"Cerrarle el paso a Susana Villarán por la vía de los hechos era, pues, una consigna que este Bonaparte (Alan García) sin batallas pero sí con huídas se había impuesto"
AHORA ya se sabe: quien puso nuevas reglas para que la ONPE tuviera que observar las 8.300 actas que llegó a observar fue el Jurado Nacional de Elecciones, ese bastión que García considera suyo y que muchos tememos que, en efecto, haya sido impregnado de alanismo.
Secuestrar más de una cuarta parte de las actas (exactamente el 26%) para su conteo posterior y esmerarse para que esas actas pertenezcan, en el 75 por ciento de los casos, a distritos populares donde la Villarán ganó, es algo digno de sospecha.
Tendríamos que haber sufrido una severa lobotomía, como la que parecen haber experimentado algunos asesores de la Villarán, para no dudar de la limpieza de un proceso en el que un millón y medio de seis millones de votos son puestos en cuarentena.
Si nos gobernara Santa Rosa de Lima, diríamos, por supuesto, que todo se debe a la confusión de los miembros de mesa, la poca preparación o la mera ausencia de muchos personeros de Fuerza Social y la pericia de los representantes del PPC instruidos por sus más avezados abogados.
Pero no es así. Porque ocurre que el 27 de agosto del 2010 el Jurado Nacional de Elecciones cambió las reglas de juego en cuanto a las mesas observables y, en nombre de los intereses el translúcido doctor García, pateó el tablero.
Y esto encaja perfectamente con una cadena de hechos que empieza por la intervención sin pudor de García en el proceso electoral. Intervención que alcanzó cotas de escándalo cuando, en plena votación, faltando cuatro horas para el cierre de las mesas, se atrevió a decir que los apristas debían votar «por la continuidad de las obras realizadas en el municipio».
Era el mismo García que, en marzo del 2009, ante una platea de mandamases y banqueros latinoamericanos, había soltado estas palabras: «En Perú, el Presidente tiene un poder. No puede hacer Presidente al que él quisiera, pero sí puede evitar que sea Presidente quien él no quiera».
Esta declaración mafiosa revela hasta qué punto Alan García considera a la democracia una estafa y fue el anuncio de lo que puede estar sucediendo en estos momentos. Y García sabe muy bien de qué habla porque en el 2006 fueron sus personeros-langostas quienes le quitaron a Lourdes Flores los 61 000 votos que decidieron el pase a la segunda vuelta.
«Aquí no va a pasar nada, no se va a mover nada», dijo García en marzo del 2009. Y añadió: «De manera que puedo garantizarles a todos los que quieran traer un centavo a este país que está garantizado por la estabilidad política que va a tener Perú en los próximos diez años. Esta es mi contribución a largo plazo…»
Cerrarle el paso a Susana Villarán por la vía de los hechos era, pues, una consigna que este Bonaparte sin batallas pero sí con huídas se había impuesto. Porque, según él, ofende al sistema todo aquello que pueda ser tibiamente cuestionador, vagamente insumiso, relativamente desafecto. García quiere a su alrededor ovejas apristas que se hagan la pichi cuando él levanta la voz.
El 27 de agosto del 2010, el día en que el Jurado Nacional de Elecciones publicó el nuevo reglamento para observar actas de sufragio, la señora Villarán ya tenía 22 por ciento de intención de voto y tendía a crecer, de un modo imparable, en cada sondeo. De modo que es perfectamente posible que, ante la inminencia de una victoria maldita para los intereses «del sistema», García y el Jurado Nacional de Elecciones hayan perpetrado la Resolución 1717-2010 JNE, publicada 36 días antes de las elecciones en el diario oficial El Peruano.
La Resolución en cuestión modifica y amplía los motivos para observar las actas electorales. Y su sombría y premeditada tardanza obligó a la ONPE a instruir, a toda prisa y contra el tiempo, a sus coordinadores. Esto explica en gran medida el porqué del enorme número de actas observadas.
La norma del Jurado Nacional de Elecciones se regocija advirtiendo: «El acta observada con grafías, signos y caracteres ilegibles, sin datos, incompleta o con error material no será ingresada a la contabilización de votos, hasta que el Jurado Electoral Especial resuelva levantando las observaciones». (Y «error material» puede ser cualquier cosa).
Por eso es que el miércoles pasado la pobre señora Chu, que no dijo nada de pura timidez o porque había sido discretamente advertida, tuvo que salir a declarar, ante el cargamontón y los justos reclamos, que la ONPE sólo había acatado las disposiciones del Jurado. Eso, claro, no exime a la ONPE de la vergüenza.
Las elecciones mediáticamente más sucias de los últimos años han tenido quizás el desenlace que se merecían: un zafarrancho de ineptitudes, números y porcentajes puestos en duda, candidata derrotada que bailaba alegrísima y candidata ganadora que balbuceaba por la mañana algo que por la noche contradecía mientras algunos de sus voceros se esmeraban en ser patéticos.
Que no crea la señora Villarán que por decir que está dispuesta a coordinar todo con García la piratería electoral la va a perdonar. Que no crea el señor Zegarra, su jefe de campaña, que por decir que la señorita Chu le merece toda su confianza se librará, al final y si todo esto persiste, de las ablaciones del Jurado. Sería bueno que la señora Villarán entendiera, además, que cientos de miles de votos por ella obtenidos provienen de gente que la quisiera más firme y menos parecida a la chica del arcoiris que a veces pretende ser. Su compromiso con una izquierda abierta y democrática le tendría que exigir una conducta distinta a la de la gente que ha combatido y que la trató de asesinar moralmente. Y la verdad es que algunas de sus últimas declaraciones parecen dictadas por lo más trémulo de su equipo asesor.
Respecto de Lourdes Flores, qué espantosa decepción. Si algo había tenido esta amable mujer era un claro instinto del ridículo, una cierta estética para el gesto. Verla bailar como achorada junto a un rumiante vestido de lentejuelas el mismo día en que la declaraban provisionalmente derrotada (por nueve décimas, es cierto, pero derrotada al fin) ha sido un espectáculo perturbador. Maliciosamente perturbador. Porque esa alegría de marquesina parecía venir del futuro, de las mesas que variarán las cifras, de las actas que revisarán en el Jurado, de las restas convenientes y de las sumas no teológicas de la cumbiamba que amenaza venir.
Lourdes Flores no es que pierda. Es que no puede ganar. Tiene un ángel de la guarda invertido que la conduce, por lo general, a las malas juntas, los eslóganes vacíos y los asesores aprovechados. Pero tiene, sobre todo, un verbo antiguo y florido, una oratoria de club escolar, una laringe bedoyista que emite frases redondas que no quieren decir nada. El problema de Lourdes son sus padres. El biológico metió la pata de un modo histórico. El político y putativo, el muy venerable don Luis Bedoya, la ha marcado con su pico de oro y el fraseo de cuando los almanaques lucían a Ava Gardner. El día en que fue ella -abogada feroz, brillante y precisa-, el día del debate, fue su mejor día. Pero ya era tarde. El PPC y sus bufetes de vivazos a tanto la minuta le habían construído una nueva derrota. Ojalá sea la última. (Tomado de «Hildebrandt en sus trece»)