Vladimir Putin, el antiguo oficial de la KGB, fue la fuerte apuesta del presidente ruso Boris Yeltsin y de su círculo íntimo para liderar el ingreso de Rusia en el siglo XXI. En este sentido, en agosto de 1999 pusieron a prueba a Putin al nombrarlo como primer ministro de la Federación Rusa. Una misión que superó con reconocible éxito.
La entrada de Vladimir Putin al poder sería un viaje sin retorno. Durante los últimos 20 años, ha oscilado entre el cargo de presidente y primer ministro, pero siempre siendo el encargado de tomar las decisiones fundamentales para el futuro de Rusia. Durante dos décadas ha tenido el tiempo suficiente para haber construido un sistema de poder que gira en torno suyo.
Evidentemente, Rusia se ha convertido en un Estado cada vez más autoritario, con menos libertades y derechos democráticos. «La misión de Putin es regresar al pasado. Quiere vengar lo que ha dado en llamar ‘la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX’: la caída de la Unión Soviética. Él y su entorno, antiguos oficiales de la KGB, creen que la destrucción de la URSS fue provocada por los servicios de inteligencia occidentales», explica el politólogo Valery Solovei.
La permanencia constante en el poder a través de un supuesto modelo democrático ha convertido a Vladimir Putin en un aliado, un ícono y un modelo a seguir para aquellos dictadores latinoamericanos que promueven el ‘Socialismo del Siglo XXI’. Por ejemplo, la influencia del líder ruso en Venezuela es innegable, no sólo por las buenas relaciones entre ambos países, sino también porque Putin se ha convertido en el paraguas que está salvando a Nicolás Maduro de las sanciones internacionales, de una posible intervención militar y de las presiones económicas contra el régimen chavista.
«Rusia apoya inquebrantablemente a todos los cuerpos legítimos de autoridad de Venezuela, incluida la presidencia y el Parlamento», afirmó Putin en el primer viaje de Nicolás Maduro a Moscú después de que Juan Guaidó fuera investido presidente interino de Venezuela.
Una situación similar ocurre en Argentina de la mano de Cristina Fernández de Kirchner. A pesar de que llegó a la Casa Rosada como primera dama durante la legislatura de Néstor Kirchner, la peronista volvió al poder Ejecutivo a través de la presidencia y, sólo hace unos días, a través de la vicepresidencia. Una permanencia constante en el poder que sólo fue momentáneamente interrumpida por el primer gobierno de Mauricio Macri, pero que recuerda las oscilaciones entre los cargos de presidente y primer ministro que han garantizado a Vladimir Putin su permanencia en el poder por dos décadas.
La amistad entre la vicepresidenta argentina y Putin quedó reflejada en su libro ‘Sinceramente’, donde Cristina Fernández de Kirchner cuenta cómo el presidente ruso Vladímir Putin fue el responsable de recuperar una carta del prócer argentino José de San Martín al libertador chileno Bernardo O’Higgins que se mantenía extraviada.
El modelo autoritario de Rusia, donde los poderes responden a una sola persona y se oculta la dictadura a través de un truncado sistema de apariencia democrático, ha tenido su mayor éxito en Venezuela, donde el chavismo mantiene el control total del país desde 1999.
Sin embargo, Argentina ahora tiene una nueva oportunidad de cerrar la brecha que permitió el acceso de Mauricio Macri, mientras que otras promesas autoritarias como Evo Morales ahora están siendo víctimas de un modelo que cayó por su propio peso, tras el estrepitoso fracaso de su fraude electoral.
¿Logrará Evo Morales un regreso ‘in extremis’ como los peronistas en la Casa Rosada para no decepcionar al experimentado espía de la KGB?