En Manitoba, una colonia menonita insular en Bolivia cuyos residentes se oponen a la modernidad, nueve hombres fueron detenidos en 2009. Más tarde, fueron condenados a prisión por violar y abusar sexualmente de 151 mujeres y niñas, dentro de esta pequeña comunidad cristiana. ¿Por qué los líderes de Manitoba presionan ahora para que estos hombres sean liberados? (Violación grupal en un cuartel de Málaga: «No tiene lógica que dijera 50 veces ‘no’ y se quedara en la habitación» de su agresor)
Caminos de tierra sin pavimentar se extienden a lo largo de campos de soja y girasoles, conectando las remotas casas de Manitoba, hogar de 1.800 personas. Las pisadas de las ruedas de hierro de los tractores se hunden en el lodo; los neumáticos de goma están prohibidos por considerarse demasiado modernos. ( El llanto desconsolado de este conductor de Uber EE.UU. acusado de violación cabrea al juez )
El aire caliente y tranquilo se interrumpe ocasionalmente por el paso de un caballo que trota mientras tira de un cochecito en el que viajan mujeres con anchos sombreros de paja y hombres en monos oscuros.
Esta es la principal forma de transporte en Manitoba. Para los miembros de la colonia, conducir un automóvil o una motocicleta está prohibido y se castiga siendo excomulgado por el obispo y sus ministros.
Aunque misterioso, a los forasteros este lugar les parecía un refugio pacífico frente al mundo moderno. Pero en junio de 2009 el fiscal del distrito de Santa Cruz recibió una llamada de un oficial de policía de la ciudad boliviana oriental de Cotoca.
«Me dijo: ‘Doctor, algunos menonitas han traído aquí hombres que dicen que son violadores‘», recuerda Fredy Pérez, el fiscal que investigó el caso.
«La imagen que tenemos de los menonitas en Bolivia es que trabajan desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche, son muy religiosos y no bailan ni se emborrachan. Así que cuando recibí la llamada del oficial, simplemente no lo podía creer «, cuenta.
Sin embargo, en Manitoba muchas personas habían vivido durante meses, incluso años, con el conocimiento de que algo andaba muy mal.
Múltiples casos
«En la noche escuchamos a los perros ladrar, pero cuando salí, no pude ver nada», cuenta Abraham (no es su nombre real), el padre de las adolescentes víctimas de abuso en 2009.
«Por la mañana no podíamos levantarnos porque estábamos medio anestesiados», recuerda. No podíamos movernos … No sabíamos lo que había pasado, pero sabíamos que algo había sucedido«, dice. «Y no ocurrió solo una vez. Esos hombres estuvieron aquí dos veces», destaca.
Mientras toda la familia estaba drogada e inmóvil, sus hijas fueron atacadas sexualmente por hombres que irrumpieron en su hogar.
En ese momento, las niñas tenían demasiada vergüenza para contárselo a sus padres. «Debido a sus creencias religiosas, pensaron que algo malo, algo malévolo estaba sucediendo en la colonia», dice Pérez.
«En la mañana tenían dolores de cabeza… Las mujeres se despertaban con semen encima y se preguntaban por qué no llevaban ropa interior. No lo comentaban con los vecinos por miedo a que dijeran: ‘En esta casa está el demonio'».
Pero, con el tiempo, algunas mujeres comenzaron a hablar. Y las historias se multiplicaron. «Todos los días hablamos de eso, pero estábamos preocupados de informar a las autoridades. Simplemente no sabíamos cómo resolver la situación», dice Abraham.
Imposible de ignorar
Aunque las 90 colonias menonitas son una potencia de la producción agrícola boliviana, la mayoría son autónomas.
Los menonitas tienen sus raíces en la Alemania y Holanda del siglo XVI. Son pacifistas, practican el bautismo en adultos y creen que deben vivir una vida simple.
Llegaron a Bolivia en busca de libertad religiosa, tierra y aislamiento, a través de Rusia, Canadá y México, siempre moviéndose al siguiente destino si sentían que su autonomía estaba amenazada.
Pero con numerosos informes de agresiones sexuales entre una población tan pequeña, la gente de Manitoba se vio en medio de un nivel de criminalidad tan impactante que no podía ser ignorado.
En algún punto, lo que sucedía se hizo público en la colonia. Una noche de junio, hace una década, un joven fue sorprendido dentro de la casa de alguien. Al ser capturado por algunos de los hombres de la localidad, el joven implicó a otras ocho personas, todos menonitas, todos de Manitoba, excepto uno.
Abraham dice que antes de ser entregados a la policía boliviana, los hombres confesaron y ofrecieron detalles de los ataques.
«Me dijeron que habían irrumpido en mi casa y habían hecho lo que habían querido. Habían sido cuatro de ellos». Una vez que la historia salió a la luz, sus hijas finalmente hablaron con sus padres, confirmando lo que los hombres habían dicho.
«Mis hijas recordaron que algo había ocurrido, pero no sabían qué. Y nos contaron sobre el dolor que habían tenido en su área vaginal y sus piernas», recuerda Abraham.
En documentos judiciales, estas historias son amplificadas por otras víctimas. Las mujeres y las niñas cuentan haber sido violadas por diferentes hombres, una tras otra; haber encontrado un trapo sangriento que no les pertenecía; intentar gritar, pero no poder hacerlo.
Entonces, ¿cómo pudo suceder esto? ¿Y por qué Abraham y sus hijos casi ni se habían dado cuenta en ese momento?
La sustancia identificada en el caso de violación y supuestamente utilizada por los atacantes para inmovilizar a las víctimas y sus familias proviene de plantas tropicales.
Es bien conocida en América Latina, y algunos agricultores menonitas en el continente aparentemente la utilizan para anestesiar a los toros antes de que castrarlos.
En Manitoba, los hombres la rociaron a través de las ventanas de los dormitorios antes de entrar.
Su efecto es dramático, especialmente en la memoria. Alguien puede saber que algo terrible ha sucedido, pero no recordarlo. O puede hacer que una persona sea obediente, impotente para defenderse.
Sin palabras
Margarethe (no es su nombre real), una abuela, se sienta en la terraza de su casa en Manitoba. Las ventanas están tapadas por rejas de seguridad, un legado de las violaciones. Margarethe tiene sus manos, marcadas por el trabajo, cruzadas sobre el regazo y los tobillos cruzados debajo de la silla.
Habla suavemente en su idioma bajo alemán, un dialecto con cientos de años de antigüedad.
La mayoría de las mujeres y niñas menonitas no hablan español. Confinadas a menudo a trabajar en el hogar y en la granja desde que tienen 12 o 13 años, mantienen poco contacto con bolivianos y no se les enseña español durante los pocos años que van a la escuela.
«Ni siquiera puedo expresar con palabras lo terrible que fue», dice Margarethe, recordando ese periodo de hace diez años, cuando la vida en Manitoba estaba dominada por los ataques sexuales.
«Nos dijeron que sucedió más de una vez en mi casa, unas cinco mujeres se vieron afectadas. Vi a algunas personas en la oscuridad y las iluminé con una linterna, pero no las reconocí».
Al emerger las historias, misioneros menonitas ofrecieron apoyo psicológico a las sobrevivientes de violaciones. Pero el obispo de Manitoba rechazó la ayuda en nombre de las víctimas y fue citado en la prensa diciendo: «¿Por qué iban a necesitar asesoramiento si ni siquiera estaban despiertas cuando sucedió?»
Mientras tanto, el fiscal trabajaba para convencer a las víctimas para que cooperaran en el juicio. «Fue muy difícil hacer que testificaran», dice Pérez. «Las mujeres decían muchas veces: ‘No, no queremos’, y empezaban a llorar. Y yo les decía: ‘Pero si no cooperan, no tendré testigos. Los hombres serán absueltos y volverán a la colonia. Esto hacía que las mujeres y las niñas lloraran aún más.
«La cultura menonita es bastante sexista. Y aparte de eso, las mujeres son tímidas y no quieren contacto con el mundo exterior», explica Pérez.
Eventualmente, sin embargo, las mujeres superaron su malestar. Y en 2011 comenzó el juicio.
Gladys Alba, una de las jueces del caso, revive aun los poderosos testimonios que escuchó en la sala del tribunal: «Tuvieron el coraje de enfrentar a los abusadores y acusarlos cara a cara. Eso es lo que me impresionó».
Y ella cree que puede haber habido muchas más víctimas. «A pesar del hecho de que hubo tantas en el caso, hubo otras historias que no formaron parte del proceso, y se habló de hombres que también fueron víctimas».
«Podrían ser más de 200», dice. «Pero algunas de esas víctimas permanecieron ocultas debido a factores culturales. No acudieron, o no las llevaron sus padres, a los exámenes forenses. Es difícil para una mujer menonita casarse si ha tenido relaciones sexuales, por eso muchos padres prefirieron quedarse callados y decir: ‘En esta casa no pasó nada».
Uno de los acusados escapó poco después de ser arrestado, así que fueron ocho los hombres juzgados. En agosto de 2011, siete fueron condenados a 25 años de prisión por violación. El otro, que ha sido puesto en libertad condicional, fue condenado a 12 años por suministrar la droga utilizada para debilitar a las víctimas.
Otros dos hombres fueron juzgados y condenados en juicios relacionados. Tras la muerte de uno de ellos, ocho permanecen encarcelados en las afueras de la ciudad de Santa Cruz.
«Las obligaron a acusarnos»
En el desparramado complejo de prisiones Palmasola, 7.000 hombres bolivianos están encerrados detrás de altos muros de concreto. Se permiten las visitas conyugales, y al menos dos de los convictos menonitas han encontrado pareja y formado familias desde que fueron encarcelados.
Todos los hombres de Manitoba continúan negando que son violadores. Entonces, ¿por qué mentirían las mujeres y las niñas?
«Simplemente, porque sus padres las obligaron a acusarnos», dice Franz Dyck, uno de los condenados, que ahora tiene 31 años. «Incluso las llevaron a una escuela para enseñarles español para que pudieran acusarnos directamente en el tribunal.
«Creo que fuimos acusados porque somos pobres, no pudimos defendernos. Cuando me llevaron en Manitoba, era virgen. Les dije que todas las acusaciones eran mentira, pero me encerraron en un contenedor, sin ninguna prueba. Me amenazaron y me tuvieron casi una semana en la colonia hasta que me llevaron a una celda de la policía», afirma.
No es raro que los presos nieguen haber cometido un delito. Pero lo raro de este caso es que menonitas de diferentes sectores de la comunidad, los más liberales y los más conservadores, en Bolivia y en América del Norte, continúan expresando dudas sobre las convicciones de los hombres de Manitoba.
Hay diferentes historias. Algunos dicen que los hombres acusados eran impopulares en Manitoba, y la colonia pagó al poder judicial boliviano para mantenerlos en prisión. Otros creen que los hombres fueron chivos expiatorios, para encubrir una cultura más amplia de abuso sexual familiar. Muchos dudan del uso de ese poderoso aerosol narcótico.
Pérez, sin embargo, rechaza estas teorías y desestima las afirmaciones de que los hombres se vieron obligados a confesar haber violado bajo amenaza de tortura.
«Esa fue su versión», dice el fiscal. «Pero escribieron esas confesiones en su propio idioma, indicando en qué casas irrumpieron y a quién violaron. Y lo que escribieron coincidió con los resultados de los exámenes forenses de las víctimas: se vio que esas mismas niñas y mujeres habían sido violadas en las casas que los hombres identificaron».
Gladys Alba no tiene dudas sobre el caso. «Lo que hicimos fue correcto», dice la juez. «Se hizo justicia».