Víctima de una larga sombra que aún parece proyectarse sobre el mundo, el edificio de color amarillo pálido que encabeza estas líneas espera que se decida su destino.
La casona está ubicada en el número 15 de la calle Salzburger Vorstadt, en el pueblo austríaco de Braunau am Inn.
La casona en donde nació Hitler en 1889 aún genera ásperos debates en Austria.
Ese es el lugar en el que nació Adolfo Hitler, líder de la Alemania nazi.
Recientemente el gobierno austríaco anunció que derrumbará la casa o la reestructurará de tal manera que deje de ser un santuario para los neonazis.
La decisión parece llegar tarde.
¿Deberíamos ignorar la historia de Hitler o darnos cuenta que este monstruo todavía arroja una sombra sobre el mundo?
¿La sombra de Hitler se proyecta aún sobre el mundo?
¿Y si quizá, en vez de una sombra, es una luz que puede iluminar acerca del ascenso de la extrema derecha en Europa, el crecimiento del nacionalismo ruso o el éxito de Donald Trump en Estados Unidos?
El problema del innombrable
Resulta preocupante que prefiramos ignorar la historia antes que escuchar lo que nos dice.
El líder nazi ejerce una repulsión tan fuerte que a veces oscurece las importantes lecciones que su ascenso dejó a la humanidad.
«¡Nazi!», se ha convertido en un insulto tan barato y devaluado que podríamos gritar cualquier otra palabra con el mismo resultado.
Pero el abuso del término no debe de evitar que profundicemos en lo que representa.
A pocos pasos de la casa donde nació Hitler hay un memorial con la inscripción: «Por la paz, la democracia y la libertad. Millones de muertos nos recuerdan que nunca más debe de haber fascismo».
Hitler, aunque es sin duda un ícono de la maldad, era un político increíblemente exitoso. Sus métodos eran tan monstruosos que consiguió opacar otros genocidios de la historia.
De hecho, al comparar los crímenes brutales del líder comunista chino Mao y del ruso Stalin con los de Hitler es posible preguntarse: «¿Por qué el líder nazi evoca mayor horror?».
Las autoridades austriacas parecen preocupadas por la más obvia, pero a la vez el menos importante de sus legados: su club de fans.
Aunque es un ícono de la maldad, no se suele recordar que fue un político exitoso. Esta es la última fotografía tomada de él en 1945.
Existen, por supuesto, pequeños grupos en toda Europa, desde Suecia hasta Reino Unido, en donde hoy se reverencia a Hitler.
Y aunque, en general, en el continente hay poco entusiasmo por la guerra, sí podemos hablar de una creciente atracción por alternativas anti sistema, particularmente de los nacionalistas.
Estos movimientos han crecido en casi toda Europa, y pese a sus diferencias, invariablemente se trata depopulistas.
Populismo y nacionalismo
Hitler no fue el primer populista, pero fue muy exitoso en ello.
En esencia, este tipo de populismo ataca a determinados grupos sociales calificándolos como «los otros», criticando a las élites a las que acusa de traidoras por proteger a esas minorías.
Frauke Petry, líder del partido Alternativa para Alemania, ha sido criticada por tratar de revivir la palabra «voelkish» utilizada durante el nazismo como equivalente de «pueblo» o «nacional».
Cuando el partido conservador británico habla de una «lista de extranjeros», algunos piensan en las leyes de Nuremberg dadas por Hitler que distinguían a quien era alemán de quien era judío.
Cuando Theresa May, la primera ministra de Reino Unido asegura que «los que creen que son ciudadanos del mundo son ciudadanos de ninguna parte», es fácil recordar a Hitler (o Stalin) ridiculizando a los «cosmopolitas desarraigados» como opuestos al nacionalismo de razas puras.
Incluso un miembro del Partido Conservador, de donde May es líder, propuso revisar los dientes de los niños refugiados que llegan al país para determinar su verdadera edad.
Sin embargo, para buscar un político a quien se pueda comparar mejor con Hitler, hay que salir de Europa.
Theresa May, primera ministra de Reino Unido, ha sido duramente criticada por rechazar a quienes se consideran «ciudadanos del mundo».
Putin y Trump
El presidente ruso Vladimir Putin es un ejemplo interesante, pero no por su híper presidencialismo, sino por su política internacional.
Líderes mundiales, entre ellos Hillary Clinton, han recordado que Hitler ocupó Checoslovaquia usando la excusa de que los alemanes que vivían ahí estaban amenazados. Putin hizo lo mismo en Ucrania y Crimea.
Quienes defienden a Putin señalan que lo que ha sucedido es la acción lógica de un imperio herido que es tratado como un paria internacional.
¿Les suena a la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial?
Hillary Clinton ha comparado abiertamente las políticas de Vladimir Putin con las de Hitler.
Puede que tratarse de una lectura cínica, pero la verdad es que los políticos occidentales que comparan a Putin con Hitler no parecen ser capaces de actuar en consecuencia.
Como sucedió con sus predecesores en 1930, la amenaza de un conflicto internacional les resulta tan espeluznante que los deja sumidos en la impotencia.
Por otra parte, cuando miro a Donald Trump, la oscura sombra del dictador alemán que se proyecta sobre él en realidad no tiene mucho que ver con inmigración o nacionalismo.
Tiene más que ver con la subestimación y la sobreestimación, así como con el entretenimiento e imagen.
Hitler ensayaba sus gestos frente al espejo antes de sus apariciones públicas.
En cada uno de los escalones que Hitler subió desde su pueblo austriaco hasta las más altas esferas del poder, diversas voces concluyeron que ese «carismático advenedizo», ya había alcanzado su techo.
Incluso en la víspera de convertirse en canciller alemán, Hitler era considerado un demagogo con poca sofisticación.
De hecho el establishment político creía que con una hora en el poder, los burócratas se encargarían de ponerlo en su lugar.
La impresión que tenían era que Hitler podía encandilar a las masas estúpidas, pero que los cultos lo controlarían a él.
Es un desprecio similar al que tienen los medios de Estados Unidos y los políticos que no han sabido calcular el atractivo de Trump, su ascenso al poder y sus habilidades.
Trump ha desafiado continuamente las bajas expectativas que los medios y los líderes políticos tenían sobre él.
Trump ha dividido al Partido Republicano. Incluso hay quienes todavía creen que podrán controlar al empresario en caso de que gane la presidencia el 8 de noviembre.
No estoy diciendo que el candidato republicano será un Hitler si llega a la presidencia, pero aquellos que creen que podrá ser reducido a una simple bestia de carga de las políticas partidarias, deberían pensarlo mejor.
Esto me lleva a una segunda comparación.
Hitler fue un político lleno de anuncios grandiosos pero con pocas propuestas detalladas.
La esencia de su plan era «hacer de Alemania grande nuevamente», si lo expresamos en términos de la campaña de Trump.
La naturaleza cambiante de su propio carácter era la que garantizaba su éxito. Así también, Trump depende de centrar en sí mismo su estrategia de campaña.
«Hacer a Estados Unidos grande nuevamente», es el lema de campaña de Trump, pero muchas de sus propuestas han sido criticadas por su falta de consistencia.
Los acuerdos que ha cerrado, sus negocios y su multimillonaria historia de éxito son la garantía de sus promesas.
Después de todo lo que hemos visto de él y sus escándalos es difícil pensar que Trump depende de su propia personalidad para persuadir al elector, pero es así.
Él mismo es la piedra filosofal que puede transformar el metal en oro.
¿Cual es la conclusión? No subestimar a Donald Trump.
La larga sombra de Hitler se proyecta sobre varios de los actores más importantes de la política mundial.
Y si bien todos sabemos que debemos aprender de la historia, la verdad es que, muchas veces, es ella la que nos persigue.