Julián y Mercedes Ramírez, humildes inmigrantes mexicanos, tuvieron siete hijos. Todos ellos fueron educados en la fe católica en El Paso, Texas. Sin embargo Richard, el benjamín, ya a los nueve años prefería aspirar pegamento y frecuentar los locales de videojuegos antes que concurrir a la iglesia.
Del pegamento, Richard pasó a las drogas que se costeaba cometiendo hurtos y robos. A la escuela, faltaba cada vez con más frecuencia hasta que a los 17 años la abandonó definitivamente. El 7 de diciembre de 1977, lo arrestaron por primera vez por tenencia de marihuana. En el momento de su detención, llevaba una mascarilla de esquí y una pistola de juguete. A este arresto, le sucedieron cuatro más. Richard Ramírez vivía precariamente, comía hamburguesas, tomaba gaseosas y robaba autos. En 1983, se fue a Los Angeles. Todo sería peor. Alto, larguirucho, con pómulos salientes, Richard se hizo adepto al satanismo y al hard rock, consumía habitualmente cocaína, que pagaba con el botín de sus robos.
Fueron muchos los crimenes que cometió, pero fue durante el juicio que se pudo conocer publicamente la personalidad macabra que tenía Richard.
El juicio por los violentos crímenes de Richard Ramírez comenzó en enero de 1989. Para entonces, un renovado Ramírez ocupaba el banquillo. Ya no era aquel sujeto huraño y desarreglado de dientes corroídos; ahora llevaba el pelo recortado y peinado, luciente dentadura y traje con broche de corbata incluido.
Para dirigir el juicio, se nombró a Phil Halpin, de la oficina del fiscal de distrito de Los Ángeles, que confiaba en que las evidencias y los testigos oculares darían suficientes pruebas para que declararan culpable a Ramírez. Estaba convencido que debía hacer lo posible para que lo condenen a la cámara de gas.
Desde el comienzo del proceso, quedó claro que tanto la prensa como el público femenino estaban fascinados con Richard Ramírez. Sus modales desafiantes encantaban a un creciente número de admiradores que asistían cada vez que había una audiencia.
Le llegaron cartas de todas partes, la mayoría de mujeres que creían que era inocente y deseaban ayudarlo o pensaban que era excitante y querían tener relaciones sexuales. Los satanistas de todas partes del mundo lo consideraban la imagen de su culto.
El escritor Philip Carlo, que siguió el proceso, describió las repercusiones de toda esta atención prestada a Richard: “Por primera vez, comprendió que para la gente como él, la gente de la noche, era un héroe; era alguien. Eso le gustaba.
Durante toda su vida, había sido un don nadie, apenas un rostro famélico de ojos furiosos en medio de una multitud famélica, pero ahora la gente se detenía, le prestaba atención, lo miraba y lo señalaba… Se imaginaba que independientemente de lo que hiciera, lo iban a declarar culpable y condenar a muerte, así que decidió tomar las riendas”.
Richard tenía que comparecer en una fila junto a cinco hombres de similar contextura física. Cada hombre debía decir: “No me mires, perra, o te mato”. Había tantos testigos y víctimas que tuvieron que hacer la formación dos veces. Casi todos señalaron a Richard. La mayoría se sentía muy impresionada al verlo de nuevo y escucharlo decir tan terrible orden.
Cuando concluyó la ronda de reconocimiento, las víctimas fueron llevadas a una habitación donde estaban los objetos recuperados de la casa del reducidor de objetos robados al que acudía Ramírez, distribuidos sobre enormes mesas. Había aproximadamente unos 2000 artículos, la mayoría joyas. Las víctimas identificaron sus pertenencias robadas.
La siguiente vez que Richard fue llevado al tribunal, estaba enojado y se mostraba desafiante, parecía un animal salvaje atado con cadenas.
Al principio, lo representaba Alan Adashek, un defensor público. Ramirez quería declararse culpable pero el defensor le sugirió que la mejor defensa era la de la demencia. Richard se enfureció. Le dijo que él había seguido órdenes de su Señor, Satán, y no tenía intención de renunciar a ellas para salvar su pellejo.
Decidió en consecuencia relevar a Adashek y encomendarle su defensa a dos hombres con poca experiencia, Arturo y Daniel Hernández, que estaban convencidos de poder ganar el caso. Richard también lo creía a tal punto que en la siguiente audiencia levantó la mano para que la pudieran ver los periodistas: había dibujado una estrella de cinco puntas en la palma y gritó: “¡Heil, satán!”
El 6 de marzo de 1986, un policía describió la mutilación de Maxine Zazzara y cómo el acusado le había sacado los ojos. Ramirez se rió. El policía Jim Ellis declaró lo que Ramírez le había dicho en la cárcel:
“Me manifestó que había matado 20 personas en California, que era un supercriminal. Dijo que había dejado una huella digital y así es como lo habían atrapado. Declaró que fue a San Francisco y mató a Peter Pan… Que le dijo a una mujer que le diera todo el dinero y que la cortó y le sacó los ojos”.
Esta declaración del policía se consideró válida porque había sido voluntaria y porque a Richard Ramírez ya le había leído sus derechos y ya había consultado con sus abogados.
El caso, finalmente, pasó a manos del juez de la Corte Suprema de Justicia de California, Michael Tynan, en noviembre de 1986. Luego de varios cambios de fecha, se inició la selección del jurado el 21 de julio de 1988, dos años después de la audiencia preliminar. Finalmente, el 10 de enero de 1989, se tomó juramento a un jurado de seis personas de origen latinoamericano y seis afroamericanas junto con otros 12 jurados suplentes.
La fiscalía expuso el caso presentando una gran cantidad de evidencia física y relatos de testigos oculares. Huellas digitales de Richard, pisadas, armas, rostros y voces: todo lo identificaba como el asesino que con saña había dado muerte, robado y violado a hombres y mujeres de los Ángeles y San Francisco.
Poco después, se escuchó la terrible historia de Sakina Abowath. También ella identificó al acusado. El policía Daniel Laws fue el último testigo del caso. Había custodiado a Richard en su celda por más de un año.
Richard lo había llamado para mostrarle las fotos de una de una persona asesinada. El comisionado Laws dijo: “La primera foto era de una mujer (Maxine Zazzara). Estaba boca abajo y desnuda. La segunda foto era de la misma mujer tirada en la cama con la cabeza mirando para el otro lado de la cámara”.
-¿Le preguntó para qué le mostraba las fotos? -interrogó el fiscal Halpin.
-Sí, lo hice.
-¿Qué respondió?
-Él (Richard) dijo: ‘Las personas vienen y me dicen punk y yo les muestro las fotografías y les digo que hay sangre atrás del Merodeador Nocturno y se van todas pálidas”.
La defensa creyó que su suerte iba a cambiar cuando la jurado suplente Cynthia Haden, que decían que se había enamorado de Richard, debió reemplazar a un jurado titular. Las deliberaciones comenzaron el 26 de julio de 1989, pero debieron ser interrumpidas cuando una de las mujeres que integraba el jurado fue asesinada por su novio.
El 20 de septiembre, por fin, decidieron por unanimidad que Richard Ramírez era culpable de todos y cada uno de los cuarenta y seis cargos. El 3 de octubre votaron por la pena de muerte.
El día de la sentencia, Richard insistió en leer una declaración que había preparado. Su voz era fuerte y se mostró enojado:
“No me entienden, no espero que lo hagan. No son capaces. Estoy más allá de su experiencia. Estoy más allá del bien y del mal. Seré vengado. Lucifer reside en todos ustedes. No creo en el dogma hipócrita y moralista de esta supuesta sociedad civilizada. ¡Ustedes, gusanos, me enferman! ¡Todos y cada uno de ustedes son unos hipócritas! No necesito escuchar ninguno de los raciocinios de la sociedad, ya los he escuchado antes… Legiones de la noche, criaturas noctámbulas no repitan los errores de los merodeadores nocturnos y no muestren piedad”.
En prisión, mientras las apelaciones retrasaron durante años su ejecución, Richard Ramírez se la pasó en el Corredor de la Muerte de la prisión San Quentin. No temía morir porque decía que, como devoto de Satán, tendría un lugar privilegiado en el reino diabólico junto al asesino serial Ted Bundy y a Jack el Destripador.
Una de las mujeres que se mantuvo a su lado durante y después del juicio fue Doreen Lioy, que tenía 25 años cuando Richard fue capturado. Era inteligente y muy culta, a diferencia de la mayoría de sus admiradoras, y trabajó como editora para varias revistas. Lo halló muy atractivo y quiso protegerlo. Se casaron en 1996.
Luego de pasar 23 años esperando la ejecución, Ricardo Leyva Ramírez Muñoz o Richard Ramírez o “El Acosador Nocturno”, murió el 7 de junio de 2013 por insuficiencia hepática, a los 53 años.