El milagro ocurrió la tarde del martes 10 de septiembre de 1968. Una sombra del rostro de una virgen se dibujaba al lado del padre Ramón Arcila cuando oficiaba una misa, ante la mirada atónita de los feligreses congregados en la parroquia de Sabaneta. O eso cuenta el recuerdo de aquella época entre quienes aun visitan a María Auxiliadora por un milagro. El fervor fue tal, que hasta Pablo Escobar y sus matones le rezaron en los tiempos de mayor violencia narco en Colombia.
Para entonces, el padre Arcila había reconstruido la capilla del pueblito bucólico ubicado a 14 kilómetros de Medellín, que yacía resquebrajada por un temblor. Porque -decía- había vivido en carne propia los poderes de su santidad. Viajando a alta velocidad por una carretera, salió disparado cuando la puerta del auto se abrió. En lo único que pensó fue en la virgen, y poco después se vio descendiendo al piso con la lentitud de una pluma. No sufrió un solo rasguño. ( La razón por la que el narco Pablo Escobar le perdonó la vida a Ricardo Gareca)
Fue él, después del incidente que lo emocionó, quien inició la devoción a María Auxiliadora, y que se selló con la supuesta aparición de su figura. Al padre Arcila le atribuían una comunicación directa con Dios, y el milagro de sanar. Que había curado un cáncer, que devolvió el habla a un tartamudo, que hizo caminar a un paralítico, que sacó a muchos de la quiebra. Al corregimiento de Envigado al que nadie llegaba empezaron a arrimarse una multitud de peticiones.
Así lo describió el político y escritor Alonso Salazar en su libro ‘La parábola de Pablo’. Ramón Arcila ya se había convertido en una especie de santo, que guiaba a todos hacia el altar de María Auxiliadora. Dispuso el martes como el día de rendirse a sus pies. Entonces, cada martes, la romería de gente se acercaba al pueblo, entre ventorrillos de comida y piezas religiosas, era todo un festín semanal. La fama de la virgen se extendió en todo el Valle de Aburrá.
La parroquia se quedó pequeña, y la plaza adjunta terminó siendo la capilla de los martes, cuando se oficiaba una misa cada hora, desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche. En sus mejores épocas, las limosnas eran tan generosas que el padre Arcila destinaba la mitad para el Seminario Mayor de Medellín y la otra parte al Ovalo de San pedro de Roma, donde se formaban los nuevos sacerdotes.
Hasta allá llegó la devoción narco, que más que pedir perdón, pedía suerte.
La virgen de los sicarios
A mediados de los 80, Medellín se teñía de rojo. La guerra narco consumía a Colombia, en especial el accionar del cártel de Medellín. Su líder, Pablo Escobar, ordenaba instalar bombas, asesinar políticos, periodistas y socios, pagaba 646 dólares por policía muerto. Unos 300 jóvenes de las comunas más vulnerables de la ciudad perdieron la vida en su red de sicariato. Y cada acto era encomendado a la virgen de María Auxiliadora.
Pablo Escobar ya había escuchado los rumores de sus milagros. Y seguido por la formación religiosa en la que creció de niño, le dedicaba a ella cada martes -o cualquier otro día de la semana- una visita junto a sus dos hijos, Juan Pablo y Manuela, y a su esposa María Victoria Henao. Le pedía, por ejemplo, que los cargamentos de cocaína llegaran a salvo a Estados Unidos, y valor para sus matones. (Un sicario de Pablo Escobar en riesgo de morir en la cárcel por un crimen incierto)
Su fama llegó hasta los malandros y fue rebautizada como ‘La virgen de los sicarios’. Ellos, por el éxito de sus actividades siempre ilícitas, le prendían velas, le escribían cartas, se confesaban y hasta daban diezmos. La fe creció entre los narcos al punto de que «en Valle de Aburrá 67 parroquias dedicaban su culto a María Auxiliadora y solo 32 a Jesucristo«, describe Salazar en su libro. Para esa época el padre Ramón Arcila ya le había enseñado los poderes de su protección a Escobar, y no hizo falta nada más para mantener la fe cuando falleció en 1985.
Pero antes, días previos al 30 abril de 1984, Byron Velásquez recibió de rodillas la bendición del padre -que no sabía mucho para qué la pedía- frente a ‘la virgen de los sicarios’, que luego viajó a Bogotá para servirle de conductor a Iván Darío Guisado, quien acribilló a tiros al entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, que se desplazaba en su carro, un Mercedes-Benz blanco. La orden de Escobar fue un éxito, pero Guisado murió en la persecución y Velásquez quedó preso.
Sin embargo, la virgen les dio suerte. A ella seguían llegando otros sicarios de confianza del capo como Pinina y John Jairo Velásquez, alias ‘Popeye‘; y familiares como su hermano y socio Roberto. Pablo le rezaba hasta cuando jugaba el San Lorenzo de Envigado. Así -dijo Salazar- los narcotraficantes se convirtieron en los evangelizadores de la Medellín de los 80. Ya en los barrios más empobrecidos, que se deslumbraban por los lujos de la cocaína, tenían el papel de redentores sociales.
«Sabaneta había dejado de ser un pueblo y se había convertido en un barrio más de Medellín, la ciudad la había alcanzado, se la había tragado. Y Colombia, entre tanto, se nos había ido de las manos. Éramos, y de lejos, el país más criminal de la tierra, y Medellín la capital del odio», describió en un medio el escritor Fernando Vallejo, que dedicó una de sus obras: ‘La virgen de los sicarios’, a contar esta violencia urbana.
Así fue como el padre Ramón Arcila, seguro sin pretenderlo, transformó a Nuestra Señora Auxiliadora en la patrona de los asesinos. Los que la llevaban en el cuello en escapularios en cada ‘trabajo’, por el éxito del mismo o por una muerte rápida e indolora.