Nos seguían cogiendo, empujándonos, siguiéndonos, diciéndonos cosas y cada vez aparecían más, ofreciéndonos dinero para que se la chupáramos
Era la primera vez. Julia, su hermana Irene y su amiga Paola (nombres ficticios para salvaguardar su identidad), de 17, 14 y 16 años respectivamente, salían a la playa, a la de su pueblo, Mazarrón, en Murcia, a disfrutar de la Noche de San Juan.
No eran chicas a las que les gustara ir a su aire: disfrutaban de la compañía de su familia y su círculo más cercano. Los de siempre.
Habían terminado las clases y delante de ellas sólo quedaba el lejano horizonte de septiembre. Las tres chicas habían convencido a sus padres para quedarse un rato más en la playa.
Estarían solas, rozando la independencia de la adultez con los dedos. Un primer experimento: Paola, Julia e Irene habían pasado el inicio de esa noche del 23 de junio de 2018 con los abuelos de las dos últimas, alrededor de una hoguera.
No sería demasiado tiempo: sólo lo que tardaran en aparcar los padres de las hermanas. Era ya bien entrada la noche y los sitios libres escaseaban, según recoge Marta Espartero en El Español.
Eran poco más de las dos de la mañana, según confirma el abogado de las víctimas, Jorge Novella.
Los abuelos de las crías se habían marchado y los padres estaban por los alrededores, buscando aparcamiento, para reunirse con sus hijas y seguir disfrutando de la noche.
La carta de las niñas, de la que reproducimos algunos fragmentos sueltos, es estremecedora:
“[El tío] Dijo que por qué lo habíamos traído [el perro] y se quedó un rato tocándolo. Entonces pasó a decir que tenía unos amigos, que si queríamos ir a conocerlos, le dijimos que no, él dijo que sí, que así no estábamos solas, los llamó y, cuando estaban viniendo, nos levantamos para irnos».
«Como íbamos `mal´, se aprovecharon y nos cogieron del brazo, diciéndonos que nos fuéramos con ellos, que no pasaba nada. Dijimos que no e intentamos soltarnos, sobre todo porque un niño estaba acosando a mi hermana y ella nos estaba pidiendo ayuda, porque no dejaba de agarrarla”.
«Ellos nos decían que no pasaba nada, entonces nos llevaron del brazo a un sitio muy apartado de la playa donde no había nadie, sólo ellos y más amigos suyos que se acercaban. Nos arrodillaron a la fuerza, se bajaron el bañador y nos obligaron a que se la chupásemos, empujándonos de la cabeza y no dejándonos que nos levantáramos».
«Nos intentamos levantar porque a mi hermana la seguía acosando ese niño, restregándose con ella y diciéndole que se la iba a follar. Ellos le decían a mi hermana que se acercara ella también, empezamos a decirles que mi madre estaba en la playa, pero no nos dejaban, nos agarraban del cuello y de la cabeza. No podíamos movernos, entonces vomité y fue cuando pudimos levantarnos».
«Mientras, a mí el zagal que nos perseguía me estaba acosando, no me dejaba moverme. No paraba de tocarme, empujarme contra la pared y decirme ‘hazme lo mismo que ellas’ y que quería mantener relaciones conmigo, pero no llegó a hacerme nada.
«Les dijimos que nos íbamos, que mi madre me estaba llamando, pero aún así no nos dejaron, nos seguían cogiendo, empujándonos, siguiéndonos, diciéndonos cosas y cada vez aparecían más, ofreciéndonos dinero para que se la chupáramos. Paola [nombre distinto al real] tuvo que arañar a uno para que la dejaran y entonces empezamos a andar rápido y poco a poco se dispersaron, hasta que llegó mi madre con el coche».
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