Venezuela se ha convertido en el país de la supervivencia, lejos de aquellos años de opulencia cuando al país caribeño le llamaban «la Venezuela saudita». Los datos agregados dicen mucho, pero lo realmente duro es la vida cotidiana de un venezolano en medio de la catástrofe económica y social que atraviesa el país, es lo que relata el diario español ABC.
La sonrisa espontánea ha desaparecido de su rostro. Ahora Dulce María hace una mueca sin mucha esperanza de que el año nuevo le traiga prosperidad, «no creo que esto mejore, nos estamos hundiendo en el abismo», dice al mostrar con mano la caída libre que ha sufrido Venezuela por la hiperinflación en solo un año de precios incontrolables.
Dulce María es dueña de una pequeña posada de dos habitaciones con su restaurante en La Palmita, un poblado de 1.000 habitantes, situado a 45 minutos en coche de Boconó, la ciudad jardín del estado andino Trujillo. Sus paisajes montañosos son hermosos y su tierra fértil provee de hortalizas y verduras a todo el país.
La posada ha tenido que cerrar por la falta de clientela desde hace ocho meses. «Solo abro el restaurante cuando hay reservas anticipadas», señala Dulce María, al referir que tendrá 10 comensales que vendrán a cenar en Nochevieja. Pero su problema es conseguir los ingredientes de las hallacas (guiso de maíz en hojas de plátano envueltas) que en estos momentos están escasos y prohibitivos.
La hallaca, el plato típico navideño de los venezolanos, ha subido entre cuatro y cinco veces en un año, según los ingredientes que lleve. Ahora la pieza cuesta entre 2.000 y 3.000 bolívares nuevos, según el actual cono monetario impuesto hace cuatro meses para borrar los cinco ceros de la moneda. Los productos importados como las aceitunas y las pasas pasan de los 10.000 bolívares el kilo. Y muchos han dejado de incorporarlas al relleno aunque ya no saben igual que antes.
Maduro no cumplió con el pernil
La dueña de la posada, de 49 años, no se queja de la situación. Ha adelgazado unos ocho kilos y su cabello ya es ceniciento. Se siente doblemente abandonada. Primero por sus dos hijos que la ayudaban en la posada porque tuvieron que irse a Colombia para buscar mejor vida y ayudarla con dinero. Y en segundo lugar por el gobierno que «nos tiene abandonados».
A veces con una frecuencia mensual, los poseedores del carné de la patria, reciben la caja de alimentos, conocida por sus siglas CLAP (Comité Local de Administración y Producción). En diciembre la cajita llegó con menos de la mitad acostumbrada. Y el pernil finalmente no llegó para la mayoría, contrario a lo que prometió Nicolás Maduro.
Alfredo Vargas, de 45 años, es el comerciante del poblado. Todavía no ha cerrado su bodega pero la tuvo que reducir a la mitad este año porque no tiene mercancía que vender. «La inflación nos tiene locos. Hay mucha escasez y cuando aparecen los productos hay que subir los precios, todos los días, Así no se puede vivir», dijo.
El bodeguero ha sembrado varios alimentos en la parcela de su vivienda. Ahí cultiva maíz, cebollino, cilantro, challota, frijoles
Negros y apio. No han visto pollo ni carne en meses. Sobreviven. «Creo que esto va a empeorar, a menos que ocurra algo, no contamos con un líder que nos diga qué hacer y orientarnos».
Lola Gómez, de 55 años, es viuda y vecina de la posada. «No recibí la cajita CLAP y tampoco el pernil. Todo un engaño las elecciones del pasado 9 diciembre. Qué le vamos hacer. Hay que esperar», dice con gesto de resignación y desencanto.
Pero Jesús García, un niño de 11 años, cuenta la verdad de lo que ocurrió en el centro electoral del poblado. «De los 140 inscritos solo votaron 18 personas», dijo con seriedad y conocimiento de causa. El régimen se atribuyó un triunfó del 90% con una abstención de 72% mientras que las encuestadoras independientes como Mercanalisis informaban de una participación a boca de urna de sólo 11%.
El niño García quiere ser médico cirujano cuando sea grande. Su familia es numerosa. «Somos once entre hermanos, padre y madre. Tenemos tres tíos que se fueron a Bogotá hace un año y ya tienen casa alquilada, trabajo y comida, y además nos mandan pesos para ayudarnos». El frente de su humilde vivienda está sembrado de cebollino, ajos y zanahoria con lo cual sobreviven en la crisis.
Juan es el barbero del pueblo la Palmita. El oficio ya no le da para hacer las compras. De los 500 hombres que rasuraba al mes ahora a duras penas llega a 50. «Mucha gente se ha ido. Nos hemos quedado solos y desamparados», comentó.
El interior de Venezuela sufre los embates del desabastecimiento de alimentos y medicinas de una manera más dura que la ciudad capital. La caída de la actividad económica ha sido feroz. Del 15% del PIB este año a una caída de 52% acumulada en 4 años. La inflación es de un 4% diario y este año ha escalado más de 1.300.000%. El próximo la inflación será de 6.000.000%, según el economista Leonardo Buniak.
Además de la inflación incontrolable, los habitantes de la Venezuela profunda y rural padecen de la escasez de gas y gasolina en un país con las mayores reservas petrolíferas del mundo. Y para protestar la gente bloquea las carreteras como una medida de presión, lo que dificulta el desplazamiento en las fiestas decembrinas. Por eso las carreteras lucen solitarias y tristes.