El atentado de las torres gemelas representa uno de los momentos más traumáticos, dolorosos, que nunca podrá ser olvidado.
Pero a pesar de ello, el nuevo libro del reportero Mitchell Zuckoff, Fall & Rise: The Story of 9/11 revive cada minuto de esa mañana de 2001 a través de la perspectiva de quienes soportaron los peores momentos de su vida a bordo de aviones que fueron secuestrados para convertirlos en misiles.
En una de sus historias, Zuckoff relata la hazaña de los «héroes del vuelo 93«. A través de mensajes telefónicos que «dejaron un tapiz hablado de gracia, advertencia, valentía, resolución y amor«, el periodista muestra cómo los pasajeros decidieron no permitir que los terroristas alcanzaran su objetivo suicida.
El relato inicia en la primera clase del vuelo 93 de United Airlines, donde había tres hombres de Arabia Saudita y uno del Líbano. Uno de ellos llevaba una hoja con un texto titulado The Last Night en la que se podía leer con letra dibujada a mano: «Ora para que tú y todos tus hermanos conquisten, ganen, y golpeen el objetivo sin miedo«.
El líder de la misión, Mohamed Atta, seleccionado personalmente por Osama Bin Laden, se había asegurado de que él y sus 18 colaboradores tuvieran asientos reservados en cuatro aviones los cuales salieron a pocos minutos uno tras otro.
Bajo esta forma de operar, una vez que se produjeran los secuestros de los cuatro aviones, nadie tendría tiempo de advertir a los otros pilotos y mucho menos de localizarlos a través de aviones de combate armados.
A las 8:42 despegó el avión 93. Sólo faltaban cuatro minutos para que el primer avión chocara contra la Torre Norte del World Trade Center. 17 minutos después el segundo avión haría lo mismo contra la Torre Sur, mientras que en otros 34 minutos, el tercer avión explotaría al impactar con el Pentágono, en Washington DC.
Mientras el avión sobrevolaba Nueva Jersey, ninguno de los pasajeros se imaginaba que el retraso en la pista podría salvar cientos de vidas.
A las 9:15, la mayor preocupación de los pilotos era no llegar a tiempo a San Francisco. Hasta ese momento, nadie les había dicho que dos aviones se habían estrellado contra las Torres Gemelas, o que los secuestradores habían entrado por la fuerza a las cabinas matando o hiriendo a los pilotos, o que un tercer avión había desaparecido de las pantallas de radar.
Ante la posibilidad de que se produjeran nuevos secuestros, Ed Ballinger, empleado en United Airlines de 62 años, empezó a enviar mensajes digitales a los pilotos que aún se encontraban en el aire. En ellos les advertía sobre una violenta «intrusión en la cabina». A las 9:23 llegó el mensaje a la cabina del vuelo 93.
Tres minutos después, el capitán Jason, desconcertado, pidió la confirmación del mensaje, pero Ballinger, quien contactaba otros aviones, no contestó. A las 9:28, los terroristas ingresaron a la cabina y el avión cayó 685 pies.
Posteriormente, los pilotos forcejeaban con sus agresores y todo el barullo se transmitía gracias a uno de los micrófonos inalámbricos, lo que permitió que los controladores en tierra de la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) escucharan. El controlador en tierra de ese vuelo, John Werth oía desde Cleveland, Ohio, y temía que el objetivo de ese secuestro suicida fuera la central nuclear, la cual estaba a 40 millas de donde se encontraba el avión.
Mientras unos atacaban a los pilotos, otros amedrentaba a los pasajeros o a las azafatas y movían al resto a la parte trasera del avión. En varios momentos, los ataques fueron registrados por la grabadora de la cabina del Boeing 757. Sin embargo, nadie en el cuartel general de la FAA había informado a los militares que un cuarto avión había sido secuestrado.
Después de atacar a los pilotos, el avión quedó bajo el mando de Ziad Jarrah, de 33 años, el único de los secuestradores con una incipiente formación de piloto y mientras el caos aumentaba, los pasajeros y tripulación intentaban hacer llamadas con los teléfonos incorporados en los respaldos de los asientos.
La azafata Sandy Bradshaw llamó al centro de mantenimiento de United en San Francisco e informó que había secuestradores en la cabina del piloto y que habían matado a una de sus compañeras.
Una de las llamadas que los pasajeros pudieron concretar fue la de Mark Bingham, un ex jugador de rugby de 31 años, quien se comunicó con su madre para informarle que tres hombres habían secuestrado su vuelo. Aunque la línea se cortó, la mujer llamó al FBI y después intentó contactar a su hijo a través de su móvil pero no lo logró.
Entonces le dejó un mensaje en su buzón de voz que decía: «Adelante, haz todo lo que puedas para detenerlos, porque esos sujetos son testarudos como el demonio«. Este mismo pensamiento surgió en la cabeza de otros pasajeros como el de Jeremy Gleck, un ex campeón de judo de 30 años, quien mientras hablaba con su esposa le relataba que otras personas se estaban uniendo para atacar a los secuestradores.
Ante el panorama de desastre que su esposa veía en la televisión, le preguntó a Jeremy si los sujetos tenían armas. Él contestó que no y le dijo que él y otros hombres habían tomado una decisión. La única respuesta que recibió de su esposa fue «creo que tienes que hacerlo. Eres fuerte, eres valiente. Te amo».
Después de las 9:48, la azafata Bradshaw contactó a su esposo Phil, piloto de U.S. Airways, a quien le relató que los pasajeros planeaban tomar el mando y el hombre le pidió que le hablara cuando ocuparan la cabina, pues él sabía volar un 757.
A las 9:53, lo terroristas sintieron que una revuelta se gestaba, entonces, uno de ellos amenazó con el hacha de seguridad que se encuentra en la cabina para detener a los pasajeros. A pesar de eso, varios corrieron por el pasillo de 20 pulgadas hacia el lugar de los secuestradores.
En la cabina, Jarrah sacudió el avión para desestabilizar a los rebeldes, pero eso no evitó que la lucha continuara y a las 10:00 Jarrah sugirió terminar la misión. No obstante, su compañero lo negó mientras los pasajeros golpeaban la puerta de la cabina para entrar. Entonces, para intentar desestabilizarlos otra vez, Jarrah hizo que el avión subiera y bajara súbitamente.
El líder, Mohamed Atta, había hecho una opción de emergencia si el objetivo no se cumplía: cualquier secuestrador que no alcance su meta deberá estrellar el avión contra el suelo.
Entonces, a 125 millas de Washington DC, los secuestradores se dieron cuenta de que no podrían terminar su misión y optaron por la última alternativa, no obstante, los pasajeros llegaron a la cabina, entre forcejeos alguien giró el control hacia la derecha, el avión se puso de cabeza y a más de 550 mph se estrelló en un campo cerca de Shanksville, Pennsylvania a las 10:03.
Aunque los 33 pasajeros, siete tripulantes y cuatro secuestradores murieron, nadie en tierra resultó herido y a pesar de la tragedia, esos «héroes del vuelo 93» no sólo impidieron que los terroristas destruyeran el Capitolio o la Casa Blanca, sino que salvaron muchas vidas más.