Historias insólitas

Cómo afecta a la sanidad mundial la epidemia de risas de un pueblo de Tanzania

Cómo afecta a la sanidad mundial la epidemia de risas de un pueblo de Tanzania
Ataque de risa en Tanzania

Si eres de los que se le contagia muy fácil la risa ajena, probablemente no hubieras sobrevivido a lo que le sucedió a este pueblo de Tanganika el 30 de enero de 1962. (Sara Carbonero provoca la risa de sus seguidores con este extraño ‘look’)

Así lo cuentan dos médicos que recopilaron los hechos: en un colegio misionero femenino del pueblo de Kashasha, en la costa de lo que actualmente conocemos como Lago Victoria (Tanzania), tres alumnas empezaron a bromear. Su risa mutó de normal a nerviosa, dejando de ser tanto una manifestación del humor como algo más inquietante. Las chicas no paraban de reír histéricamente. La risa, esa tradicional válvula de escape, era ahora una reacción terrorífica. (Este tenista se hace ‘un Neymar’ en Wimbledon y desata las risas del público)

Sin saber muy bien cómo, el resto de la escuela empezó a contagiarse de este efecto, y para las pocas horas 95 de las 159 asistentes al colegio también proferían carcajadas durante horas, 16 horas seguidas en los casos más graves.

Estos fueron los hechos que llamaron la atención de los médicos: por un lado, el colegio de Kashasha operaba también como residencia. Las chicas dormían en cuartos comunitarios distribuyéndose en habitaciones con niñas de diversas edades. Las afectadas no se localizaban en puntos concretos de la residencia, no había habitaciones donde todas sufriesen la histeria a la vez, sino que se distribuían por todo el centro. Ninguno de los dos europeos y tres africanos que ejercían como profesores sufrió ataque de pánico incontrolable alguno.


Intentando poner coto al fenómeno, se cerró la residencia y el colegio durante un mes. Las niñas fueron a sus casas, pero en vez de pararlo, lo extendieron mucho más: al cabo de diez días se observó casos de risa incontrolable a 80 kilómetros del colegio.

Cinco meses después el recuento final en esta área de 10.000 personas fue de 217 personas atendidas y en torno a 1.000 afectados. Lo padecieron chicos y chicas indistintamente, niños pero también algún que otro joven, y mayoritariamente chavales iletrados y de economía modesta. Los ataques de cada paciente duraban una media de entre cuatro y ocho horas, con un caso conocido de 16 días consecutivos, y después de que se le pasase el ataque solían sufrir uno o dos más. Nadie tuvo más de cuatro ataques.

Aunque nos imaginamos estos raptos como algo cómico, la comedia era el último de los sentimientos predominantes durante esos episodios: a la risa se le sumaba el llanto, los problemas respiratorios, una inquietud general del sujeto, manifestación de violencia hacia los demás y, en algunos casos puntuales, paranoia, con niñas comentando que había sujetos demoníacos persiguiéndolas.

¿Habría sido la harina de maíz contaminada? ¿Puede que un nuevo virus? ¿Tal vez una maldición sobrenatural? Las muestras sanguíneas que se enviaron a los laboratorios volvían con un N.A.D., «Nada Anormal Detectado».

Hay incluso quien sospechó que todo podría haber sido tergiversado o inventado. Esta hipótesis fue perdiendo fuerza con los años. Por una razón muy sencilla: porque se observaron otros brotes de súbitas epidemias sociales la mar de extrañas.


El baile, el desmayo, el sueño

En 1983, en la zona de Cisjordania ocupada por el ejército israelí, se vio cómo al menos 400 niñas árabes y un profesor habían sufrido espontáneamente náuseas, nerviosismo y mareo, acabando en desmayos y pérdidas de conciencia. Con el tiempo algunas mujeres soldado israelíes también acabarían desvaneciéndose.

En Virginia, Estados Unidos, unos estudiantes de instituto sufrieron una histeria colectiva de risas igualita a la de Tanganika en los años 60. ¿Alguna nueva droga? ¿Alguien que haya metido gas de la risa por los conductos de ventilación? «La escuela sigue siendo segura», dijeron las autoridades, que al terminar el ciclo achacaron la circunstancia a un «inusual estrés» que podrían estar sufriendo los estudiantes.

En 2017 se publicó en prensa por primera vez un extraño fenómeno local sueco que lleva ocurriendo décadas. No han sido muchos casos entre los años 90 y 2010, pero sólo entre 2015 y 2016 se dieron de golpe casi 200 casos. Sólo lo sufren los hijos de refugiados que han solicitado asilo. En cuanto los padres saben que el permiso se les ha denegado, algunos de estos niños entran en una especie de coma: se quedan totalmente pasivos, no hablan, comen o beben, pierden el control de los esfínteres y no saben reaccionar al dolor.

Los médicos suecos dicen no saber qué hacer, ya que la investigación del suceso provoca que se extienda la epidemia con nuevos casos. No dudan de la veracidad del fenómeno: aunque se han descubierto intentos de fraude, con padres simulando el efecto en sus hijos para quedarse más tiempo en el país de acogida, la mayoría de los casos han sido autentificados. Los psicólogos han bautizado la dolencia como Síndrome de Resignación, aunque se barajó la hipótesis de estudiarlo como otro caso de «histeria epidémica».

Nuestra indefensión ante las enfermedades sociales

El término académico para hablar de histeria epidémica es «enfermedad psicogénica de masas», o MPI, como aparece abreviado en los manuales de psiquiatría. Decir que existen pocas certezas es excederse en los logros médicos alcanzados para determinar en qué consisten estos ataques. Son episodios tan concretos y tan poco controlables que, como vienen, se van. Entre los aspectos comunes que se han visto son: a) que no existe una base orgánica plausible; b) que hay previamente una ansiedad desmedida en el grupo afectado; y c) que se propaga a través de la vista, el sonido o la comunicación oral.

Aunque los efectos sean físicos, parece que es una enfermedad muy vinculada a lo psicológico.

Aunque no se ha podido estudiar correctamente por su falta de datos, se han leído algunos casos históricos de histeria de manera posterior como ejemplos del MPI. Ahí estaban las epidemias de baile en la Europa de la Edad Media, en los que la población local bailaba o mantenía obscenas orgías durante horas o días, llevando a algunos a la muerte.

Los sacerdotes que iban a exorcizar a las novicias de los conventos de clausura a veces anotaban que lo padecían al tiempo varias de estas recién llegadas. Tal vez como respuesta a la excesiva disciplina y pobreza de las vidas que les esperaban, muchas de ellas se ponían a maullar, a insultar y a seducir a las compañeras.

Aunque tampoco se ha vinculado concretamente con este mismo fenómeno, se han dado también bastantes casos a partir de la revolución industrial de trabajadores de fábricas que sufren conjuntamente graves problemas respiratorios, hasta el punto de tener que detener la producción o trasladar las fábricas, sin que las autoridades sean capaces de detectar ningún agente contaminante en el ambiente.

Es por todo lo anterior que algunos se han acercado a una hipótesis de resistencia social. Todos los afectados de los ejemplos anteriores eran parte de la población más vulnerable de cada grupo. El caso de los niños refugiados es evidente, pero por ejemplo, el pueblo de Tanganika que mencionábamos al principio acababa de independizarse de Inglaterra y pasaba por un período de readaptación política muy tenso.

Así, según la teoría de la resistencia, en un colectivo de individuos que experimenta un estrés desmedido unos imitan inconscientemente a otros un conjunto de síntomas comunes. Hay mucho más que investigar y de determinar, entre otras cosas, porque no todos los grupos de personas estresadas o de vida miserable acaba envuelta en orgías de baile o sesiones de risoterapia violenta.

Dado que los seres humanos, desde nacimiento, imitamos a nuestros iguales por motivos de aprendizaje y adaptabilidad, se cree que este puede ser el secreto oculto de estos casos de histeria. A raíz de unas adolescentes norteamericanas rurales que se habían «pegado» las unas a las otras una especie de síndrome de Tourette, los investigadores Yao-Tung Lee y Shih-Jen Tsai teorizaron que las neuronas especulares, popularmente conocidas como neuronas espejo, serían las causantes del asunto.

En parte apoyaban su premisa en que las mujeres suelen ser porcentualmente más susceptibles a estos ataques, y también se cree que las mujeres tienden más a la empatía, esto es, el acto de las neuronas espejo. Ahora bien, aunque se han detectado correlaciones de movimientos imitativos entre humanos, la propia existencia de algo llamado «neuronas espejo» aún está en entredicho.

En decir, que seguimos sin saber nada.

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