Jair Bolsonaro es un fenómeno local, generado por el mayor caso de corrupción en la historia de Brasil, la recesión más prolongada que ha tenido el país y un incremento sin precedentes del crimen organizado. Pero, al mismo tiempo, es la pieza de un rompecabezas global.
En Argentina, el fenómeno Bolsonaro genera sorpresa, interés y algún temor. En lo inmediato, el gobierno de Mauricio Macri se ve favorecido por dos efectos. El primero es que un triunfo de Haddad hubiera fortalecido a su oposición más dura, liderada por la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner. Ella ya había anunciado que, para el juicio que tendrá lugar el año próximo por corrupción, invitaría a líderes internacionales, empezando por Dilma Rousseff. No es lo mismo que venga como senadora y en los hechos representante de un Presidente electo -de haber ganado Haddad-, a que se solidarice con Cristina una ex Presidente opositora al gobierno de su país.
En segundo lugar, Argentina tiene una economía en dificultades, para la cual que Brasil crezca es importante y esto hoy es más probable con Bolsonaro que con Haddad. Que el país más grande de la región tenga inestabilidad en los mercados, arrastra a Argentina. (La victoria de Jair Bolsonaro despierta la economía de Brasil)
Ahora bien, en sectores del oficialismo se teme que la probable aproximación entre Brasilia y Washington pueda quitar a la Argentina el rol de socio regional especial para EEUU. Preocupa que la política exterior de Bolsonaro dé poca relevancia a los temas regionales y en especial al Mercosur. El llamado del candidato ganador en primera vuelta a Macri ha atenuado algo este tipo de temor.
Trump y Bolsonaro son parecidos pero diferentes. Pero también es cierto que pocas veces se dieron al mismo tiempo liderazgos en Estados Unidos y Brasil con tantas semejanzas, sobre todo en materia de cultura política. Los dos son populistas ideológicamente y ambos están identificados con los valores ultra-conservadores. Tienen un fuerte personalismo y no parecen dar demasiada prioridad a lo institucional. Hay en ellos una fuerte tendencia a las expresiones políticamente «incorrectas». Tratan de exaltar el orgullo nacional. Los dos saben operar con eficacia las redes sociales y a través de ellas neutralizar críticas de los medios tradicionales. Ambos se han sabido ganar el voto religioso en sus respectivos países.
Pero uno es un exitoso hombre de empresa y otro un militar paracaidista. Trump es nuevo en la política y Bolsonaro lleva casi tres décadas dentro de ella. El Presidente estadounidense supo tomar el control de una estructura política tradicional como es el Partido Republicano. Bolsonaro en cambio ha ganado contra la política tradicional. Detrás de Trump, se articula una coalición de grandes grupos empresarios, en el caso de Bolsonaro el factor de poder que lo respalda es el Ejército.
El Presidente brasileño electo tiene más que ver con su colega estadounidense que con los presidentes de centro-derecha de la región: Macri, Piñera (Chile) y Duque (Colombia). Los dos primeros son empresarios y el tercero un político liberal. Ninguno de los tres es populista en términos de cultura política, como sí lo son Trump y Bolsonaro. Tampoco utilizan el orgullo nacional como fuerza de movilización política, como si lo hacen el Presidente estadounidense y el nuevo Presidente brasileño.
Cabe señalar que el ex asesor de Trump Steven Bannon, quien desde Italia coordina las fuerzas populistas europeas para la elección al parlamento europeo del próximo 23 de mayo, se pronunció la semana pasada a favor del candidato brasileño que ha ganado. Además, el Ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, celebró el triunfo en primera vuelta de Bolsonaro, quien dijo que deportaría hacia ese país a un ciudadano italiano acusado de terrorismo, cuya extradición fue negada por los gobiernos del PT.
Antes del triunfo de Bolsonaro en la segunda vuelta, ciertos efectos políticos del mismo comenzaron a anticiparse. El capitán paracaidista retirado ha dicho que en política exterior impulsará «Menos China y más EEUU». Ha mencionado que buscará un acercamiento con otros gobiernos de centro-derecha en la región, como los de Chile, Argentina y Paraguay. Pero el hecho más concreto ha tenido lugar en Ecuador, donde el gobierno expulsó a la embajadora de Venezuela, por representar a un «gobierno populista corrupto y asesino».
En Brasil, el candidato de Bolsonaro a la gobernación del estado de Roraima -el que ha recibido más migrantes venezolanos- ha dicho que restringirá la inmigración. El Times de Londres destaca sus similitudes con Trump y dice que también será un «peligro para el medio ambiente». Bolsonaro asumirá una política más hostil hacia Venezuela y ello tendrá seguimiento en varios países de la región y genera coincidencias con Washington.
Una declaración imprudente de uno de sus hijos diciendo que «un cabo y un soldado» serían suficientes para cerrar la Corte, lo obligaron a una desmentida. Por eso sus primeras declaraciones tras imponerse por 10 puntos fueron a favor de la libertad y la Constitución, apuntando a reducir las posiciones radicalizadas que se expresaron durante la campaña por el mismo y su entorno. Pero también hizo referencias a la Biblia, dirigiéndose al electorado religioso que lo favoreció.
En el ámbito empresario genera incertidumbre la incógnita de cómo resolverá las diferencias entre su equipo económico liberal y sus asesores y militantes nacionalistas.
Para el Mercosur, Bolsonaro cambia la política brasileña, de evitar las negociaciones comerciales bilaterales. Plantearía que cada país pueda negociar por su lado. Lo han pedido Uruguay y Paraguay, y Argentina no parece estar hoy en total desacuerdo con ello. Sería un cambio sustancial para el grupo regional, pero que puede permitir aperturas que hoy no son posibles. De prosperar esta posibilidad, algunos países podrían acordar con la UE y otros no.
Pero el sector militar y en particular el Ejército es sin duda el verdadero poder detrás de Bolsonaro y ello tiene múltiples evidencias. La más notoria es la presencia de decenas de candidatos ganadores para legisladores, gobernadores e intendentes, provenientes de esta fuerza. A ello se suma su participación en el Gabinete. (Esta es Michelle de Paula, la tercera mujer de Jair Bolsonaro ‘El Trump de los Trópicos’)
El ministro de Defensa sería un general retirado (Heleno) quien fue jefe de la fuerza multinacional de paz en Haití y que luego fue Comandante de la región de Amazonia, cargo desde el cual criticó la política indigenista de Lula y expresó que los militares podían tener un rol en materia de seguridad interior si se vencían los prejuicios ideológicos. Heleno fue el coordinador de los equipos que han preparado los planes de gobierno del candidato.
Otro general recientemente retirado (Murao) es el Vicepresidente, caracterizado por impulsar las políticas de «mano dura» contra la delincuencia. Hay generales en actividad que permanecerían en sus cargos, como el Jefe del Servicio de Inteligencia (Echegoyen) y tendrían roles relevantes otros dos generales en actividad, que ocupan el Ministerio de Defensa y la intervención en Rio de Janeiro en materia de seguridad pública.
Pero es el Jefe del Ejército, general Eduardo Vilas Boas, la figura clave en cuanto al liderazgo del poder militar detrás de Bolsonaro. Él ha sido decisivo para dos replanteos en el pensamiento militar que el candidato ha encarnado: la aproximación a los EE.UU. y el apoyo a políticas más liberales en lo económico, así como la decisión de que las Fuerzas Armadas asuman un rol más activo en seguridad interior. Al igual que los demás generales en actividad, utilizan con intensidad el Twitter, para tener una comunicación directa con todos sus subordinados hasta nivel de soldado y para transmitir su pensamiento a la sociedad civil.
Pero Vilas Boas tiene problemas de salud y permanecería poco tiempo más al frente del Ejército. Si su sucesor es designado por Bolsonaro o por los Generales, será un dato clave en la política brasileña hacia el futuro.