México fue el laboratorio del espionaje estadounidense desde el siglo XIX. Aquí nació, digamos, el primer antecedente de la CIA (Central Intilligenge Agency) en medio de una trama de guerra y traición, según recoge Elia Baltazar en infobae.
Ocurrió durante la invasión de Estados Unidos a México, entre la primavera de 1846 y el otoño de 1848. Fue una guerra de 20 meses que comenzó con la anexión de Texas al territorio estadounidense y concluyó con la caída de la Ciudad de México y firma de los Tratados de Paz de Guadalupe-Hidalgo.
Durante esta intervención armada, Estados Unidos recurrió por primera vez al espionaje en un país extranjero mediante la conformación de lo que llamó «The Mexican Spy Company» (La Compañía Mexicana de Espionaje), y de la que en realidad se sabe poco con certeza.
Sólo a partir del trabajo de historiadores como Pablo Ramos, Carlos Alberto Reyes Tosqui, Carlos Montenegro, Antonio García Cubas, Enrique de Olavarría y Ferrari y textos sobre la historia de la inteligencia en Estados Unidos es posible conocer a grandes rasgos este capítulo de espionaje a la mexicana.
Una historia desempolvada
La memoria de aquel cuerpo de espionaje integrado por mexicanos que sirvieron a Estados Unidos estuvo dispersa hasta 1975 que el Congreso de Estados Unidos creó el Comité Church para investigar actividades federales de espionaje bajo sospecha de ilegalidad.
Hay pocos libros y documentos sobre aquel “ejército” de espías que sirvió a EEUU.
Durante sus investigaciones, aquel comité integrado por 11 senadores y encabezado por el demócrata Frank Church se remontó hasta la invasión de Estados Unidos a México.
Con base en estudios académicos y documentos históricos almacenados por el Congreso, la Comisión Church dio cuenta de los servicios que había prestado «La Compañía Mexicana de Espionaje» al ejército estadounidense comandado por el general Winfield Scott, quien había desembarcado con sus tropas en el puerto de Veracruz, en marzo de 1847.
Scott ya había previsto la necesidad de recurrir a un «servicio de inteligencia» desde el avance de los estadunidenses por el norte de México, que tuvo un alto costo en sangre a pesar de sus victorias sobre los mexicanos.
De modo que en su avance hacia la Ciudad de México los estadounidenses consideraron incluir el espionaje como parte de sus tácticas de guerra, y hasta tenían previsto un presupuesto para pagar esos servicios.
El bandolero perseguido
La oportunidad de concretar su plan de espionaje ocurrió al tomar la ciudad de Puebla, en mayo de 1947. Allí el teniente coronel Ethan Allen Hitchcock, mano derecha de Scott y en los hechos su jefe de inteligencia, supo de un temido bandolero mexicano de nombre Manuel Domínguez, a quien llamaban «El Chato», que asolaba la región.
De aquel bandido nacido en Puebla se sabe muy poco. Mezclada la historia con la leyenda, se dice que fue zapatero de oficio, carnicero y comerciante de telas. Que se convirtió en bandido luego de que en uno de sus viajes a la capital del país fue despojado de sus pertenencias por un oficial del Ejército mexicano, narró él a los estadunidenses. Juró vengarse y para ello organizó una banda de delincuentes dedicada al saqueo en la ruta de Veracruz a la Ciudad de México, la más transitada entonces.
Si «El Chato» tuvo un pasado honesto quedó enterrado por su historia delictiva y su papel como traidor de la patria.
Hombre inteligente y audaz, dicen, ejercía liderazgo sobre otros delincuentes de las regiones de Tlaxcala y Veracruz. Tres veces fue detenido, enjuiciado, encarcelado y –nadie sabe cómo– liberado.
De su aspecto, los estadunidenses afirmaban que no tenía pinta de malhechor, a pesar de su mala fama. En cambio, la versión nacional lo describe «repugnante», de piel color cobrizo, pelo y barba negros, labios gruesos y amoratados y nariz chata. Siempre con dos enormes pistolas a la cintura, un puñal, una lanza y machete.
Era tan temido en Puebla que los mismos habitantes –el clero y las familias privilegiadas, principalmente– pidieron al general Willian Jenkins Worth, militar a cargo de la plaza ocupada, que detuviera a aquel bandido. Y lo hizo, pero para otros fines.
El nacimiento de «La Compañía»
Al tanto de los planes de espionaje, el general Worth puso a Domínguez a disposición de Hitchcock, que de manera urgente necesitaba una solución para despejar rutas que permitieran a los estadunidenses el tránsito y el intercambio de información para prevenir ataques de la resistencia mexicana frente a la invasión.
Detenido el 2 de junio, Manuel Domínguez fue presentado ante Hitchcock en los días posteriores con el aval del general Wilson.
En su diario de guerra, el 5 de junio de 1847, Hitchcock relata que un «muy celebrado capitán de asaltantes», que «conoce a la gente y todo el país», comenzó a prestar sus servicios al ejército de Estados Unidos.
El teniente coronel Ethan Allen Hitchcock, estratega del experimento de inteligencia de EEUU en México.
Hitchcock había ofrecido a Domínguez trabajar para los estadounidenses a cambio de un salario de coronel. El bandido aceptó. Pero antes tuvo que pasar una prueba de lealtad cuando le asignaron una tarea de mensajero entre las tropas de ocupación de Puebla y Jalapa, en Veracruz: lo enviaron con un comunicado urgente que Domínguez trajo de vuelta, dos semanas después, con una respuesta.
Sólo entonces Hitchcock le pidió que organizara un grupo. Al parecer, tenía amplias expectativas de los resultados que podía ofrecerle aquel ladrón en funciones de espía, según escribió en su diario el 20 de junio de 1847.
«A través de este hombre, estoy ansioso por llegar a un arreglo en este sentido: que por una suma de dinero aún por determinar, los ladrones dejarán pasar a nuestra gente sin molestia y, por una compensación adicional, nos proporcionarán guías, mensajeros y espías», anotó.
Hitchcock se refería a los mexicanos organizados en pequeños grupos irregulares, que trataban de interceptar los convoyes cargados con parque y pertrechos del ejército invasor.
En muchas ocasiones aquellas débiles guerrillas habían tenido éxito y logrado interrumpir el abastecimiento que llegaba del puerto de Veracruz a Puebla.
De profesión: bandoleros
Al principio, Domínguez organizó un pequeño grupo de 5 delincuentes que fueron utilizados sobre todo como correos. Más tarde se integraron otros 12 y las tareas del grupo se ampliaron a labores de espionaje y contraguerrilla para neutralizar a los grupos de la resistencia mexicana que entorpecían la logística del ejército estadounidense.
Hitchcock los bautizó como «The Mexican Spy Company» y a sus filas integró sobre todo a delincuentes excarcelados amigos del «Chato».
A esos «criminales salidos de las cárceles», como los describió el historiador y escritor Antonio García Cubas, Hitchcock les ofreció una paga de 20 dólares al mes, que superaba los ingresos de muchos soldados estadunidense.
También les diseñaron un uniforme copiado intencionalmente de los llamados «lanceros», un grupo que pertenecía a la caballería mexicana: con casacas de color verde brillante y pantalones oscuros, que se distinguían de los verdaderos «lanceros» por un pendón rojo atado en sus enormes lanzas y una banda del mismo color alrededor de sus sombreros.
La ilustración muestra el uniforme que diseñaron especialmente para los integrantes de “La Compañía”.
A Domínguez además le otorgaron el grado de coronel de «La Compañía» y pusieron a sus órdenes a un capitán de Virginia apellidado Spooner y a dos lugartenientes también estadounidenses.
Hay quienes calculan que «La Compañía» llegó a sumar entre 100 y 300 integrantes de base y hasta 2.000 que actuaban de manera temporal como «agentes encubiertos» en plazas y mercados.
«La Compañía Mexicana de Espionaje» fue tan útil para los fines militares del general Scott que en una carta escrita en Puebla y dirigida al coronel Thomas Child, destacamentado en Veracruz, le expresa su satisfacción por sus operaciones.
«Me han proporcionado los espías poblanos los más exactos informes sobre los movimientos del enemigo y los planes de sus paisanos; por conducto de ellos pude aprehender a varios militares y civiles en las reuniones nocturnas que tenían por objeto sublevar al populacho. La compañía de espías ha peleado con valor, y está tan comprometida que tendrá que salir del país cuando se retire nuestro ejército».
El capitán Robert Anderson, de la Tercera Artillería, también se ocupó del grupo de espías. En una carta a su madre escribió: «Tenemos a nuestro servicio a una compañía de mexicanos llamados Los 40 Ladrones. El otro día les preguntamos si temían ser asesinados por el Ejército Mexicano y nos respondieron que ése era un asunto de ellos nada más. Son muy valiosos para obtener información y son utilizados en forma individual o colectiva, según se requiera. El líder dice que podría incrementar el grupo de espías hasta llegar a 1.500 o 2.000 hombres».
Pero no todos los militares estadounidenses pensaban igual. El general Joseph Lane veía a aquellos mexicanos con desprecio y alguna vez los describió así: «Son hombres que decidieron traicionar a su propio país cubriéndose con infamia. Cada hombre de esa compañía fue un pájaro de cárcel y creo que no podría haber sido posible reunir a un peor cuerpo de hombres».
El final de la compañía
Los espías bandidos de la Compañía, a sabiendas del apoyo del ejército invasor, derrocharon crueldad en sus operaciones. Cuando sospechaban que algún pueblo entre Veracruz y la Ciudad de México apoyaba a los grupos de la resistencia mexicana, lo atacaban y a sus habitantes los amenazaban, golpeaban, torturaban y mataban hasta delatar a los rebeldes. A estos, los ajusticiaban sin necesidad de llevarlos antes los estadunidenses.
Cuando el ejército estadounidense marchó hacia la Ciudad de México, a su lado pelearon los miembros de «La Compañía», bajo las órdenes del general Franklin Smith.
Participaron además en la histórica batalla de agosto de 1947 que terminó con la toma de Churubusco. Allí tomaron prisionero al general que había encabezado la defensa, Pedro María Anaya, quien al ver a Domínguez lo llamó «traidor». Como traidores llamó Hitchock a los combatientes del Batallón de San Patricio que habían desertado del ejército estadunidense para combatir con los mexicanos.
“Los poblanos”, como llamaron también a los espías bandoleros, pelearon al lado de los estadounidenses.
Tomada la Ciudad de México, «los poblanos» –como también los llamaban– se convirtieron en una verdadera calamidad para las autoridades y los habitantes de la ciudad.
En la capital, y con la tácita complicidad de Hitchcock, los hombres de Domínguez robaron, escandalizaron, atacaron a la población y mataron con impunidad a policías y «serenos» (una especie de vigilantes de la época). También fueron ellos, al parecer, quienes persiguieron y capturaron a otros dos importantes generales del ejército mexicano: Anastasio Torrejón y Antonio Gaona, en enero de 1848.
Pese a lo anterior, en el ensayo «Putting a Human and Historical Face on Intelligence Contracting», el historiador estadunidense de la Universidad de Georgetown, Raphael S. Cohen, afirma que el entonces todavía presidente Antonio López de Santa Anna, les hizo una oferta de perdón y les ofreció una recompensa por desertar, en una carta firmada el 11 de septiembre de 1847. La compañía lo rechazó y se mantuvo leal a Estados Unidos.
Pero una vez firmados los Tratados de Paz de Guadalupe-Hidalgo, a mediados de 1848, la «Mexican Spy Company» ya no tuvo razón de ser.
Sin duda había resultado un éxito para los estadunidenses que, gracias a ella, lograron hacerse de informantes, correos y desertores. Incluso se dice que un mayordomo del propio presidente Santa Anna colaboró con los espías.
En su diario, el 5 de junio de 1848, Hitchcock relató que, con el consentimiento de los mexicanos, disolvió el grupo de espionaje. A cada uno le pagó 20 dólares, en Veracruz.
Domínguez, en cambio, se fue con las tropas estadunidenses hasta Nueva Orleans. Allí, murió en la pobreza, al lado de su familia. Hitchcock comentó que cuando llegó a esa ciudad dejó de ser el hombre fuerte, temido y respetado.
De este episodio el Comité Church concluyó: «La guerra con México aportó a los oficiales norteamericanos un entrenamiento práctico en guerra civil y campos de batalla. Pero poco de valor positivo pudo ser aportado al servicio secreto«.
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