A lo mejor, la culpa de todo este lío está en la misma institución del matrimonio, que se halla en sus horas más bajas
Por si fueran pocos los tribunales a contradecirse, ahora el de Estrasburgo valida el matrimonio por el rito gitano de María Luisa Muñoz.
No tengo nada contra la mujer -«La Nena«- , quien seguramente ha amado a su pareja mucho más que otras con todo tipo de papeles en regla.
Me inquieta, no obstante, la paulatina equiparación de las situaciones de hecho a las de derecho, que acabará por vaciar de contenido a cualquier contrato.
Porque, ¿para qué contraer obligaciones jurídicas si se van a obtener los mismos derechos sin hacerlo?
Llevado el caso al extremo, cualquier ceremonia nupcial -«La justicia europea avala las bodas gitanas«- sería válida, desde los ritos mormones hasta los de la iglesia de Tom Cruise y John Travolta.
Incluso, ¿para qué inscribir en el juzgado el matrimonio católico de ser ésa la creencia de los cónyuges?
Por extensión, podríamos ahorrarnos la formalización jurídica de cualquier relación contractual, desde la compraventa de inmuebles hasta los préstamos hipotecarios.
¿Se imaginan la cantidad de tiempo y dinero que nos ahorraríamos en notarios, papeleo, registros públicos y demás? Lo difícil, claro, sería deslindar qué relaciones son reales y cuáles ficticias, dónde está la verdad y dónde radica la mentira.
Para eso, precisamente, se crearon los contratos.
A lo mejor, la culpa de todo este lío está en la misma institución del matrimonio, que se halla en sus horas más bajas.
Por eso, quizás habría que suprimirlo. Total, si da lo mismo casarse que no hacerlo, si sólo duran un suspiro las relaciones de pareja y si su ruptura entraña muchas veces líos desagradables, ¿para qué seguir con una institución tan problemática?