos políticos desterrados que comenzaron a llegar a España durante el verano de 2010. Otro ejemplo fue la postura mantenida respecto a la crisis de Honduras, en la cual Madrid se situó junto a Caracas y La Habana en posturas mucho más radicales en defensa de Zelaya que las mantenidas por cualquier país europeo o, incluso, el izquierdista gobierno brasileño de Lula da Silva.
Con este historial de servicios a sus espaldas, no resulta extraño que uno de los primeros países que visitara una vez lanzada de forma oficial su candidatura a dirigir la FAO fuera Cuba. Viajó a la isla, como a cerca de otros 90 países, a bordo de un avión puesto a su servicio por el Gobierno español. Moratinos esperaba que los hermanos Castro se comprometieran a apoyarle en su intento de lograr ponerse al frente del organismo de la ONU especializado en Agricultura y Alimentación.
La Habana era mucho más que un voto. En unas Naciones Unidas donde abundan las dictaduras, muchos países tienen muy en cuenta la opinión del régimen castrista a la hora de tomar postura. En cualquier decisión que se tome en dicho organismo internacional, el apoyo de la dictadura cubana puede arrastra varias docenas de votos más.
Sin embargo, y tras la reunión que Moratinos mantuvo con Raúl Castro el 1 de marzo, el Gobierno de La Habana anunció que iba a apoyar su principal rival, el brasileño José Graziano Da Silva. A pesar de eso, el ex ministro español mantuvo la ilusión de que finalmente el régimen comunista iba a cambiar de postura y contaría con su importante apoyo. A la hora de la verdad, los ancianos dictadores cubanos han mantenido su apoyo al brasileño. Este, en definitiva, les resulta más útil al ser un hombre próximo al Gobierno de su país, un Ejecutivo al que todavía le queda mucho tiempo en activo y que rige los destinos de un país cuya influencia no para de crecer en América y el conjunto del mundo. Justo lo contrario que Moratinos, vinculado a un Zapatero en horas bajas y a pocos meses de abandonar La Moncloa.
Quien no mantuvo su palabra, y no resulta sorprendente, es Hugo Chávez. El pasado febrero, el venezolano hizo llegar a Moratinos que le apoyaría en agradecimiento «a los servicios prestados». Finalmente no ha sido así. Como era de esperar y es costumbre en la arena internacional, el régimen bolivariano ha actuado de forma coordinada con el castrista. Que Cubazuela –Otra vez Venecuba o Cubazuela– existe es algo que tan sólo se le escapa a los miopes o los desinformados.
Tras años de servicios prestados a los enemigos caribeños de la libertad, Moratinos ha visto sus sueños de grandeza rotos. Los tiranos no entienden de lealtades, tan sólo cuidan sus propios intereses, y él nunca llegó a comprenderlo. Ahora se lo han demostrado con hechos. Si mantiene la aspiración que se le atribuye de alcanzar la Secretaría General de la ONU, tal vez ahora sea consciente de que no le va a resultar tan fácil como creía.
Roma no pagaba a traidores. Cubazuela no paga a sus fieles. Al menos no lo hace cuando ya no son útiles.