Bastaría que apenas un 10% de los electores de Gomes y Alckmin optara por acompañar al candidato derechista para garantizar su victoria el próximo 28 de octubre
Tras su detención, el ex presidente brasileño Lula da Silva afirmó que las urnas determinarían si debería estar preso o libre. Y según sentencia implacabal Gustavo Segré en ‘Infobae’ este 8 de octubre de 2018, los electores le respondieron con los votos.
La diferencia entre Jair Bolsonaro, del PSL, y Fernando Haddad, delfín del ex mandatario en el PT, llegó a la cifra de 18 millones 300 mil votos.
A la luz de los resultados, resulta claro que la eterna polarización entre el PT, de izquierda, y el PSDB, de centro derecha, movió su eje para una polarización entre dos visiones claramente antagónicas: una propuesta del PT mucho más radical que la de las últimas elecciones y la de un candidato como Bolsonaro, que a pesar de ser acusado de racista, machista y homofóbico, planteó la opción de una nueva forma de hacer política.
Mientras en su programa electoral el PT afirma la necesidad de una unión con las democracias socialistas de América Latina y promueve el llamado a una Asamblea Constituyente al estilo de Venezuela, Bolsonaro propone la apertura de Brasil al libre mercado, para tener un país en el que la productividad esté por encima de las políticas de igualdad social que nivelan para abajo.
El propio discurso homofóbico y machista del candidato del PSL no limitó su representatividad en los votos de esos sectores. Al contrario, en la semana previa a la elección, uno de los sectores en los que Bolsonaro más creció fue precisamente en el voto femenino.
No fueron pocos, tampoco, los votos conquistados por el candidato de la derecha radical en el electorado gay, que justificó su simpatía por Bolsonaro con sus propuestas contra la violencia y la delincuencia y, sobre todo, contra la corrupción.
Muchos electores de Bolsonaro, que se dirigen al capitán retirado como el «Trump sin dinero», defienden la tesis que es más fácil que el candidato modere su discurso contra las minorías, a que un partido tan involucrado en casos de corrupción como el PT deje de robar.
¿Qué podemos esperar para la segunda vuelta?
Desde las elecciones presidenciales de 1989, ningún candidato que haya ganado en primera vuelta perdió en la segunda. Fue así con la elección de Fernando Collor de Melo en 1989, con Lula da Silva en el año 2002 y 2006, y con Dilma Rousseff en los años 2010 y 2014.
Por las características del electorado, es prácticamente imposible imaginar que alguno de los 49.200.000 electores de Bolsonaro cambie su voto a favor de Fernando Haddad.
El PT tendrá que conquistar un promedio de 6 millones de votos por semana para llegar a la cantidad de votos con los que cuenta el outsider de la política brasileña.
La definición de la victoria estará en los 13.300.000 votos de Ciro Gomes y en los 3.100.000 votos de Geraldo Alckmin.
En Brasil, los electores pueden ser influenciados por la indicación de voto de su candidato en primera vuelta, pero en la mayoría de los casos terminan votando a quien entienda que mejor representa su ideología o a quien mejor represente la contracara del gobierno que no quieren ver en el gobierno del país.
Ciro Gomes tuvo el apoyo de los electores que no se veían representados ni por un partido corrupto en su esencia, ni por un candidato tildado de fascista.
Teniendo en cuenta estas características, bastaría que apenas un 10% de los electores de Gomes y Alckmin optara por acompañar a Jair Bolsonaro para garantizar su victoria el próximo 28 de octubre.
Brasil y una nueva forma de hacer política
Los 106 millones de votos válidos, al margen de los dos candidatos que van al ballotage, expresaron una nueva forma de hacer política.
Sepultaron las ambiciones de Marina Silva, que de llegar a captar el 21% del electorado en el 2014, apenas llegó al 1% en estas elecciones.
Le dijo «No» a partidos tradicionales como el PSDB de Geraldo Alckmin y Fernando Henrique Cardoso y prácticamente eliminó del grupo de partidos con posibilidad de disputar una elección al PMBD del candidato Henrique Meirelles y del presidente Michel Temer.
La mayoría de los congresistas acusados en casos de corrupción no consiguió su reelección y políticos tradicionales quedaron afuera de las preferencias electorales.
La ex presidente Dilma Rousseff salió cuarta para el Senado por el estado de Minas Gerais con poco más del 14% de los votos y no tendrá una bancada en Brasilia.
El actual Senador por Rio de Janeiro, Lindenbergh Farias, del PT, acusado de corrupción, también se ubicó en el cuarto lugar, con poco más del 10% de los votos.
El histórico Senador del PT por San Pablo, Eduardo Suplicy, apenas llegó al tercer lugar y tampoco estará en Brasilia en el próximo año; Fernando Pimentel, actual Gobernador del PT por Minas Gerais, también acusado de corrupción, no consiguió llegar a la segunda vuelta en la que disputaba su reelección.
En la vereda de enfrente, el ex candidato presidencial del PSDB en el 2014, Aecio Neves, se ubicó el lugar 18 como candidato a diputado nacional por Minas Gerais, obteniendo 106.000 votos, después de haber conquistado 51 millones de electores cuando perdió en la segunda vuelta contra Dilma Rousseff.
Contrapuesta a candidatos corruptos, una mujer policía, Katia Sastre, llegará a la Cámara de Diputados luego de hacerse famosa por ejecutar a un delincuente que trató de asaltarla en la puerta del colegio donde estudia su hija.
El juez Wilson Witzel, también alcanzó la segunda vuelta en la disputa por la gobernación de Rio de Janeiro, después de apoyar explícitamente a Jair Bolsonaro.
En el mismo contexto, un desconocido en la política tradicional, el Cabo Daciolo, del cuerpo de Bomberos de Rio de Janeiro, obtuvo más votos que los mencionados Marina Silva y Henrique Meirelles, políticos con más tradición y trayectoria pública.
Esta nueva política que nace en Brasil es la política que busca congresistas comprometidos en construir un país mejor, más que en buscar su enriquecimiento personal.
Es la política que propone la lucha contra el narcotráfico y contra la delincuencia -que causa más de 62.000 homicidios por año-, que busca la mejor administración de los recursos públicos, la reducción de ministerios, el impulso al libre mercado, la disminución de empleados públicos, la privatización de toda empresa pública que no sea estratégica o que no agregue valor, que busca superar el asistencialismo con la igualdad de oportunidades y la que propone el aumento de la actividad económica por encima del aumento de los planes sociales.
Es la política que le ganó a los 200 millones millones de reales (52 millones de dólares) que el Partido de los Trabajadores gastó para la campaña presidencial en las redes sociales.
Mientras Fernando Haddad usaba recursos partidarios para viajar, participar de comicios, reuniones y campañas televisivas, Jair Bolsonaro utilizaba su celular para grabar videos que enviaba mediante el uso del Wi-Fi del hospital donde se recuperaba del ataque que sufrió en el medio de campaña.
La segunda vuelta es un «empezar de nuevo» pero, definitivamente, la posibilidad que el PT consiga revertir la realidad electoral es menor que la posibilidad que el ex presidente Lula da Silva consiga salir en libertad en el corto plazo.
Después de todo, Jair Bolsonaro, tiene un segundo nombre: «Mesías», y es así como gran parte de los brasileños lo ve a partir de ahora. El salvador que cambiará la forma de hacer política en Brasil.