¿Cómo hemos llegado a esto? Es Alberto Rojas en ‘El Mundo’ quien lanza este 7 de octubre de 2018, como un proyectil, la preguntaa es una de las preguntas que flota en el ambiente de la sala en la que acaba de proyectarse El pueblo soy yo. Venezuela en populismo, del director Carlos Oteyza.
El filme documental, gestado en los últimos dos años, repasa, explica y contextualiza toda la trayectoria del chavismo, desde el fallido golpe de Hugo Chávez en 1992 hasta el actual colapso económico de un moribundo régimen bolivariano en manos de Nicolás Maduro.
El retrato que realiza, basado en datos y trufado con un coro de voces de historiadores, economistas y analistas políticos resulta tan demoledor como las imágenes devastadoras de la población venezolana rebuscando comida en la basura con el sector petrolero hundido, las empresas secuestradas, las tiendas vacías y la gente huyendo del país.
La distancia que va del país que más crecía en Latinoamérica al más pobre, más violento y con índices récord de inflación de la actualidad son 19 años y una idea: el populismo. El documental, que se estrena el próximo jueves 11 en cines, analiza cómo Hugo Chaves usó las herramientas populistas para auparse al poder, filtrarse en todas las capas del país y hacer del Estado una prolongación más de su idolatrada figura.
Son armas conocidas: la forja del líder carismático, la división de la sociedad en nosotros, el pueblo y ellos, el enemigo, ofrecer soluciones simples para problemas complejos, tumbar la ley y reformarla para adecuarla al nuevo orden, arrinconar y perseguir a la oposición, acosar a los medios y obligarles a publicar todo aquello que interesa al chavismo con la excusa patriótica, crear un enemigo externo («el imperio yanki») y culparle de conspirar contra el Estado mientras inventas colaboradores internos de ese enemigo (opositores), conseguir el culto religioso del pueblo con un reparto de la riqueza basado en la catarata de dinero que llegaba del petróleo en su momento de precios altos y una expropiación masiva de grandes empresas para nacionalizar pérdidas pero privatizar beneficios. Por último, mimetizarse con el propio Estado hasta que el Estado es la proyección de uno mismo. Y todo, en nombre del pueblo.
El historiador y cineasta Carlos Oteyza, nieto del gran periodista española Luis de Oteyza, espera que «el público vea el documental para comprobar el crimen que el Gobierno de Venezuela está cometiendo contra sus propios ciudadanos».
La película presenta imágenes violentas de protestas tomadas en condiciones de gran riesgo, igual que los vídeos del interior de los hospitales o las morgues, prohibidos por el régimen y grabados con cámara oculta.
«Cuando comenzamos a rodar en 2015 aún era posible hacer esto. Hoy hubiera sido mucho más peligroso, porque la represión de Maduro se endureció mucho a partir de las grandes manifestaciones de 2016, en las que hubo muchos muertos».
Uno de los asuntos centrales del documental es el uso y abuso del petróleo por parte del chavismo, que marca diferencias con populismos anteriores (el peronismo o el castrismo) y actuales (Cinco estrellas, Liga, Ukip, Frente Nacional, Alternativa para Alemania…). Hugo Chávez tomó el poder de Petróleos de Venezuela, expulsó a 23.000 trabajadores y la puso en manos de trabajadores afines pero incompetentes.
Mientras los precios del crudo estuvieron altos, Chávez usó ese enorme caudal de dinero para poner en marcha necesarios programas sociales, que llevaron la alfabetización, la lucha contra la pobreza y las consultas médicas gratuitas a los barrios más desfavorecidos, pero sin control económico y a un enorme coste:
«No se reinvirtió ningún beneficio en la industria, por eso llegó un momento en el que sacar barriles de crudo era cada vez más caro y más difícil». Luego, en cuanto bajó el precio del petróleo en los mercados, el choque con la realidad fue terrible. «Venezuela ha vivido un drama que merece conocerse».
En sus tiempos de esplendor, Chávez se antodenominó descendiente y continuador de Simón Bolívar, hijo predilecto de Fidel Castro y hasta le cambió el nombre al país de República de Venezuela a República Bolivariana de Venezuela, como hicieron los jemeres rojos con Camboya (rebautizada como Kampuchea democrática). Pero el país que acaba legándole a Nicolás Maduro ya está quebrado, con el tejido industrial petrolero destruido, las cosechas sin plantar y el ejército comiendo de su mano y participando en el tráfico ilegal de gasolina.
Enrique Krauze, escritor y productor del documental, asegura que no pierde la esperanza con Venezuela «porque si la perdemos le cerramos la puerta al azar, pero es cierto que cambiar la situación es difícil. En Cuba se atrincheraron y ahí siguen».