Los que le siguen el juego a Sendero son tarados de la política, subnormales de la ciudadanía, gente que no merece integrar un Congreso ni escribir en un medio de comunicación.
En el Perú existe una izquierda terruca, filosenderista, amante del peligro y la revolución,-según escribe Martín Santiváñez– con aspiraciones electorales e ínfulas de poder. Es pequeña, marginal, utópica en sus aspiraciones y realista, muy realista en los medios. Con la misma precisión matemática con que antes volaban por los aires a sus enemigos y masacraban poblaciones enteras meándose en el dolor, hoy pretenden regresar a la vida pública empleando las ánforas y apelando a las libertades que con tanta saña quisieron destruir.
Esa izquierda contaminada por la lucha de clases y el terror marxista, devota del pensamiento Gonzalo y perfumada con el anfo de Tarata, pretende legitimarse mimetizándose en los partidos políticos, asesorando a los demagogos progresistas y vendiéndonos con lágrimas de cocodrilo un pasado de víctimas sin atisbo de contrición.
Es, qué duda cabe, una izquierda asquerosa y deleznable, tan pervertida como la derecha fascista. El problema es que la primera, a diferencia de su némesis radical, recibe en pleno siglo XXI el apoyo insensato de su hermana de teta, la izquierda caviar. ¡Qué decepción, carajo! Han pasado treinta años desde que empezó la furia terrorista y los herederos de los hippies ochenteros, en vez de superar los errores de sus padres putativos y mandar al tacho a sus jefes en las ONG, prefieren tropezar con la misma piedra y exculpan, comprenden y apapuchan a los cobardes que pactaron con los peores enemigos que ha tenido este país.
Los que le siguen el juego a Sendero son tarados de la política, subnormales de la ciudadanía, gente que no merece integrar un Congreso ni escribir en un medio de comunicación. Sendero los contempla y se ríe, como lo hace un niño al ver un programa de Plaza Sésamo. «¡Complot!», gritan, aguerridos.
«¡Cargamontón!», estallan, contrariados. La blogresía repite el mantra ochentero y carga contra el Estado, el sistema y las Fuerzas Armadas. Estos Elmos y teletubbies de la izquierda del siglo XXI, tan pueriles como los muppets de los ochenta, desatan sonrisas de aprobación en el buró político senderista, feliz de constatar que la estupidez se transmite con la ideología y florece imbatible entre los progres de la nueva generación.
No cometamos el error de la izquierda Plaza Sésamo, instrumento absurdo del terror demencial. Con Sendero, ni olvido ni perdón. Y para los que cayeron en sus redes nauseabundas, el ostracismo, el repudio civil, la condena permanente. Los peruanos no seremos las marionetas infantiles de los que nos acuchillaron por la espalda. Eso nunca. Nunca más. Martín Santivánez Vivanco.