Cuando el 23 de mayo de 1968, en familia, celebrábamos mis 18 cumpleaños, el tema predominante de conversación, entre mis padres y tíos, era La Primavera de Praga. Jamás olvidaré aquella escena encendida de debates entre el menor de mis tíos, Luis Felipe Capriles, fajado en un duelo de argumentos con su hermano mayor, Miguel Ángel Capriles. Fue una etapa de emancipación política y de revueltas multitudinarias en Checoslovaquia, signado como estado socialista, una vez finiquitada la segunda guerra mundial. Fue un ciclo que arrancó el 5 de enero de 1968 y fue cerrado el 21 de agosto de ese mismo año. Mi tío Luis Felipe desmenuzaba las maniobras de la Unión Soviética, entrelazada con otras piezas del Pacto de Varsovia, para consumar las acciones represivas contra aquel aluvión de reformas, que tenían como detonante los propósitos del líder de esa Primavera, Alexander Dubcek, de otorgar derechos adicionales a los ciudadanos de Checoslovaquia en un arresto de descentralización comedida de la economía y pinceladas de democratización.
En ese mismo mes de mayo de 1968, explotó el Mayo Frances, con una seguidilla de protestas que estremecieron a Francia, eventos que tuvieron en París un mayor acento. Los promotores fueron los estudiantes, quejándose de la sociedad de consumo, el capitalismo, el imperialismo y el autoritarismo. Esa explosión derivó en una monumental huelga general, la mayor de la historia de ese país, llegando a colocar en aprietos al mismísimo Charles de Gaulle.
Ese huracán de manifestaciones contagió a varios países del mundo, haciendo certero el adagio de que “cuando París estornuda, toda Europa se resfría”. Muy pronto la ventolera de inconformidades se sentiría también en Alemania, Suiza, España, México, Argentina, Uruguay, Estados Unidos e Italia.
Portugal igualmente fue impactada años después, cuando el 25 de abril de 1974 un movimiento, conocido históricamente como la revolución de Los Claveles Rojos, liquidó una dictadura que se había prolongado por más de 48 años. Lo hicieron, con un alzamiento pacifistas que deslumbró al mundo entero.
Mas recientemente se suscitó la conocida Primavera Árabe. Fue un ciclón de reproches que produjeron cambios bruscos en la conducción política del conglomerado árabe. La gente se alzó exigiendo democracia y elementales derechos sociales. Su detonante se produjo el 17 de diciembre de 2010 en la localidad de Sidi Bouzid, una vez que un trabajador informal (Mohamed Bouazizi) fue víctima de un atropello por parte de un inescrupuloso policía que, sin la menor piedad, le arrebató su mercancía. Mohamed se inmoló dando pie a una incontrolable ola de protestas protagonizadas por centenares de miles de tunecinos.
Recientemente, en América Latina (Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia) se han suscitado, casi que simultáneamente, manifestaciones callejeras que obedecen a diferentes motivaciones. En Ecuador, por los ajustes de subsidios que fueron inmediatamente reorientados por el presidente Lenin Moreno, atajando lo que lucía como un deslave de miles de personas enardecidas. En Chile, por los incrementos previstos en servicios de transporte. Esas devastadoras protestas, aún mantienen hogueras de grandes dimensiones en Santiago. Las desproporciones, entre la excusa para condenar los ajustes y los destrozos causados, están a la orden del día. En Bolivia, la razón fue el fraude perpetrado por el arrebato autoritario de Evo Morales, quien finalmente terminó aventado del poder en una operación de lucha combinada entre ciudadanos, policías y militares, apoyados en las pruebas de las trampas aportadas por la OEA.
Lo de Colombia era más que esperado. Al presidente Duque le pretenden achacar la responsabilidad de los problemas que heredó hace un año de la anterior administración. Por eso, más allá del malestar que se desprende de la situación económica de ese hermano país, es inocultable la motivación política que anima a los promotores de esas manifestaciones que, afortunadamente, han sido controladas.
Mientras tanto en Venezuela hemos vivido varias primaveras en estas últimas dos décadas. Una de esas fue el 11 de abril de 2002. Más de un millón de personas dio lugar a que el dictador Chávez renunciara. Lamentablemente “lo que millones de ciudadanos lograron con sus manos, un grupito lo desbarató con sus pies”. Luego la del Paro Petrolero en 2003, la del revocatorio de 2004, la del Referéndum Constitucional del 2 de diciembre de 2007, las elecciones presidenciales del 14 de abril de 2013, el movimiento La Salida del 2 de febrero de 2014, la victoria parlamentaria del 6 de diciembre de 2015, la jornada de recolección de firmas para impulsar otro Referéndum Revocatorio en el 2016, las protestas de Los jóvenes Escuderos, el Plebiscito del 16 de julio de 2017 y la más fresca, la apoteosis que bañó de ánimo y esperanza renovada a los venezolanos, el pasado 23 de enero del año que termina, representó La Primavera del Juramento protagonizado por Juan Guaidó ante una multitudinaria concentración.
Esa esperanza no se ha marchitado, pero no podemos dejar de regarla con el sudor de los mejores esfuerzos.