La identidad de los españoles es la que demarca la Constitución
Hace unos días, el presidente Nicolas Sarkozy abrió un debate sobre la identidad de Francia, un país de más de sesenta millones de habitantes donde viven muchos extranjeros, la inmensa mayoría de religión musulmana.
La pregunta que se hizo Sarkozy también nos la podemos hacer nosotros. ¿Cuál es la identidad española? ¿Qué papel juegan ahí los inmigrantes? ¿Cuál es el futuro de nuestra nación, cada día más controvertida por la creciente deslealtad que hacia el sistema constitucional protagonizan los políticos llamados soberanistas?
¿Dónde está la identidad española? Es evidente que no llegaríamos muy lejos si tratáramos de configurarla en base a aspectos étnicos o físicos.
Tampoco parece que sea concluyente la referencia a la historia, a los idiomas que hablamos, a la evidente especificidad sociocultural. No.
Ese camino es complejo, confuso, poco científico. Aunque existen sentimientos muy raigales, y compartidos en el sabernos españoles, en esa pertenencia.
Hay que ser más objetivos, más prácticos, más universales. Para ello es imprescindible recurrir al concepto, tan iluminador, del patriotismo constitucional.
Porque los derechos y deberes constitucionales, aparte de que nos vinculan con el resto de los estados occidentales, son el resumen de los valores que la ciudadanía ha ido concretando década a década.
Ellos son el corazón de la convivencia y de la organización social y política.
La identidad de los españoles es la que demarca la Constitución. Y sobre ella, conviviendo con tantas otras, están las identidades particulares que podríamos definir como regionales, provinciales, comarcales… de tantos escalones y peculiaridades.
Siendo, a la vez, importantísima en esta suma, la identidad que aportan los inmigrantes. Identidad plural, diversa, de muy diferente origen y expresión. Pero identidad que, en definitiva, también ha de acomodarse, plenamente, en los valores constitucionales.
Porque tan españoles son y serán quienes nacieron en el viejo solar ibérico como quienes vienen de lejanas tierras a trabajar aquí, a crear aquí, a aprender, a cumplir las normas, a compartir los valores. Y, además, ellos aportan su mirada diferente al mundo.
Es una pluralidad que nos lleva hacia lo universal. Una pluralidad inclusiva, optimista y abierta. En la que lo único que no cabe es aquello que atente contra los derechos y los deberes constitucionales.
De este modo, desde España, estaremos construyendo la nueva ciudadanía. Que trasciende fronteras, que se siente implicada por lo que sucede en todo el mundo. Y que, a la vez, tiene su engarce en la ley.
Y su vínculo sentimental en la España que cada uno prefiera: la vasca, la castellana, la catalana o la gallega; la España de los inmigrantes balcánicos o africanos, musulmanes o latinoamericanos. Todos cabemos en ella.
NOTA.- Este artículo se publicó originalmente en el diario La Gaceta.
Rafael Blasco Castany es ‘conseller’ de Solidaridad y Ciudadanía, y portavoz del PP en las Cortes Valencianas.