En el país con la mayor población musulmana del mundo, Indonesia, la clase media está creciendo rápidamente. Un fenómeno económico que ha generado el movimiento conocido como los: indonesios «locamente millonarios». (España no superó en 2017 en riqueza a Italia pero se quedó muy cerca)
La periodista de BBC, Rebecca Henschke, ha contado cómo ha sido su experiencia en la nación donde la economía se ha disparado a favor de algunos:
La colorida invitación pegada en la puerta de nuestra nevera decía que el tema de la fiesta eran los perros. «Qué tierno», pensé. Y qué diferente. Tradicionalmente, a la gente en este país no le gustan los perros ni los cuidan demasiado.
Pero esa no era la única sorpresa. Para celebrar que su niña cumplía 6 años, la familia había transformado un terreno en Menteng (la zona más cara de Yakarta) en un parque por el día. (Más de la mitad de la riqueza de España está en manos de sólo el 10% de millonarios)
Exravangancias
Guardias de seguridad nos escoltaron en lo que sería la entrada a otro mundo. El suelo estaba cubierto de césped de verdad, algo extremadamente raro en esta jungla de cemento.
Había también árboles y un circuito de obstáculos para perros. En una esquina, un peluquero les daba baños y masajes a estos animales, traídos especialmente para el evento.
En otra, había una marquesina con aire acondicionado donde los padres bebían café helado recién hecho, y, más tarde, vino. Los elevados impuestos al alcohol hacen que el vino sea muy caro aquí.
El «parque» estaba decorado con globos en forma de perro. La fiesta tuvo lugar en octubre, justo cuando yo regresaba de trabajar en Palu, en la isla de Sulawesi, azotada recientemente por un terremoto y tsunami.
El contraste me resultaba extrañísimo, surrealista.«¿Y ahora qué viene?», le susurré a la madre de uno de los invitados. «¿Cómo será entonces la fiesta de los 18?».
«Esto no es lo que piden los niños. Esto es para los padres», me dijo. El suvenir que me dieron cuando me fui era tres veces del tamaño del regalo que había llevado.
Contrastes
No sé por qué todavía me sorprendo. Esta clase de fiestas se han vuelto la norma entre los niños de clase alta indonesia con los que ahora mis hijos van a la escuela.
Una familia contrató a una compañía de cine para reeditar el éxito de Hollywood «Escuadrón suicida», y poner a la cumpleañera como un personaje en las escenas más importantes.
Los niños vieron la película en una pantalla de cine en la sala de fiestas de un hotel de lujo.
En esa ocasión, yo regresaba de un viaje de trabajo en una remota provincia de Papúa, donde cubría la crisis de salud infantil: niños esmirriados de cerca de dos años se estaban muriendo por una epidemia de sarampión.
Cuando se estrenó la película «Asiáticos locamente millonarios» en septiembre, muchos empezaron a tuitear historias de «indonesios locamente millonarios», sobre todo de los que vivían en Surabaya, la segunda ciudad más grande del país.
La etiqueta #crazyrichsurabayans (surabayanos locamente millonarios) se volvió tendencia en las redes sociales, después de que una maestra de una escuela de élite compartiera anécdotas sobre la familia de uno de sus alumnos.
Recientemente, durante la lujosa boda de una pareja de Surabaya, se hizo un sorteo entre los invitados. El premio: un auto deportivo Jaguar.
La basura de unos…
Salimun es uno de los muchos que no entienden el sistema, pero que han logrado, de alguna manera, brindarle un futuro a sus hijos muy diferente al suyo.
Él es barrendero. Le pagan el salario mínimo de US$254 al mes para recoger la basura de las casas ricas de Menteng (montañas de plástico gigantes frente mansiones de estilo greco-romano, testigo del consumismo descontrolado).
Salimun arrastra su carro que se armó con maderas que otros descartaron. Es el hombre más fuerte que haya visto.
Mis hijos lo llaman Superman. Él saca de la basura aquellas cosas que cree que pueden tener valor, las ordena y luego las vende.
Vive en una habitación detrás de nuestra casa. Vino con ella. Estaba allí cuando vinimos a ver la propiedad con vistas a alquilarla, y nos preguntó si se podía quedar.
Me alegra que, después de debatirlo, hayamos decidido que sí. Él es como un tío para nuestros hijos.
Es un campesino de alma que transformó nuestra piscina en un estanque para peces, y el jardín en una plantación de bananas. Cuando limpié mi armario y saqué para regalar unas botas de tacón que ya no usaba, él las tomó y se las puso. Les quitó los tacones y estaba feliz con ellas.
Todo lo que gana se lo envía a su familia en un pueblo de Java central, a donde va a verlos una vez al año.
El dinero que gana aprovechando la basura de los ricos ha permitido que sus hijos puedan terminar la escuela secundaria y ahora tengan un trabajo en una fábrica, donde hacen productos destinados a los gigantescos centros comerciales de Yakarta.
«¿Qué es un iPad?», me preguntó un día. «Mi hijo me dijo que necesitaba uno. ¿Cómo funciona?» Lo convencí de que no lo comprase y le sugerí alternativas más económicas.
Su hija vino a quedarse unos días. Parecía muy interesada en su celular. Puede que Salimun no sea «locamente millonario», pero la próxima generación ya ha abrazado el consumo.