Hasta el 17 de febrero de 1970, Jeffrey Robert MacDonald fue una encarnación del Sueño Americano.
Llegado al mundo el 12 de octubre de 1943 en Jamaica, Queens, Nueva York –el barrio en el que vivió Louis Armstrong hasta su muerte, julio 6 de 1971–, ya en la Patchogue High School «parecía que un reflector siguiera cada uno de sus pasos», como definió Tennessee Williams a su personaje Jim O’Connor en su deslumbrante pieza teatral The Glass Menagerie (El Zoo de Cristal).
De ojos azules, dientes perfectos y sonrisa de Hollywood, cada año era votado como el compañero más popular…, y el que tenía infinitas posibilidades de éxito.
Presidente de la clase senior y capitán del equipo de fútbol, sus altas notas lo llevaron con una beca a la Universidad de Princeton: primera línea. Allí enseñó Albert Einstein…
Se casó con Colette Kathryn Stevenson, su novia desde la escuela secundaria, y le llegaron dos hijas: Kimberley y Kristen.
Mudanza a Chicago. Graduado de médico. Capitán del ejército: sexto Grupo de Fuerzas Especiales como cirujano, en 1969, a sus 26 años.
Como reza el dicho, «el límite es el cielo«.
Pero a las 3.42 de la mañana del 17 de febrero de 1970…, todo se tiñó de sangre.
Un operador de Fort Bragg atendió una llamada de emergencia:
–Nos apuñalaron… Hay gente muriendo…
Era Jeffrey.
Cuatro oficiales de la policía militar llegaron a la casa, 544 Castle Drive, Carolina del Norte, sin sospechar poco más que un incidente doméstico.
Pero, alelados, vieron un demoníaco baño de sangre.
Colette, la esposa, embarazada de su tercer hijo, estaba muerta en el suelo del dormitorio: golpes hasta quebrarle los brazos, y apuñalada 21 veces con un picahielo y 16 con un cuchillo común.
Kimberley, de cinco años, muerta en su cama: golpes en la cabeza y diez puñaladas en el cuello.
Kristen, de dos años, también en su cama, destrozada: 33 heridas de cuchillo y 15 de picahielo.
En la pared-cabecera de la cama matrimonial, escrita con sangre, la palabra PIG (cerdo).
La atroz marca de fábrica de Charles Manson y su banda de asesinos…, en la casa de la actriz Sharon Tate –bellísima mujer del director Roman Polanski–, embarazada.
¿Fue el crimen inspirador, o un escenario montado para desorientar a los investigadores?
En el centro de ese aquelarre, Jeffrey, herido, con el pijama desgarrado, y abrazado al cadáver de su mujer, repitiendo:
–Eran cuatro… Dos blancos, un negro y una mujer blanca, rubia, de pelo largo, botas de taco alto, un sombrero blanco que le tapaba la cara, y que cantaba «el ácido es genial, mata a los cerdos».<
Primera sospecha. Jeffrey, revisado en el hospital, sólo tenía heridas leves, moretones en la cara y el pecho, y una herida de arma blanca en el costado izquierdo, «pequeña, limpia y aguda», según el forense.
Más tarde sería atribuida… a un bisturí. Algo que sólo un médico puede regular.
¿Una herida hecha por el mismo Jeoffrey?… Empezó una infinita danza judicial.
A priori, los expertos de la División de Investigación Criminal del Ejército no creyó en la versión del capitán. Primer pantallazo: «No hay señales de lucha contra tres hombres armados: apenas una mesa de café y un florero, volcados. Las armas homicidas, un cuchillo de cocina, un picahielo y un trozo de madera de noventa centímetros de largo, estaban fuera de la casa, y cerca de la puerta trasera. Los guantes quirúrgicos usados para escribir «cerdos» con sus puntas son idénticos a los que MacDonald tiene en su casa».
Casi lapidario.
Al parecer, según el informe final de los peritos:
Se inició una discusión en el dormitorio principal, entre Jeffrey y Colette, porque Kristen había mojado el lado de la cama donde duerme su padre…
Es posible que ella le golpeara la cabeza con un cepillo para pelo, y eso desató la furia de Jeoffrey, que mató a las tres, se hirió a sí mismo con un bisturí –la única herida aguda pero no mortal–, y desesperado, fabricó una coartada insostenible…
En la casa había una edición de Esquire con notas sobre el asesinato de Sharon Tate y la banda de Charles Manson: ¿qué mejor guión?>
Pese a todo, el abogado defensor, Bernard Segal, basó su alegato «en la pésima calidad de la investigación, el maltrato de la escena del crimen, y en la omisión de buscar a los sospechosos señalados por mi cliente».
El 13 de octubre de 1970, se retiraron los cargos contra Jeffrey.
En diciembre, el Ejército lo separó con «baja honorable».
Volvió a ejercer como médico en Nueva York y en Long Beach, California.
Y se atrevió a aparecer en los medios de prensa.
Error fatal.
El 15 de diciembre de 1970, en el programa de tevé The Dick Cavett Show, lejos de mostrar dolor por su familia masacrada, se quejó de la investigación, de su papel de sospechoso, y lo peor… hizo bromas y se rió como sin nada hubiera pasado.
Freddie Kassab, su padrastro, vio el programa, explotó de furia y fue a la justicia…
En noviembre de 1970, ese hombre me dijo que él y algunos amigos del ejército rastrearon, torturaron y asesinaron a los verdaderos culpables de matar a su familia… pero se negó a revelar nombres y detalles. Además, recuerdo que en el hospital, a menos de dieciocho horas del crimen, estaba sentado en la cama, comiendo, sereno, sonriente, y con muy pocas vendas. ¡Ese hombre es culpable!
Insólito: recién en enero de 1975 se reabrió el caso, sin consecuencias, y el juicio por asesinato empezó el 16 de julio ¡de 1979!
Nueve años después de los hechos
El 29 de agosto de ese año, Jeffrey Robert MacDonald fue declarado culpable de los tres asesinatos después de que el jurado deliberara seis interminables horas.
Prisión perpetua.
Algo antes, en junio, Jeffrey invitó al autor Joe McGuinniss a escribir un libro sobre el caso: esperaba que esas páginas lo reinvindicaran.
Pero McGuinnis lo sepultó: «Es un sociópata narcisista muy peligroso».
Sin embargo, en julio de 1980, otra vuelta de tuerca: una corte de apelaciones revirtió la condena «porque la demora de nueve años para sentarlo en el banquillo violó la Sexta Enmienda: derecho a un juicio rápido».
Libre bajo una fianza de 100 mil dólares, volvió a trabajar en el Centro Médico St. Mary´s como director de Medicina de Emergencia.
Cada tanto jura que es inocente, y víctima de un abominable error de la justicia.
Cada tanto Bernard Segal, el primero de sus veinte abogados defensores, jura que su antiguo cliente… «es el capitán Alfred Dreyfus norteamericano».
Cada tanto recuerda que tiene 76 años. Pero espera morir libre.
Hasta eso es posible en la vasta jungla de los libros de Derecho.
El atajo salvador.
Pero el pájaro volvió a la jaula: su condena fue ratificada por unanimidad el 16 de agosto de 1982.
A doce años del triple asesinato.
Ninguna de las pruebas (examen de las huellas digitles, la sangre, las fibras de la ropa, el ADN) permitían el resquicio de inocencia.
En adelante, todas las apelaciones fueron rechazadas.
Recién en mayo de 2020 tendrá una audiencia para lograr libertad condicional.
En agosto de 2002 se casó con Kathryn Kurich, exdueña de una escuela de teatro infantil.
Después de la boda, Jeffrey logró ser transferido al Correccional Federal de Cumberlan, Maryland.
Más cerca de su nueva mujer.