Esta carta, digna de la historia universal de la infamia, no pasaría de ser un arrebato aislado, dolorosamente cainita, si la estirpe de Portales no se hubiese reencarnado en la presidenta Bachelet
El 10 de setiembre de 1836, Diego Portales, supremo organizador de la república chilena –según un artículo de opinión de Martín Santiváñez– escribió una carta a Manuel Blanco Encalada, comandante en jefe de las fuerzas navales y militares que pondrían fin a la existencia de la Confederación Perú-Boliviana.
En ella, Portales afirmaba lo siguiente: «La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América» debemos dominar por siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre».
Esta carta, digna de la historia universal de la infamia, no pasaría de ser un arrebato aislado, dolorosamente cainita, si la estirpe de Portales no se hubiese reencarnado en la presidenta Bachelet y en tantos militares y políticos pinochetistas que hoy aplauden sus ridículos aspavientos de valkiria deshonrada. El traidor Ariza ha contribuido a concretar un poco más el sueño republicano de Portales, esa política de Estado que Chile no ha abandonado jamás.
¿Y cuál es el gran norte chileno? Ni más ni menos que el dominio del Pacífico Sur. El gobierno de Chile, sin importar su ideología, aspira al liderazgo regional y para ello aplica una política realista, alejada del buenismo progre de lo socialmente correcto y de los lastres del pacifismo unilateral. La estela de Portales se prolonga en la geopolítica del tirano Pinochet, en la praxis abusiva de muchos de sus capitalistas y en esa teoría rocambolesca que Jorge Martínez Busch, almirante y ex senador chileno, plasmó en un libro obtuso: La Oceanopolítica.
Chile no es una republiqueta envidiosa y asustadiza. Chile se ha convertido, tras batirnos en varias guerras expansionistas, en la República poderosa que Portales siempre soñó. No nos engañemos. Los países tienen intereses y éstos no pueden circunscribirse al segmento de lo civil o lo empresarial.
Latinoamérica está lejos, muy lejos de la paz kantiana. Si queremos obtener el poder nacional que nos permita doblegar a nuestros adversarios hemos de desarrollar una estrategia integral que abarque inteligencia, empresa, diplomacia, política interna y FF.AA. Nosotros, ¿qué república queremos ser? ¿Una doblegada por la sombra de sus vecinos o una decidida a ocupar su lugar en el continente? El Perú no debe temer a su destino. Si queremos grandeza, luchemos por ella. Tarde o temprano tenemos que despertar. Martín Santiváñez.