"Mi cerebro se pudrió, no queda nada de mí: es hora de que me entierren"

El hombre que piensa que está muerto y no se mueve del cementerio

Martin padecía de síndrome de Cotard -también conocido como delirio de negación o delirio nihilista-

El hombre que piensa que está muerto y no se mueve del cementerio
Síndrome de Cotard GB

– ¡Buenos días Martin! ¿Cómo estás?

– Igual, supongo: muerto.

– ¿Qué te hace pensar que estás muerto?

– Y a usted, doctor Broks, ¿qué le hace pensar que está vivo?

El doctor es Paul Broks, neuropsicólogo clínico, es decir, alguien que estudia la relación entre la mente, el cuerpo y la conducta.

Y Martin, «un caso muy raro», señala Broks.

– Pues yo estoy muy seguro de que estoy vivo porque estoy sentado aquí contigo, estamos conversando, estoy respirando, puedo ver cosas… y parece que tú estás haciendo lo mismo, así que también estoy seguro de que estás vivo.

– No estoy sintiendo nada. Nada de esto es real.

– ¿Quieres decir que no te sientes igual que antes o te sientes un poco deprimido quizás?

– Nada de eso. No siento nada en absoluto. Mi cerebro se pudrió, no queda nada de mí: es hora de que me entierren.

¿De verdad pensaba que estaba muerto o era una metáfora?

La causa exacta de este síndrome no es conocida, pero ha sido tratado con éxito con medicamentos combinados con terapia electroconvulsiva.

«Entre más indagué, más cuenta me di de que literalmente creía que estaba muerto», cuenta Broks.

– Pero estás pensando en esto. Si estás pensando, debes estar vivo. ¿Quién está pensando si no eres tú?

– No son pensamientos reales. Sólo son palabras.

Martin padecía de síndrome de Cotard -también conocido como delirio de negación o delirio nihilista-, una enfermedad mental que lleva a la persona creer que está muerta, que no existe, que se está descomponiendo o que ha perdido toda su sangre o sus órganos internos.

Esa pequeña persona

La enfermedad desestima la más básica intuición que tenemos: aunque no estemos seguros de nada más, al menos sabemos que existimos.

Los enfermos viven una realidad distorsionada.

«Es la intuición más profunda de todas», confirma el doctor.

Todos tenemos un fuerte sentido de identidad, esa pequeña persona u homúnculo (del latín homunculus que significa hombrecillo), que parece vivir en algún lugar detrás de nuestros ojos y nos hace sentir ese Yo que cada uno de nosotros somos.

Ese homúnculo está siempre presente a pesar de que el concepto del Yo es resbaladizo.

Entre más lo pensamos, más difícil es de definir: ¿seremos una colección de memorias? De ser así, ¿dejamos de ser si las perdemos?

Los neurocientíficos nos dicen que no hay nada más que el cerebro y que incluso las decisiones más conscientes tomadas libremente ya estaban hechas, antes de que nuestro Yo se enterara.

¿Cómo sabemos que somos la misma persona cuando nos despertamos por la mañana, después de que nuestro Yo estuvo ausente durante horas?

¿Qué pasa si, como Martin, pensamos que nuestro Yo ya no existe?

No era una metáfora; era un síndrome descrito por primera vez en 1880 por el neurólogo Jules Cotard.

Pienso que no existo

Hay un filósofo que tiene la respuesta.

«Descartes decía que era posible que nuestro cuerpo o hasta nuestro cerebro fueran una ilusión, pero que no podíamos dudar de que teníamos una mente y de que existimos pues incluso dudarlo prueba que estás pensando, y si estás pensando tiene que ser porque existes»,

dice el neuropsicólogo.

Paradójicamente, aquellos que sufren de Cotard nos pueden ayudar a entender ese Yo.

«Hay otro caso, que en la literatura médica se le conoce como Graham y fue paciente de un neurólogo amigo mío llamado Adam Zeman, de la Universidad de Exeter, Inglaterra»,

cuenta Broks.

¿Dónde piensa Zeman que está el Yo en el cerebro?

«Yo creo que está representado innumerables veces en el cerebro. Está en todas partes y en ninguna».

Zeman le explicó a la BBC que entre esas representaciones está la del cuerpo, nuestro Yo físico, tanto por dentro como por fuera; y también nuestro Yo como sujeto de experiencias y nuestro Yo como entidades que se mueven en el espacio y el tiempo.

«Estamos conscientes de nuestro pasado y podemos proyectarnos al futuro. Entonces, tenemos nuestro Yo corporal, nuestro Yo subjetivo y nuestro Yo temporal»,

dice Zeman.

«Eso es la conciencia extendida, el Yo autobiográfico, lo que nos lleva a Graham, el paciente con síndrome de Cotard»,

señala Broks.

El primer caso de Cotard fue una mujer que negaba la existencia de partes de su cuerpo y su necesidad de comer. Creía que había sido sentenciada a la condenación eterna, por eso no tendría una muerte natural. Murió de inanición.

Graham

«Él había tratado de suicidarse metiendo un calentador eléctrico en la tina, pero no sufrió ningún efecto físico serio», explica Zeman.

«Sin embargo, quedó convencido de que su cerebro ya no estaba vivo. Y cuando uno lo cuestionaba, daba una versión muy persuasiva de su experiencia», agrega.

«Decía que ya no necesitaba comer ni beber ni dormir. La mayoría de nosotros alguna vez nos sentimos terriblemente y lo expresamos diciendo ‘estoy muerto’. Cuando hablabas con Graham era como si lo hubiera invadido esa metáfora».

La manera en la que Graham describía su experiencia era tan intrigante que los neurólogos decidieron observar cómo se estaba comportando su cerebro.

Zeman estaba estudiando el caso con su colega Steven Laureys.
Laureys trabaja en la Universidad de Liège, donde cuenta con aparatos sofisticados, así que Zeman llevó a Graham a Bélgica.

«Para la sorpresa de Steven y mía, el escáner mostraba que Graham estaba dando una descripción acertada del estado de su cerebro, pues la actividad era marcadamente baja en varias áreas que están asociadas con la experiencia del YO», cuenta Zeman.

«He analizado escáneres durante 16 años y nunca había visto a alguien que estuviera de pie, relacionándose con otra gente, con un resultado tan anormal. La función del cerebro de Graham se parece a la de alguien que está anestesiado o dormido. Ver este patrón en alguien que estaba despierto es, hasta donde sé, muy raro»,

declaró Laureys.

¿Una especie de zombi filosófico?

«Él mismo decía que se sentía como un muerto viviente y se la pasaba en el cementerio local pues sentía que tenía más en común con los que estaban enterrados», recuerda Zeman.
Pero, esas regiones del cerebro que no estaban funcionando normalmente en el cerebro de Graham, ¿eran efectivamente las que tienen que ver con la identidad?

«Curiosamente, el sistema cerebral que recientemente ha sido más asociado con el Yo Extendido es la red neuronal por defecto, que es precisamente la que estaba afectada en el caso de Graham», señala Zeman.

¿Red neuronal por defecto?

«Si pones a alguien en un escáner y le pides que sencillamente se relaje, este es el conjunto de regiones que está más activo. Y resulta que estas regiones están vinculadas a nuestra habilidad para recordar el pasado y proyectarnos al futuro, a pensar en uno mismo y en los otros, y a las decisiones morales», explica el neurólogo.

«Todas esas funciones están muy asociadas con el Yo».

En el caso de Graham, esa red no estaba funcionando apropiadamente… en cierto sentido, estaba muerto.

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