Se podría llamar el Síndrome Elmyra Duff, por el personaje de los Tiny Toons que decía «¡Me encantan los gatos y los gatitos, apretujarlos hasta hacerlos pedacitos!». (Los 4 perros esperaron a las puertas del hospital a que su dueño fuera atendido en urgencias)
Pero desde 2013 la compulsión paradójica a apretujar, abrazar, besuquear y pellizcar causada por la ternura que da ver un animal pequeño se llama cute aggression. Y ahora, tras la realización de un nuevo estudio de la Universidad de California en Riverside, tiene una confirmación neurológica. ( Pincho, el perro español usado como esclavo sexual durante años)
Esa forma de agresión -que no llega a causar daño, aunque los animalitos se escapaban a toda velocidad apenas divisaban a Elmyra– que surge ante la visión de algo insoportablemente tierno es ilógica pero muy común. Muchas personas sienten también ante los bebés la emoción que describieron por primera vez hace cinco años dos investigadoras del área de Psicología de la Universidad de Yale, Rebecca Dyer y Oriana Aragon.
Del mismo modo que alguna gente se ríe cuando la desborda el nerviosismo o llora de alegría, mecanismos conocidos como respuestas dismórficas, la agresión ante lo adorable funciona como un regulador de una emoción extrema. La belleza de los cachetes de un niño es tal que dan ganas de pellizcarlo, o la delicadeza de un cachorrito causa el deseo de apretarlo hasta que cruja.
«En general, nuestros hallazgos sugieren que la agresión ante lo adorable se vincula a mecanismos neuronales tanto de preponderancia emocional como de procesamiento de las recompensas», escribieron Katherine Stavropoulos y Laura Alba en el nuevo estudio publicado en Frontiers in Behavioral Neuroscience, «que hasta donde sabemos es el primero que explora cómo afecta la actividad cerebral y la conducta».
Stavropoulos es una experta en educación que quiso explorar el tema más allá del enfoque habitual, que había sido psicológico. Para determinar si había un elemento neuronal detectable, arriesgó que había que evaluar los sistemas de recompensa y de las emociones. Y comprobó que ambos estaban vinculados.
Utilizó cascos de electroencefalogramas (EEG) con electrodos para medir la actividad cerebral. A los 54 participantes en el experimento, todos entre 18 y 40 años, se les mostraron cuatro grupos de imágenes: uno de cachorros («animales muy adorables»), otro de animales adultos («menos adorables») y otros dos grupos de bebés, uno de los cuales tenía fotos retocadas para acentuar los rasgos adorables.
Luego de mirarlas durante unos tres minutos, en distinto orden, se les pidió a las personas que completaran un cuestionario. Las respuestas que indicaban cute aggression incluían expresiones como «decir ‘¡Te comería!’ con los dientes apretados, y ‘¡Quiero estrujarlo!'».
La investigadora dijo a Gizmodo que «lo más interesante es que vimos efectos realmente marcados en el caso de los animales». Además de las diferencias en la actividad cerebral y la conducta en general, «las personas manifestaron más agresión ante lo adorable cuando se trataba de los animales más adorables».
Aunque esperaba encontrar un resultado similar en la comparación entre niños retocados para ser más adorables y niños adorables, no sucedió. La experta estimó que habría que hacer la prueba de nuevo con distintos métodos, ya que «objetivamente, los dos grupos de bebés eran encantadores».
Agregó como conclusión general: «Esta relación entre actividad cerebral y cute aggression parece depender de cuán sobrepasada se sienta la persona. Si uno se siente desbordado cuando mira cosas lindas, es más probable que presente esta relación entre actividad cerebral y agresión ante lo adorable».
El estudio es el primer paso que Stavropoulos dio en una investigación que espera seguir, y que tenía como antecedentes sus conversaciones informales con personas. La experta estimó que tres de cada cuatro entendía a qué se refería ella cuando les preguntaba por sus sensaciones paradójicas ante un cachorrito, con lo cual no se trata de un fenómeno universal pero sí muy común.