HAMBRE Y REPRESIÓN EN VENEZUELA

La posibilidad de una intervención militar de EEUU planea sobre la dictadura chavista en Venezuela

La Casa Blanca no descarta utilizar la opción bélica si el dictador Maduro intensisifica la represión para mantenerse en el poder

La posibilidad de una intervención militar de EEUU planea sobre la dictadura chavista en Venezuela
El prersidente Donald Trump, el Pentágono, los marines y la guerra. EP

En el Palacio de Miuraflores, donde se atrinchera el tirano, se escucha el tic-tac (EEUU amenaza al dictador Maduro con encerrarlo en la prisión de Guantánamo si sigue bruto).

El futuro inminente de Venezuela se decidirá en sus calles y sus cuarteles, en sus despachos y en los estómagos vacíos de los venezolanos que todavía no han abandonado el país ante la espiral de colapso económico, corrupción flagrante, represión y autoritarismo denunciado por las organizaciones de derechos humanos.

Pero, como escribe Ricardo Mir de Francia en ‘El Periódico de Catalunya’ este 2 de febrero de 2019, una parte sustancial de la historia de las últimas semanas, con las renovadas protestas de la oposición para contestar el segundo mandato de Nicolás Maduro y deslegitimar su Gobierno con la proclamación del presidente de la Asamblea Nacional como presidente interino del país, se ha escrito a varias manos entre Washington, Miami, Caracas y otras capitales latinoamericanas. La Casa Blanca está maniobrando abiertamente para derrocar a Maduro.

La estrategia estadounidense ha combinado movimientos diplomáticos para reconocer internacionalmente a Juan Guaidó como única autoridad legítima del país con nuevas sanciones para asfixiar lo poco que queda de la economía bolivariana, medidas que buscan convencer a los militares para que den la espalda a Maduro.

Un pulso que en todo momento se ha acompañado de una amenaza latente de intervención militar, una opción que no solo defiende la Casa Blanca. El senador republicano Marco Rubio la invocó hace unos días.

Seguía la estela del profesor de Harvard y exministro venezolano, Ricardo Hausmann, quien propuso una intervención de fuerzas regionales lideradas por Estados Unidos para acabar con la «hambruna» venezolana.

Tampoco ha descartado ese escenario Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos, entidad que ha servido históricamente para canalizar los planes de Washington en la región. Pero ha sido el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, quien más suspense ha creado en torno a un posible conflicto armado.

Esta misma semana dejó a la vista de docenas de periodistas una anotación en su libreta donde se leía: «5.000 tropas a Colombia». Nadie ha aclarado desde entonces si era un farol para intimidar a Maduro o un plan en ciernes. «Como ha dicho nuestro presidente, todas las opciones están sobre la mesa», se limitó a responder la Casa Blanca.

Paradójicamente, Donald Trump llegó al poder renegando del intervencionismo y las fallidas cruzadas para imponer la democracia en el exterior, pero ha dejado la política hacia Venezuela en manos de los mismos neocon que las abanderaron.

Figuras como Bolton y Rubio, el hombre que ha liderado junto a otros políticos anticastristas de Florida las gestiones para convencer a la Casa Blanca de la necesidad de forzar el cambio de régimen.

Al frente del organigrama, Trump ha situado a Elliot Abrams, uno de los arquitectos de la brutal guerra sucia de los años ochenta en Centroamérica y del fallido golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002, según publicó en su día el diario británico ‘The Observer’.

La campaña se ha revestido con una retórica no muy distinta a la que precedió a la invasión de Irak. Bolton acuñó en noviembre el concepto de la «troika de la tiranía», similar al del «eje del mal», para meter dentro a Venezuela, Cuba y Nicaragua. Y dejó claro que EE UU seguirá trabajando activamente para hundirlos: «La troika se derrumbará».

Desde entonces, no ha tenido reparos en explicar que el cambio en Venezuela, el país con las mayores reservas de crudo del mundo, serviría también para privatizar su industria petrolera y abrirla a los intereses estadounidenses.

«Para EE UU, marcaría la diferencia económicamente si las petroleras estadounidenses pudieran realmente invertir y producir las capacidades de Venezuela», dijo recientemente a Fox News. Esa idea entronca con la doctrina pirata de Trump, formulada en su día al hablar de Irak:

«Al vencedor pertenece el botín».

La Casa Blanca ya barajó un golpe de Estado en el 2017, cuando su Administración mantuvo contactos secretos con militares rebeldes venezolanos, según publicó ‘The New York Times’.

La opción se abandonó por falta de confianza en sus potenciales socios. Este tipo de maniobras están sirviendo a Maduro para desprestigiar a la oposición y presentar el hartazgo de la calle como un «complot imperialista» y han sido denunciadas por el Grupo de Lima, la coalición de 14 países americanos que buscan una salida negociada a la crisis. Entre otras cosas, porque más de tres millones de venezolanos han buscado refugio en sus países.

Ese Grupo de Lima fue el primero en anunciar que no reconocería el segundo mandato de Maduro, salido de unas elecciones consideradas fraudulentas por la mayoría de observadores. Washington fue inicialmente a rebufo, pero tomó el liderazgo al ser el primer país en reconocer a Guaidó, con el que está cooperando muy estrechamente.

La noche antes de su autoproclamación en las calles de Caracas, el vicepresidente Mike Pence lo llamó para transmitirle su apoyo total, según ‘The Wall Street Journal’. Solo unas semanas antes Guaidó había mantenido reuniones en EEUU, Colombia y Brasil tras salir de su país clandestinamente.

Por el momento, todo indica que Washington va a dejar que la calle venezolana lidere el pulso directo contra Maduro. Guaidó ya ha firmado una ley de amnistía como incentivo para que militares y policías abandonen al régimen.

«No veo que la intervención militar sea un escenario muy probable», asegura Evan Ellis, profesor del Army War College, una institución por la que pasaron muchos oficiales venezolanos hasta el fallido golpe contra Chávez del 2002.

«El régimen se está quedando sin dinero. Sus activos están siendo bloqueados en todo el mundo y afronta los vencimientos de la deuda. Incluso sin una intervención, hay muchos factores que están poco a poco poniendo fin al régimen».

En los pasillos del poder en Washington, algunas voces han alertado del desastre que supondría un conflicto armado y han recordado el truculento pasado de EE UU en la región. «Venezuela no es Granada o Panamá», escribió Shannon O’Neil en el Council on Foreign Relations.

«Tiene el doble de tamaño que Irak y una población ligeramente inferior. Cualquier invasión requeriría preparativos de una escala similar, más de 100.000 soldados».

Pero las voces en contra de la actual injerencia son minoría, quizás porque se piensa que no llegará la sangre al río. El consenso político es claro: Maduro tiene que marcharse. Solo falta ver a qué precio.

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