Fue captada hace dos años y medio, pero esa foto todavía conmueve las consciencias, incluso en un país tan endurecido por el crimen y la violencia como es México.
Los cadáveres ensangrentados de dos jóvenes, Juan Alberto Pano Ramos, de 24 años, y su mujer, Alba Isabel Colón, de 17, tirados en el suelo en la puerta de un centro comercial en la localidad de Pinotepa Nacional, en el estado de Oaxaca.
Él, todavía con los ojos abiertos; ella, boca abajo, de rodillas, junto a una lengua de sangre que en las diferentes fotografías se va extendiendo cada vez más hacia el asfalto.
Asesinados por los narcos de una banda rival a aquella para la que trabajaban. En el lugar de los hechos se encontraron 18 casquillos del calibre 38.
Pero ha sido un tercer elemento el que ha sacudido las redes sociales. Un bebé de siete meses, todavía en pañales, todavía en brazos de su padre, cubierto por la sangre de un balazo que le atravesó el pecho y le salió por la espalda. Se llamaba Marcos Miguel Pano Colón y apenas tenía 7 meses de edad.
A su pesar, se ha convertido en el nuevo símbolo de la barbarie desplegada por los narcotraficantes en la guerra de baja intensidad que mantienen en México donde 3,7 personas son asesinadas por hora.