La extensa documentación sobre la vida de Donald Trump permite un detallado análisis para dar un vistazo a qué tiene en la cabeza el presidente de Estados Unidos. Las decisiones del líder de la Casa Blanca, poseedor de los códigos nucleares, son seguidas con atención y cautela por parte de los expertos que intentan explicar cuál es el proceso que lleva adelante cuando decide los pasos a seguir del país más poderoso del mundo.
Dan P. McAdams, profesor de la Universidad de Northwestern, se basó en conceptos de la psicología de la personalidad y el desarrollo social para delinear qué tipo de gobierno tendrá el republicano en un detallado artículo para The Atlantic. Si bien una escuela de historiadores destaca que el accionar de los líderes está marcado por el contexto mundial, otra ala de estudiosos subraya la influencia del temperamento de los líderes y sus motivaciones para explicar sus acciones.
«A lo largo de su vida, Donald Trump ha exhibido un perfil con rasgos que no son propios de un presidente de Estados Unidos: extroversión exagerada combinada con un bajo nivel de afabilidad», resume McAdams para configurar el estilo de liderazgo del republicano.
El docente destaca la manera «extrovertida, exuberante y socialmente dominante» en que Trump cumple su rol. Según explica, una característica clave de este rasgo es una constante búsqueda de recompensa, impulsada por la dopamina que se libera con experiencias positivas, ya sea mediante aprobación social, conseguir fama o acumular riquezas. Incluso, la búsqueda puede ser más determinante o gratificante que el logro en sí.
Las investigaciones apuntan a que, por este círculo de búsqueda y logros, las personalidades extrovertidas están asociadas a un mayor nivel de felicidad y más amplias conexiones sociales.
McAdams apunta que la afabilidad, explicada como el grado de demostración de afecto y amabilidad, es aún más pronunciada en Trump que su extroversión, pero en sentido opuesto: es de las más bajas registradas en un presidente. Tal nivel lo describiría como insensible, grosero, arrogante y carente de empatía.
¿Qué significaría esto? Teniendo en cuenta que no se analiza al magnate como posible mejor amigo, sino como el presidente de Estados Unidos, no necesariamente es algo negativo, según cómo se mire. «Al no dejarse influenciar fácilmente por sentimientos cálidos o impulsos humanitarios, los tomadores de decisiones que son inherentemente bajos en afabilidad podrían tener ciertas ventajas cuando se trata de equilibrar intereses encontrados o de negociar con adversarios», explicó el psicólogo, que cita como ejemplo a Richard Nixon en su negociación con China, clave durante la Guerra Fría.
Por ello, McAdams predice que el estilo de toma de decisiones de Trump se parecería a la «implacable política de la realidad» aplicada por Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, para la diplomacia internacional. No obstante, el investigador repasa estudios que demuestran que las personas poco afables «generalmente se consideran poco confiables».
McAdams advierte que la personalidad de Trump gira en torno a un núcleo emocional de ira. Según recuerda Barbara Res, quien fue vicepresidente de la construcción de la Trump Tower, la furia del magnate es real y no tiene nada de fingido. El análisis de McAdams apunta a que esta emoción puede ser el factor que desencadena la extroversión y la baja afabilidad. «Puede alimentar la malicia, pero también puede motivar el dominio social, alimentando el deseo de ganar la adoración de los demás», indica.
Además, también movería su imagen y hasta su ideología: «Combinada con un talento para el humor, la ira es el núcleo del carisma de Trump. Y la ira impregna su retórica política». Y es un rasgo de carácter fuerte que le sirvió para llegar a la Casa Blanca. Estudios apuntan que los altos niveles de autoritarismo surgieron como el indicador más sólido de expresar apoyo político al entonces candidato republicano. Las promesas de construir un muro en la frontera con México, deportar inmigrantes y negar el ingreso a musulmanes alimentaron esa dinámica.
El consenso es general entre los psicólogos: nadie describe a Trump sin mencionar su faceta narcisista. Incluso, algunos usan sus videos como un ejemplo máximo de dicha personalidad. Según este perfil, Trump quiere amarse a sí mismo, ser considerado brillante y poderoso, que nadie lo pueda ignorar.
Aunque algunos especialistas indican que el origen del narcisismo está en una posible falta de atención durante la infancia, McAdams no se ata a esa explicación. «Las personas narcisistas como Trump pueden buscar la glorificación una y otra vez, pero no necesariamente porque sufrieron dinámicas familiares negativas cuando eran niños. Simplemente nunca nada les es suficiente», apunta. En resumen, indica que «la meta fundamental» es promover «su propia grandeza para que todos la noten».
Marcado también por su carrera como estrella televisiva, Trump se manejaría como si nunca hubiese abandonado el set de grabación. «Trump parece sumamente consciente del hecho de que siempre está actuando, se mueve en la vida como quien sabe que siempre está siendo observado», analiza el profesor. Por ello, lo califica como un «superhombre», al recordar que el ser humano es, por naturaleza, un actor social.
El propio Trump describe hasta dónde es capaz de llegar para conseguir sus objetivos. «A veces, hacer negocios implica denigrar a tu competencia», escribió en uno de sus libros. Según McAdams, Trump analiza el mundo a partir de un esquema mental basado en los negocios, una faceta que heredó de su padre, también empresario inmobiliario. Sus decisiones lo llevaron a amasar millones de dólares, aunque también a algunas bancarrotas.
Para gobernar, Trump ha anunciado y comenzado a mostrar que se basará en los consejos de sus colaboradores. «Esta es mi manera de trabajar. Identifico a aquellas personas que son las más idóneas del mundo en lo que hay que hacer, luego las contrato para que lo hagan, y luego las dejo hacer», explica. Sin embargo, asegura que no pierde su autonomía y es quien tiene la última palabra. «Siempre los vigilo», agrega sobre su círculo íntimo.
El carácter de Trump se forjó también en la escuela militar, donde reforzó la ética de trabajo y la disciplina, lidiando con algunos docentes agresivos, según recuerda. Aprendió, afirma, a respetar la autoridad, pero no dejarse intimidar por ella.
McAdams concluye que las personalidades extrovertidas tienden a tomar decisiones que implican riesgos altos y que las personas con bajos niveles de apertura rara vez cuestionan sus convicciones más profundas. Por ello, considera que Trump podría asumir el riesgo de tomar una decisión fundamental para «hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande», en un esfuerzo por lograr ganancias notorias.
Además, al tener una ideología menos comprometida que el común de los presidentes (entre conservador y liberal, según la cuestión del momento), Trump podría cambiar de posición con mayor facilidad y aprovechar ese margen de maniobra en negociaciones con el Congreso y líderes internacionales. «En conjunto, es poco probable que se aleje de las decisiones arriesgadas», indica el experto.
¿Habrá una nueva guerra bajo el mandato de Trump? McAdams analiza que el presidente es «menos propenso a la acción militar» que otros nombres que sonaron para presidente; sin embargo, resaltó que «hay buenas razones para sentir temor ante el discurso incendiario» con respecto a los enemigos de EEUU, ya que su retórica «es definitivamente agresiva» y su extroversión y narcisismo podrían llevarlo a buscar una acción que quede en la Historia.
Por ello, en suma, McAdams espera del gobierno de Trump un mandato «altamente combustible», con un líder «enérgico y activista» que tendrá «una muy mala relación con su verdad». Así, podría llegar a tomar decisiones audaces y «despiadadamente agresivas» para buscar el resultado que más impresione a la sociedad, sin tomar necesariamente en cuenta los daños colaterales que deje.