Juan Guaidó ha cumplido con las leyes establecidas en la Constitución de Venezuela y, como el legítimo representante de la Asamblea Nacional, se ha juramentado como el presidente interino de Venezuela. (Una vergonzosa Italia entra al juego del comunismo: no reconoce a Guaidó como presidente de Venezuela)
Mientras los Estados Unidos de Donald Trump cumplieron su promesa y brindaron su apoyo al político de Voluntad Popular, el partido del encarcelado Leopoldo López, la Rusia de Putin se irguió como guardaespaldas de Maduro, expresando su disconformidad ante los acontecimientos. (El régimen turco advierte de una «guerra civil» en Venezuela si la UE reconoce al presidente Guaidó)
El Parlamento Europeo, a través de las palabras de Antonio Tajani, anunció que también reconoce a Guaidó como presidente legítimo, aunque ese movimiento no oculta una realidad: que el bloque comunitario está resquebrajado, como ha confirmado que Manlio Di Stefano, el ministro de Exteriores de Italia, haya declarado que su país no respalda al opositor.
Del anuncio de Di Stefano se derivan dos realidades: la primera, que Italia rompe con el consenso más o menos alcanzado por los países miembro de la Unión Europea, con el que Austria o Grecia también tienen sus reservas; la segunda, que, como se ha podido percibir desde que los populistas de la Liga Norte (extrema derecha) y el Movimiento 5 Estrellas (M5E, antisistema) alcanzaran el poder, las relaciones con Putin van viento en popa.
Aunque es evidente que las simpatías del vicepresidente Matteo Salvini tienen mucho que ver con la buena sintonía que Roma disfruta con Moscú, lo cierto es que, antes que él, los ex primeros ministros italianos Romano Prodi y Silvio Berlusconi también sucumbieron a los encantos del Kremlin, aferrándose, en realidad, a un hilo rojo que une a Italia con Rusia desde el siglo pasado.
Acuerdos secretos
Para comprender el trato entre ambos países, hay que remontarse al primer hito de esas relaciones, que se fecha en octubre de 1909. Fue entonces cuando el zar Nicolás II y el rey Víctor Emanuel III firmaron el acuerdo secreto de Racconigi Bargain, por el que Moscú se comprometía a respetar los intereses italianos en el norte de África a cambio de que Roma respetase los de Moscú en los Balcanes.
Según explica el historiador Christopher Clark en «The Sleepwalkers: How Europe Went to War in 1914» (Penguin Random House, 2014), los italianos, que rubricaron poco después otro acuerdo con el Imperio Austro-Húngaro que convirtió en agua de borrajas el alcanzado con Rusia, tenían como deseo último practicar una política internacional «independiente y resuelta».
Terminada la Primera Guerra Mundial, ni Rusia ni Italia salieron indemnes del conflicto. El enfrentamiento aupó a los bolcheviques al poder en Moscú tras la revolución de 1917 y labró el sendero idóneo para que los fascistas marcharan sobre Roma en 1922. El cuerpo diplomático de Mussolini y Stalin se puso manos a la obra, como recuerda Angelantonino Rosato en un artículo para el European Council of Foreign Relations, negociando «el reconocimiento mutuo de esferas de influencia en el Mediterráneo (Roma) y en el centro y el este de Europa (Moscú)».
Además, «durante este periodo, la Italia fascista y la Unión Soviética casi firmaron una alianza global para contrarrestar la supremacía alemana en Europa«. La aceleración de la historia daría al traste con esos contactos, cuando Roma secundó la ofensiva contra la Unión Soviética lanzada por la Alemania nazi en junio de 1941. Precisamente, y a modo de anécdota, sería la intervención italiana en la operación Barbarroja la que inspiraría la muy melodramática «Los girasoles» (Vittorio De Sica, 1970), una película italiana protagonizada por Marcello Mastroianni y Sophia Loren.
Comunismo y economía
Cabría esperar que la Guerra Fría, con una Italia ubicada en el bloque occidental, hubiera puesto punto y final a los vínculos con la Unión Soviética. Nada más lejos de la realidad. La revista The Economist, en un artículo de marzo de 2015, explicaba cómo los tratos entre ambos países gozaron de una salud favorable en ese periodo. «Durante la Guerra Fría -se leía en un artículo-, los gobiernos italianos (dirigidos por la Democracia Cristiana la mayor parte de las décadas desde 1945) fueron incodicionalmente proestadounidenses. Pero el Partido Comunista Italiano era fuerte; sus líderes, de hecho, vivían en la Unión Soviética. Fiat, un gigante industrial italiano, construía fábricas allí».
En efecto, el PCI fue una de las fuerzas políticas más importantes del país, llegando a desafiar el poder de los democristianos, que, sin embargo, fueron incólumes hasta inicios de los 90.
Caído el Muro de Berlín y avanzada la década, con la llegada al poder de Putin en Rusia y de Romano Prodi y luego Berlusconi en Italia, ese trato se consolidó. De hecho, en Farnesina, el portal del Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia, se hace referencia a esas conexiones: por ejemplo, se resalta cómo el país ha intentado atenuar las tensiones generadas por las «sanciones impuestas a Rusia por la Unión Europea y sus aliados occidentales desde 2014», y también se destaca que «el nivel de las relaciones económicas entre Italia y Rusia sigue siendo sustancial».
Más cerca de la actualidad, la vinculación entre la Liga Norte de Salvini y la Rusia de Putin se cimienta en entendimiento ideológico. El vicepresidente, por ejemplo, fue fotografiado con una camiseta con la imagen del mandatario ruso en Moscú. Por supuesto, tampoco escatima halagos hacia él. Aunque ha emitido críticas contra Maduro, su postura no parece imponerse en Roma, donde mandan las tesis del M5E favorables al chavismo y oportunas para no incomodar al Kremlin.