Historias insólitas

Lo ejecutan por asesinar a sus tres hijas pero sus últimas palabras congela a la policía

Al menos una de los jurados que condenó a Willingham reconoció que no dormía por las noches pensando en que hubieran podido cometer un error

Lo ejecutan por asesinar a sus tres hijas pero sus últimas palabras congela a la policía
Cameron Willingham

Dos días antes de Navidad, un incendio devoró la casa de madera de una planta en la que vivía Cameron Willingham con su entonces esposa, Stacy Kuykendall, y sus tres hijas. El hombre logró escapar sin apenas rasguños. La mujer, de 22 años, estaba en ese momento comprando regalos en una tienda de caridad, porque no tenían dinero. Las tres niñas murieron ahogadas por el humo: Amber, de dos años, y las gemelas, Karmon y Kameron, de un año. (Pena de muerte para dos monjes coptos por matar a un obispo en Egipto)

La familia vivía en un barrio humilde de Corsicana una pequeña ciudad del condado de Navarro, a 60 millas al sur de Dallas (Texas). El hombre tenía 23 años, era mecánico de autos y estaba desempleado. Tenía fama de problemático, y antecedentes criminales. A los investigadores les contó que se había despertado de la siesta y se había encontrado la casa llena de humo y llamas. No pudo localizar a sus hijas, apenas pudo escapar de allí con vida, contó. ( Este tipo y sus amigos mataron al negro arrastrándolo con una camioneta y ahora llega la pena de muerte)

Pero fue acusado de asesinato.

La policía dijo haber encontrado restos de líquido combustible, que el hombre habría esparcido por la casa para prenderla fuego. Vecinos aseguraron que le encontraron en el porche, en cuclillas, y que le pidieron que entrara a rescatar a las niñas pero se negó. Willingham no pareció mostrarse apenado durante el juicio, y un testigo afirmó que, al estallar las ventanas por el calor, el hombre sólo se preocupó por su auto y corrió a moverlo para que no resultara dañado. Otro dijo que, al día siguiente, el hombre y su esposa recorrieron la casa, escuchando música y riendo mientras rebuscaban entre los restos calcinados.

Mientras estaba encarcelado a la espera de sentencia, Willingham confesó a un compañero de celda que había prendido fuego a la casa para ocultar las heridas por el abuso al que su esposa sometía a una de las niñas, según explicó durante el juicio este recluso, Johnny Webb. Un doctor diagnosticó a Willingham como un sociópata incurable.

Fue condenado a muerte.

El incendio tuvo lugar en 1991. La sentencia, en 1993. Durante una década, sus abogados recurrieron ante diferentes tribunales. La Corte Suprema le negó el amparo en tres ocasiones. Durante todos esos años, el hombre insistió en su inocencia. Pero el 17 de febrero de 2004 fue ejecutado en la penitenciaria estatal de Huntsville.

Cómo última comida pidió tres costillas de cerdo a la barbacoa, con aros de cebolla, enchiladas de ternera con queso, y pastel de limón.

Sus últimas palabras fueron: «Lo único que quiero decir es que soy un hombre inocente condenado por un crimen que no cometí. He sido perseguido durante 12 años por algo que no hice. Vengo del polvo de Dios y en polvo me convertiré para que la tierra sea mi trono. Tengo que irme, amigos».

Luego expresó su amor por una persona llamada Gabby, e insultó a su ex esposa, que lo miraba desde el palco de testigos, diciendo que esperaba que se pudriera en el infierno, y tratando de hacer un gesto obsceno con su mano amarrada.

Recibió la inyección letal y fue dado por muerto en siete minutos, a las 6:20 de la tarde. Tenía 36 años. Fue el séptimo reo ejecutado en Texas ese año, y el tercero en una semana. En total, 561 han muerto en ese estado desde 1976, cuando se restableció la pena de muerte en Estados Unidos.

Pero Cameron Willingham parece inocente.

Unas vecinas que acudieron a la casa al oler el humo cuentan que encontraron al hombre desesperado, gritando «¡mis bebés se están quemando!», y tratando de entrar para rescatar a sus hijas. Un rato después, se quedó en silencio, como en estado de shock. Pero cuando llegaron los bomberos y la policía se puso histérico.

Johnny Webb, el preso que dijo que Willingham le había confesado el asesinato cuando estaban en la cárcel juntos, admitió que había mentido para obtener una reducción de condena. Además, recibió miles de dólares de un empresario. El entonces fiscal, John Jackson, le había escrito para asegurarle que intercedería a su favor. La asociación de abogados de Texas llevó a juicio al fiscal en 2017 por esta supuesta conducta irregular, pero fue absuelto.

Las cadáveres de las niñas, por lo demás, no habían mostrado signos de abusos.

Tres investigaciones posteriores descartaron que el fuego hubiera requerido de sustancias acelerantes para arder como lo hizo. De hecho, una de ellas fue transmitida al entonces gobernador, Rick Perry, una hora antes de la ejecución, pero si la leyó, no sirvió de nada. Perry siguió como gobernador hasta 2015; fue nombrado secretario de Energía por el presidente, Donald Trump, en 2017.

Al menos una de los jurados que condenó a Willingham reconoció que no dormía por las noches pensando en que hubieran podido cometer un error.

Y en cuanto a los médicos que testificaron en contra, uno resultó ser amigo de un fiscal y consideró loco al acusado porque tenía posters de bandas de heavy metal con calaveras y otros símbolos macabros. Y el otro, James Grigson, que le diagnosticó como sociópata, fue expulsado de la profesión tres años después por realizar diagnósticos sin ni tan siquiera examinar antes a sus pacientes.

La investigación sobre el caso en la revista New Yorker se ha convertido en una película, dirigida por Edward Zwick, que será estrenada este año.

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