Ana María de los Reyes Alfaro fue asesinada dentro de su casa. Tenía 89 años y fue estrangulada con la manguera de un estetoscopio. El único error de Ana María fue abrirle la puerta a su asesina, una mujer, que con documentos falsos, instrumentos médicos y un discurso bien aprendido, prometía gestionar apoyos económicos a personas de la tercera edad.
La única razón para asesinarla fue que era «viejita». «Yo odiaba a las señoras porque mi mamá me maltrataba, me pegaba, siempre me maldecía y me regaló con un señor grande«. Fue la razón que dio Juana Dayanara Barraza Samperio, mejor conocida como «La Mataviejitas», cuando se le preguntó por qué había matado a unas 40 ancianas durante principios del 2000.
Luego de asesinar a su última víctima, «La Mataviejitas» fue capturada porque cometió un error. Ana María no vivía sola como las otras 41. Un hombre al que Ana María rentaba un cuarto de su casa para ayudarse con los gastos, fue quien avisó a la policía minutos después de que Juana Barraza le quitara la vida. Casi en flagrancia y tras varios años de asesinar a mujeres de la tercera, «La Mataviejitas» fue detenida en la colonia Moctezuma de la capital mexicana, cuando tenía 48 años.
La investigación ministerial determinó que Juana estranguló a 17 mujeres mayores de 64 años de edad entre 2002 y 2006. En algunos ataques, la víctima sufrió además abuso sexual.
Aunque se estima que pudieron ser más de 40 sus víctimas, la fiscalía solo pudo acreditar que Barraza Samperio participó en 17 de los casos. Los retratos hablados de la policía condujeron a la elaboración de un busto de arcilla de un hombre fornido pero afeminado que, en la hipótesis de la autoridad anterior a la captura, se trataba de un travesti o un transexual.
«La Mataviejitas» también resultó ser una profesional de lucha libre, la conocían como «La Dama del Silencio», nombre que ella escogió por se creyente del culto de «La Santa Muerte». «Yo traía a mi cargo a 70 luchadores», dijo en alguna entrevista para un medio de comunicación, pero cuando se bajaba del ring, se dedicaba a matar.
La primera sentencia que recibió Juana Barraza por los crímenes que le imputaron, fue por 700 años 59 días, luego de 12 años y medio en prisión diría: «No sé quién vaya a vivir esos años, pero, al paso que voy, no creo que yo lo haga», declaró sentada en una silla de ruedas. Luego le reducirían la condena a solo 50 años. «La Mataviejitas» se hacía pasar por enfermera, asistente médica o promotora social, elegía a sus víctimas, todas mujeres de la tercera edad que vivieran solas.
Juana Barraza , al igual que todo los asesinos seriales, contaba con un patrón particular para matar a las ancianas. Primero las golpeaba, en algunos casos las apuñalaba y abusaba sexualmente, y luego las estrangulaba. Y en tres casos, las víctimas de Juana Barraza tenían en su poder una copia de «El niño del chaleco rojo», obra de Paul Cézanne.
«La Mataviejitas» en ningún momento mostró arrepentimiento de sus actos, incluso aseguró que había elegido a sus víctimas por necesidad económica y que solo había cometido uno de los homicidios de los que se le acusaba, el de Ana María. La mujer se ganaba la confianza de las abuelas que vivían solas. Los pocos testigos que la vieron luego de cometer algún crimen dijeron haberla visto siempre con atuendos color rojo.
Luego de 9 años recluida en la cárcel de Santa Martha Acatitla, Juana Barraza encontró el amor y se casó con un recluso de alta peligrosidad que había conocido dentro del mismo penal. La pareja lleva un año de relación y en 2015 se casaron en una boda colectiva con otras 48 parejas en Santa Martha. Al final de la ceremonia civil hubo música y mucha comida. Su historia de amor no duraría mucho tiempo, la pareja se separó antes de cumplir su primer aniversario.
«La Mataviejitas» sigue recluida pero, de acuerdo a entrevistas que ha concedido a medios mexicanos, morir dentro de la cárcel no es su plan y de lo único que se arrepiente es no poder estar con su familia. También dijo «que se sentía contenta con su vida» y que «duerme tranquila en las noches».
Feggy Ostrosky, neuropsicóloga en investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), estudió a Barraza Samperio y asoció el abuso sexual de su infancia y el asesinato de uno de sus hijos con el desarrollo de su patología.