Nos hipotecaron nuestro futuro y arruinaron nuestras vidas y las de nuestros hijos y nietos
Mi abuela gallega decía que no le gustaba Cuba porque allí siempre estaban fajados y en realidad así ha transcurrido gran parte de nuestra vida republicana: dando bandazos cual barco a la deriva en mar embravecido, rodeado de escollos en una estrecha y larga bahía.
Intentos de reelecciones presidenciales fraudulentas que desataron revoluciones violentas e intervenciones extranjeras, prórrogas de poderes anti-constitucionales, gobiernos corruptos donde imperó el latrocinio, férreas dictaduras que provocaron miles de victimas.
Como colofón la república imposible sucumbió bajo la revolución de los hermanos Castro, la que tras una fachada democrática popular dio paso al ensayo comunista que encubrió al régimen atroz familiar de los Castro, quienes se repartieron el país como una finca privada, paralizando todo el sistema democrático y provocando otra guerra civil (lucha en las montañas de los alzados contrarrevolucionarios durante casi 8 años), una invasión militar (Playa Girón, 1961), una crisis entre las dos superpotencias mundiales (Crisis de los misiles, octubre de 1962) y un embargo económico que dura hasta nuestros días, así como la pobreza en que se sumió a la otrora floreciente nación, unido a la total falta de libertades ciudadanas.
España es admirada por todo el mundo y en especial por sus antiguas colonias. Atraídos por su desarrollo llegaron a ella miles de emigrantes de todas partes que aquí encontraron su segunda patria. Otros hicieron dinero y volvieron a sus países de origen para emprender nuevas vidas con capital y experiencia.
Su camino a la democracia no estuvo allanado y fueron muchos los obstáculos que hubo de salvar: desde golpes de estado, cruenta guerra civil fratricida, dictaduras oprobiosas, levantamientos armados, actos terroristas, intentonas separatistas, pero salieron al final del túnel: el barco llegó felizmente a puerto a pesar de esos escollos y ese mar tormentoso en estrecha bahía y así el país se situó a la altura de la nueva Europa, dejando atrás para siempre aquellos tiempos inciertos, acompañados de pobreza.
Viví en Cuba 59 años de mi vida. En el 2007 viaje a España y regresé de nuevo a mi país en el 2013. Nunca vi tan mal y desesperanzado a mi desafortunado pueblo: abatido entre la desidia oficial y la escases. «Esa Isla larga y hermosa pero tan desdichada», como acertadamente la describiera Hemingway en su tiempo, merece un futuro mejor, casi 60 años de dictadura policíaca es más que suficiente para un pueblo tan noble y hospitalario. El pueblo de Israel invirtió 40 años para alcanzar la Tierra Prometida.
Quien quiera conocer hasta donde puede llevar un régimen totalitario a un país que visite Cuba y vaya con pocos euros o dólares para que viva la experiencia de usar la moneda nacional que carece de valor en todo el mundo.
Visiten las tiendas o bodegas desabastecidas y conozcan las libretas o cartillas de racionamiento, vayan junto a los hombres de a pie, entren a sus casas, coman su comida y traten de entender cómo pueden arreglárselas para manejar su presupuesto mensual ante los altos precios de todos los productos. Empleen el transporte público, las guaguas o autobuses, los carros de caballos, los camiones. Escuchen bien que piensan los cubanos de su porvenir.
Nos hipotecaron nuestro futuro y arruinaron nuestras vidas y las de nuestros hijos y nietos. Somos las víctimas de esa oprobiosa dictadura. La carne de res, el pescado, los mariscos y las frutas se convirtieron por arte de magia en productos exóticos e inalcanzables para la inmensa mayoría del pueblo.
La leche y sus derivados se sometieron a un estricto racionamiento del que no escaparon ni los niños mayores de 7 años de edad. Las cervezas, los rones y los vinos perdieron su carácter popular y solo quedaron a precios inalcanzables para los cubanos tanto en divisas como en moneda nacional, convirtiéndose en un verdadero lujo.
Los pueblos, los campos y la misma capital del país fueron totalmente olvidados por la desidia oficial durante todos estos años. Las edificaciones semi-destruidas, las calles y las aceras destrozadas e inundadas de suciedad y de aguas albañales. Los campos abandonados y desérticos al emigrar sus pobladores, invadidos de marabú y otras malas hierbas, sin apenas cultivos, donde impera el robo y el pillaje en lo poco que se cría y cultiva.
Varias generaciones de cubanos jamás han viajado a ningún país del mundo. Carecen de acceso a internet ni tienen otra prensa escrita, radial o televisiva que no sea la oficial, así como nunca han podido votar en elecciones democráticas y pluripartidistas, ni pueden expresarse libremente.
Los nacidos con la revolución que debían convertirse en aquel «hombre nuevo socialista» a que aspiraba Castro y el Che Guevara, hombre sin ambiciones personales, ni vicios, no amante del dinero ni del consumismo, con espíritu solidario e internacionalista, devino individuo sacrificado hasta el cansancio, lleno de frustraciones y decepciones, víctima inocente de un régimen que lo utilizó y solo le dejó la opción de emigrar para poder mejorar su descolorida y pobre existencia.
Ahora, después de tanto tiempo, se ven obligados por las circunstancias a volver los ojos hacia los «señores imperialistas» como los nombraba el máximo líder.
Creo que sin «enemigo imperialista» y sin bloqueo les va a resultar muy difícil a los longevos hermanos justificar la debacle cubana. Emilio Lledó advertía que el lamentable truco de lo peor de los nacionalismos era la invención del otro como malo y de inferior calidad, para no tener que percibir la propia miseria.
Parece que todo ya será cuestión de tiempo para los verdaderos cambios en Cuba, entonces los hermanos malditos pasarán a ser solo un mal recuerdo, muy difícil de borrar para muchas generaciones de cubanos.
Jamás podrá compararse la España moderna actual, potencia desarrollada con su estado de bienestar, por mucha crísis que haya con la Cuba actual abandonada a su suerte por los hermanos Castro: destruida, subdesarrollada, sin industria, agricultura ni comercio, donde todo hay que importarlo, sin un atisbo de libertad ciudadana.
Tampoco la dictadura castrista tiene comparación alguna con la sufrida por los peninsulares que también tuvieron su calvario con Primo de Rivera y Francisco Franco, pues fueron benignas -si es posible así calificarlas- los cubanos han sufrido mucho en su isla-prisión durante estos casi 60 años.
No habrá marcha atrás a la anarquía o a la dictadura. Ni ambiciones personales, ni corruptos podrán cambiar el curso de la historia. A los que solo critican y lo ven todo perdido, digámosle como el finado presidente Kennedy: «No te preguntes que puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tú país».
Mientras tanto seguiremos los buenos cubanos, los de la otrora «Siempre Fidelísima Isla de Cuba», luchando por alcanzar esa república imposible que soñara nuestro Martí, luego de transcurrir 113 años de su establecimiento formal, aquel 20 de mayo de 1902. «Más se perdió en Cuba», se decía antes en España, pero más hemos perdido los cubanos, pues al final del camino, después de tanta sangre, tanto dolor y lucha fratricida, nos quedamos sin presente y sin futuro.