El asunto sexual en la iglesia profunda no cesa, luego de la ola de curas pederastas llega una segunda escalada «Hay niños por todos lados«, dice Vincent Doyle, un irlandés víctima del nuevo ocultamiento.(Los doce apóstoles de Bergoglio: las víctimas toman la palabra en el Vaticano)
Doyle descubrió cuando tenía 28 años que su padre natural era un sacerdote. El mismo que su madre ocultó tras el estatus de padrino. Se sentía solo y tenía razón: un arzobispo le mostró que el Vaticano tenía estrictas -y secretas- reglas para aplicar en los curas que «se descarriaban» y tenían hijos.
Alessandro Gisotti, portavoz vaticano reconoció su existencia: «Puedo confirmar que esa guía existe. Es un documento interno«. Fue en respuesta a una consulta hecha por The New York Times.
Los amoríos que rompen el celibato de los sacerdotes se dan por lo general con mujeres laicas que están al servicio de la iglesia o con las monjas. El abuso sexual contra éstas fue revelado en las últimas semanas y conformó un nuevo escándalo en lo más alto de la institución.
La mayoría de ellos permanecen ocultos. Secretos. Como un pecado.
De acuerdo al sitio Coping International, que reúne los testimonios de hijos de curas y les da asistencia en ciertos casos, hay unos 50 mil hijos dando vueltas por 175 países. El papa Francisco, conocedor del drama, dijo en 2014: «Con respecto a los hijos de los sacerdotes, un padre debe cumplir con sus obligaciones […] y asumir las responsabilidades naturales que acompañan a los hijos paternos«.
No fue la primera vez que el Sumo Pontífice hizo referencia al tema. En 2010, en su libro Sobre el Cielo y la Tierra -escrito cuando aún cumplía funciones de arzobispo de Buenos Aires- Francisco señaló que un cura que tiene un romance podría continuar con su apostolado, en cambio, uno que tuviera un hijo, debía renunciar de inmediato. «La ley natural viene antes que su trabajo como cura«, remarcó.
De acuerdo al documento secreto admitido por Gisotti, éste da orientación en los procedimientos. El «principio fundamental» es ofrecer «protección al niño«. La guía del Vaticano pide al cura que deje sus tareas como sacerdote y «asumir sus responsabilidades como padre, dedicándose exclusivamente al niño«.
Sin embargo, el texto es vago. ¿El Vaticano pide u ordena? Por el resultado, no es una imposición y los religiosos deciden por sí qué es lo que continuarán haciendo. Las más altas autoridades eclesiásticas analizan ahora imponer la renuncia a quien no cumpliere sus obligaciones paternales.(El Vaticano aclara el sentido del envío de un delegado a la asunción de Maduro)
Sin embargo, los abogados canónicos dicen que nada obliga al sacerdote-padre a renunciar a su vocación ya que no es «un crimen canónico«.
Doyle, quien es el hijo del reverendo John J. Doyle, de Longford, Irlanda, solía tomarse fotografías con su padre, pensando que en verdad se trataba de su padrino. Al estudiar el caso y conocer sobre la guía del Vaticano para los padres ocultos de la Iglesia, dice no estar de acuerdo con que deban renunciar a su trabajo.
El de Erik Zattoni es un caso con mayor drama. Su madre tenía 14 cuando fue violada por Pietro Tosi en 1982. El cura tenía entonces 54 años. Su familia vivía en la casa parroquial en Ferrara, Italia. Cuando intentaron que Tosi reconociera a su hijo, fueron desalojados.
Debieron pasar 28 años para que un examen de ADN arrojara la verdad y pusiera al cura contra las cuerdas. Era 2010 y el Vaticano instruyó a Tosi a que se hiciera cargo de sus responsabilidades. Pero no lo obligó a renunciar a su ministerio.
Ni renunció ni aceptó su paternidad. Murió en 2014, a los 86.
Las pruebas de ADN podrían multiplicarse a medida que los casos se van conociendo en las familias.
The New York Times expuso el caso de Linda Lawless, australiana de 56 años. Siempre quiso conocer en profundidad su origen, ya que no tenía padre y notaba que su madre entraba en pánico cada vez que un sacerdote entraba en la casa.(Un fiscal chileno afirma que sólo ha recibido respuestas «parciales» del Vaticano)
En 2018 tipeó en su ordenador ancestry.com y una gran pantalla se abrió ante sus ojos. Árboles genealógicos, lazos familiares, de sangre. Millones de datos a su alcance. Con su test de ADN ingresó. Al cabo de un tiempo y de entrecruzamiento de información pudo comprobar que era la hija de su sacerdote.
Mientras el Vaticano evalúa un cambio drástico en la guía secreta, miles de jóvenes -y no tanto- exploran para saber la verdad sobre su identidad y sus orígenes. Como Vincent Doyle. Como Linda Lawless. Como miles más.