Es un lenguaje popular con alusiones sexuales, muy común en algunos barrios y comunidades mexicanas

El albur, el «código secreto» de México

En los albures las palabras cobran dos o hasta tres sentidos, todos vinculados al sexo

El albur, el "código secreto" de México
Barrio de Tepito.

En este caso las palabras clave para entender el albur son anillito y medallón: la primera es una forma de decir ano, y la otra es igual a decir "me das"

Si usted viaja a México y escucha una frase o palabra aparentemente sin sentido, y enseguida la risa de quien se lo dijo, es que lo han «albureado». El albur, un lenguaje popular con alusiones sexuales, es común en algunos barrios y comunidades mexicanas.

Una divertida esgrima verbal donde gana quien tiene la respuesta más rápida y creativa, sin incurrir en agresiones o malas palabras.

Algunos, como Lourdes Ruiz, campeona nacional de albures, dicen que podría ser un buen método educativo porque requiere un amplio vocabulario, atención y destreza mental para reaccionar en segundos.

«Si la Secretaría de Educación Pública diera clases de albures, seríamos muy buenos en matemáticas, en física, en química o en geografía, porque todo es usar el cerebro», explica en conversación con BBC Mundo

Ruiz, comerciante de ropa interior en el popular mercado de Tepito, predica con el ejemplo: desde hace varios años ofrece talleres para enseñar a «alburear».

Y aunque muchos creen que es un terreno exclusivo de los hombres, la mayoría de los alumnos son mujeres.

El chico medallas

En los albures las palabras cobran dos o hasta tres sentidos, todos vinculados al sexo.

La combinación de verbos y sustantivos con gestos o sonrisas convierten una conversación inocente en un albur.

Como esta frase de Lourdes Ruiz: en la capital mexicana, dice, «hay muy buenos relojeros que de un anillito te hacen un medallón».

En este caso las palabras clave para entender el albur son anillito y medallón: la primera es una forma de decir ano, y la otra es igual a decir «me das».

Y es que el albur está en todas partes, explica a BBC Mundo Alfonso Hernández, cronista del popular barrio de Tepito, en el centro de Ciudad de México.

«Se da con la comida, se da con los lugares, se da con las partes del cuerpo, con las frutas. Si hablas de los tacos de cabeza dices: pues chupa limón, ¿no?».

La traducción es: cabeza igual a pene, y el verbo que le sigue se explica por sí solo.

En todos los casos, la clave para que este lenguaje funcione es la diversión: si el aludido no se ríe, el albur no funciona.

Contracultura y resistencia

Los albures forman parte del lenguaje popular en varias partes del país, aunque en Tepito adquieren otro significado.

Desde su fundación, en la época prehispánica, los habitantes del barrio siempre han mantenido un férreo sentido de independencia al resto de la sociedad, e incluso de sus calles salieron guerrilleros que combatieron a las tropas de Estados Unidos que invadieron México en el siglo XIX.

«Alburear» se convirtió en parte de la idiosincrasia de los tepiteños, un lenguaje asociado a los oficios y costumbres de su vida diaria. También, de paso, se volvió un símbolo de resistencia cultural, dice Hernández.

«Estamos perdiendo la esencia del mestizaje con España que trajo aparejado otra forma de llamarle a las cosas, entre el nombre indígena y el español», explica el cronista.

«La picardía mexicana y la fenomenología del relajo (fiesta, desorden) son algo que identifica al mexicano contra la fayuca (contrabando) cultural, el coloniaje que sigue presente para supuestamente hacernos hablar correctamente».

Feminismo

En México muchos creen que el albur es sólo para hombres, pero desde hace algunos años las mujeres parecen ganar terreno.

Lourdes Ruiz es un ejemplo. Cuando era niña se desesperaba porque nadie le explicaba las bromas con doble sentido, muchas dirigidas hacia ella.

En las calles del llamado barrio bravo la comerciante aprendió a defenderse de las alusiones sexuales y desarrolló tal habilidad que en 2007 fue designada la campeona nacional de los albures. Nadie ha logrado destronarla.

Así, decidió enseñar a otras mujeres porque si bien puede ser un lenguaje lúdico, también suele resultar molesto.

El albur, pues, resultó una inusual herramienta de igualdad, reconoce Ruiz.

«Muchos se asombran porque soy mujer, pero somos iguales», explica. «Tan sencillo, los hombres tienen lo que queremos, pero nosotras tenemos lo que ellos desean».

 

 

 

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Autor

Emilio González

Emilio González, profesor de economía española, europea y mundial en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Autónoma de Madrid.

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