Un demócrata de palabra y acción

El legado indestructible de Nelson Mandela a cinco años de su muerte

Las decisiones más importantes de la vida de Nelson Mandela.

El legado indestructible de Nelson Mandela a cinco años de su muerte
Nelson Mandela, en Robben Island

Nelson Mandela se convirtió en leyenda, en un grande, es uno de los pocos personajes de talla mundial que genera poca o ninguna controversia, su arduo trabajo a favor de la igualdad racial en Sudáfrica, pero también en el mundo le dieron un reconocimiento único.

En un artículo para Infobae, Matías Bauso describe el arduo camino que eligió Madela para alcanzar lo inalcanzable, la determinación que necesitó para emprender una lucha casi imposible, con una estrategia poco común, que lo llevarían a obtener el éxito que lo inmortalizaría.

Un hombre de casi cincuenta años convertido en un número, 46664. El número que los carceleros pretendieron que fuera su identidad durante los 27 años en los que estuvo detenido. Pero no fue lo que ocurrió. Sin comodidades, sin libertad, sin poder comunicarse con el exterior, el nombre de Nelson Mandela fue creciendo y propalándose por todo el mundo. Se convirtió en sinónimo de lucha, igualdad y libertad.(Javier Fariñas: «Mandela fue lo que fue gracias a toda la gente de la que se rodeó»)

Ya había conocido la cárcel. Varias veces fue detenido desde su juventud por su participación política, por oponerse a la injusticia. Mientras estudiaba derecho, fue el único alumno negro de su camada en la universidad. Sudáfrica era la tierra de la segregación, de los abusos y de las inequidades. La población negra era sojuzgada y postergada. No se les reconocían derechos civiles, no gozaban de derechos políticos (no votaban) y las necesidades básicas de la mayoría estaban insatisfechas.

Nelson Mandela dedicó su vida a luchar contra eso. Su accionar siempre estuvo dirigido a moldear una sociedad en la que se viviera mejor. Un espécimen político raro. No se dejaba seducir por el corto plazo. Sus objetivos eran enormes, bordeando lo inalcanzable, pero nunca desfalleció, aún cuando todas las perspectivas razonables indicaban que su empresa fracasaría.

De los 27 años consecutivos que pasó detenido, los primeros 18 fueron en la prisión de la Isla de Robben. Fueron 18 años en una celda mínima, sin siquiera un colchón, sin poder leer los diarios, en medio de maltratos, mal alimentado, donde la charla casual con un carcelero era un lujo. Las visitas de sus amigos y familiares eran espaciadas.

Sus carceleros encontraban, con frecuencia, alguna excusa para aislarlo, buscando enloquecerlo de soledad. Esa celda, convertida en la actualidad en lugar histórico, en mojón turístico, es testimonio de lo inverosímil de la subsistencia de Mandela. Nadie puede pasar casi dos décadas en un ámbito tan estrecho y hostil y mantener la cordura.

Fueron 18 años en una celda mínima, sin siquiera un colchón, sin poder leer los diarios, en medio de maltratos, mal alimentado, donde la charla casual con un carcelero era un lujo

Luego fue traslado a la prisión de Polismoor en las afueras de Ciudad del Cabo y luego a la de Vester. Allí pasó los últimos nueve años de reclusión. Sus compañeros de presidio, quienes compartían su causa, fueron liberados y sólo él era mantenido entre rejas. Pero las dificultades del régimen, la presión internacional para que cayera el Apartheid, la creciente fama mundial de Mandela y su paciencia sobrenatural hicieron que su libertad fuera una necesidad.(Centenario del nacimiento de Mandela, un icono de la paz)

Desde dos años antes importantes emisarios del régimen se reunieron con el célebre preso. Hasta el presidente Pieter Willem Botha aceptó tomar el té con él. Era el referente, era con quien se podía conversar, el interlocutor válido. Los blancos estaban preocupados. Temían una revuelta, sus privilegios corrían peligro pero, al mismo tiempo, sabían que su tiempo se había agotado.

Free Nelson Mandela cantaban los Aka Specials en un estribillo machacante y pegadizo. A partir de mediados de la década del ochenta, Mandela, que había sido algo postergado, se convirtió en eje de campañas internacionales que clamaban por su liberación y como figura paradigmática del combate contra el apartheid.

En febrero de 1990 fue liberado. A los 71 años recuperaba la libertad. Los supremacistas tenían motivos para pensar que lo habían domado. Que esa injusta e inhumana prisión de casi tres décadas había minado el ánimo del líder negro. Un anciano, sin contacto con el mundo, poco tenía para hacer.

A la edad en que la gente se retira, Madiba (como lo conocían los sudafricanos) en vez de disfrutar de la libertad, trabajó con más fuerza y entusiasmo que nunca. Una actitud jovial pero principalmente lo que lo diferenciaba era la visión juvenil, fresca alejada de los preconceptos y lo anquilosado. No sólo no lo habían derrotado sino que Mandela salió de la cárcel para encabezar una verdadera revolución.(Javier Fariñas presenta en Madrid ‘Nelson Mandela. Un jugador de damas en Robben Island’)

En 1994 llegaron las elecciones. Mandela, como era previsible, arrasó. Obtuvo el 63% de los votos y se convirtió en el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica. Si esos cuatro años desde su liberación habían sido asombrosos, lo que hizo a partir de su asunción como presidente fue extraordinario.

Pudo haber utilizado ese 63 % como signo de validación, pudo haber gobernado sólo para esa masa negra que sufrió violencia y postergaciones durante décadas, pudo haberse regodeado en los elogios y recostarse en los aduladores, pero entendió (como lo había hecho siempre) que la sociedad sudafricana necesitaba -pedía a gritos- dejar de excluir a cualquiera de sus miembros.

Él, que había sufrido en carne propia el sojuzgamiento, decidió que la solución estaba en mirar hacia adelante. Mandela supo que rencores, venganzas y mezquindades no construyen. Desgraciadamente son pocos los líderes que han seguido su ejemplo.

Mandela supo que rencores, venganzas y mezquindades no construyen

Un ejemplo excepcional fue el Mundial de Rugby de 1995. Sudáfrica era sede del torneo. El rugby y los Springboks eran uno de los principales orgullos y símbolos de la población blanca. De los quince titulares sólo uno era negro. Mandela decidió utilizar el Mundial y a su seleccionado para disolver divisiones, como símbolo de la unión que el país necesitaba. Por eso su aparición en la final con la camiseta verde número 6 del capitán Piernaar.

Esa historia que contó John Carlin en su libro El factor Humano y que Clint Eastwood llevó al cine en Invictus es una de las escasas ocasiones en que el deporte es utilizado políticamente con un fin positivo. La política es una de las dimensiones del deporte moderno de masas. Los políticos suelen intentar aprovechar (aunque para la mayoría esa utilización sea poco fructífera) el deporte en beneficio propio: nacionalismo rampante, chauvinismo, demagogia. Mandela buscó unir a su nación en el entusiasmo. Y logró resignificar a una sociedad.(El homenaje de Eto´o a Mandela)

Mandela recorrió todo Sudáfrica, habló ante multitudes, se reunió con simpatizantes, aliados, adversarios y enemigos. Nunca rehuyó a escuchar al que pensaba distinto, al que no actuaba como él. Siempre confió en el diálogo. Viajó por todo el mundo convirtiéndose en una figura global, adquiriendo tridimensionalidad. Ya no era el prisionero político que estaba en el póster, en la pancarta o en la canción pop. Era el líder de un proyecto político transformador e inclusivo.

El anciano era quien daba esperanzas a un pueblo, el que se mostraba convencido de que había una salida y que la unión era posible. Era uno de los pocos que tenía la convicción que reemplazar un sometimiento por otro sólo traería más dolor y atraso. Su tarea era la de convencer.

Las negociaciones entre el oficialismo blanco, el Congreso Nacional Africano (o el CNA, partido de Mandela), y los otros partidos fueron largas y pendulares. Sus propios seguidores acusaban a Mandela de excederse en su búsqueda de acuerdos. Él nunca desfalleció en su intento por acercar a las partes. Así cayó el Apartheid y se abrió el camino para el arribo de la democracia plena.

En esos primeros años de presidencia demostró una estirpe de estadista como pocos lo han hecho en el último siglo. La situación social y económica de Sudáfrica no era la ideal. Pero el camino de las transformaciones lo inició él aunque hay quedado mucho por hacer.

Otra de sus virtudes fue el de progresar a lo largo de su trayectoria. Si bien en la oscuridad de los años cincuenta y principios de los sesenta tuvo acercamientos y financiamiento del comunismo (y de sus potencias que en ese entonces gozaban de buena salud), al asumir al mando del gobierno el pragmatismo lo guió, y buscó inversiones para tratar de mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos.

Honrando pactos previos su vicepresidente fue Frederik De Klerk quien gobernaba hasta ese momento el país y su principal adversario. Sin embargo era lo que él consideraba que Sudáfrica necesitaba, que nadie fuera ni se sintiera excluido. Cumplía con sus acuerdos y con su principal lema de campaña: «Una mejor vida para todos».

Principal víctima del régimen y de la segregación su relación con el pasado desilusionó a varios. Algunos, por ejemplo, desde Sudamérica, no pudieron reconocer su estatura de líder político a la hora de los obituarios porque no persiguió a sus victimarios y a los de su pueblo.

Sin embargo, Mandela no instaba a la impunidad. Inició en su mandato los Juicios de verdad y reconciliación en los que se analizó lo sucedido en las décadas previas. Al mando puso al intachable Desmond Tutu. Conocer el pasado, lidiar con él pero no dejar que rija; vivir en el presente pensando en el futuro parecía ser su credo.

Mandela optó por intentar avanzar, por conformar una nación, por procurar que aquellos que habían estado enfrentados pudieran sentarse en la misma mesa

Su vida no fue sencilla. Tres hijos muertos, varios divorcios (alguna vez reconoció que su dedicación a la causa hizo que descuidara a su familia y su vida privada), prisión, persecuciones, incomprensión.

Algunos de sus partidarios, los miembros más radicalizados del CNA, le pedían mano dura con los antiguos oficialistas y hasta ponían en duda su liderazgo por esta supuesta debilidad demostrada por el líder, hasta hablaban de un reblandecimiento senil. Le exigían menor apertura y mayor rigurosidad para sus adversarios, para quienes habían gobernado despóticamente, para quienes habían hecho de la segregación racial una norma.

Mandela optó por intentar avanzar, por conformar una nación, por procurar que aquellos que habían estado enfrentados pudieran sentarse en la misma mesa, que intentaran construir algo juntos. No era una novedad. Era lo que siempre había propagado, era su convicción mayor.

En el peor momento, en el momento en que la condena a reclusión perpetua que lo tuvo encarcelado 27 años era una certeza, en el alegato final de ese irregular proceso, Nelson Mandela expuso en tres líneas la esencia de su pensamiento, eso que iba a poner en práctica magnánimamente más de treinta años después cuando le llegara la oportunidad de conducir a su país: «He anhelado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir»

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