En algunos de los casos que llegan al Tribunal Laboral de Río de Janeiro (Brasil) “los trabajadores hablan de algunas situaciones que nos preguntamos si son ciertas o no”, dice la jueza laboral Adriana Leandro, de 50 años. El primer viernes de agosto, la jueza pudo ver por sí misma que algunas de esas situaciones son reales.
Leandro trabajó por un día como operadora de una sucursal bancaria, donde no había nadie que conociera su verdadera profesión. Allí vio a una colega pasar 6 horas sin tomar un trago de agua. “No porque alguien la detuviera, sino porque tenía mucho miedo de perder su trabajo. Si se levantaba no había nadie que la cubriera”, dice.
La jueza es uno de los 23 participantes que este año formaron parte de un proyecto de la Escuela Judicial del Tribunal Regional del Trabajo (TRT) en Río de Janeiro, que tiene como objetivo mejorar la empatía de los jueces. Para lograrlo, estos deben pasar un día en la piel de otros trabajadores.
Los magistrados toman clases teóricas, un día de capacitación y luego trabajan durante un día como conserjes, barrenderos, operadores telefónicos, cobradores de cuentas, y ayudantes en general.
Ponerse en el lugar del otro
“La empatía es esencial para todos, pero especialmente para nosotros. A diario tenemos que ponernos en el lugar del otro. Ponernos en el lugar del trabajador y del empleador para comprender las dificultades que enfrentan”, dice el juez Thiago Mafra da Silva, también trabajador la Escuela Judicial TRT.
En una ocasión, él trabajó como barrendero de calles para Comlurb, la empresa de limpieza de la ciudad. “El juez que pierde la capacidad de mirar con empatía al otro, pierde la capacidad de ser juez”, dice Marcelo Augusto Souto de Oliveira, director de la Escuela Judicial y uno de los responsables de implementar la idea.
A finales de julio, Mafra da Silva se contaba entre una media docena de trabajadores que limpiaban la playa de Leme. El juez no conocía la experiencia de levantarse todos los días a las 4:20 de la madrugada para ir a trabajar, como su colega Alexander Santos Pereira, de 44 años, quien es barrendero desde hace 10 años.
Pero por un día experimentó lo que era pasar cinco horas trabajando bajo el sol ardiente, recogiendo vasos de plástico, restos de comida y colillas de cigarrillos de la arena. Sin sombrero ni protector solar, Mafra da Silva sufrió un golpe de calor. “Fue muy fuerte, incluso vomité”, dice. Aun así, al magistrado le pareció una experiencia importante y positiva.
Mejores personas, mejores jueces
Implementado por la Escuela Judicial en 2017, el proyecto casi terminó poco después de comenzar. Muchos jueces no respondieron bien a la idea de pasar un día en los trabajos peor pagados y, en su opinión, menos prestigiosos, dice Marcelo Augusto, el director de la Escuela.
Augusto presentó el proyecto de ley a 24 directores de escuela y una de las preguntas más frecuentes que le hacían era: “¿Y qué beneficio tiene esto para los jueces?”. “Te garantizo que serás una mejor persona. Y, como creo que las mejores personas son mejores jueces, pienso que el proyecto es esencial”, dice. Él mismo participó en las tres ediciones que ha tenido el programa.
A pesar de la resistencia de muchos jueces, el proyecto se implementó ya que la escuela tiene autonomía. En el primer año, de 20 vacantes disponibles solo se cubrieron 12. En 2019 hubo 24 participantes, algunos incluso de otros estados.
El proyecto resultó en un libro y un documental, y hoy se está haciendo un experimento similar en el Tribunal Laboral de la Cuarta Región.
Trabajadores “invisibles”
El tema de la invisibilidad pública que algunos trabajadores sufren dentro de la sociedad ya había sido tratado en la Escuela Judicial durante mucho tiempo, desde que fue presentado por el profesor de derecho Roberto Fragale Filho. La idea surgió de un libro del sociólogo de la Universidad de Sao Paulo, Fernando Braga, quien trabajó como barrendero en este centro de estudios durante cinco años y ha escrito sobre la enorme distancia que crean las diferencias entre clases sociales.
En su trabajo, Braga explica cómo no ver a la otra persona como un igual debido al uniforme que lleva es un proceso que puede suceder de manera casi inconsciente. Filho lo invitó a asistir a la capacitación de los jueces en la corte, pero la escuela consideró que las conferencias como esta por sí solas no estaban teniendo el efecto necesario. Por eso se decidió profundizar la experiencia, acercando a los jueces a la realidad de aquellos que trabajan en puestos con salarios más bajos.
La principal preocupación, dice el director de la escuela, Marcelo Augusto, era respetar a las personas que hacen el trabajo real y evitar que el proyecto se convierta en un “espectáculo”, la representación superficial de una categoría profesional o una especie de “turismo”.
Para hacer esto, dice, los jueces toman conferencias, reciben capacitación junto a los demás trabajadores. En total pasan 50 horas de curso. “El proyecto no goza de los más altos elogios entre el poder judicial. Incluso creo que es un proyecto que no es para todos los jueces, porque no es la mayoría la que quiere mejorar su empatía“, dice Augusto.
“Este es un problema que tienen las personas con poder. Quien tiene poder rara vez está dispuesto a ser cuestionado, renunciar a algo de ese poder, o ejercerlo como si no lo tuviera”, dice Marcelo. “El poder es intoxicante”.
Una jueza limpiando pisos
Para algunos de los jueces, la experiencia es completamente nueva en muchos sentidos. Para la jueza Patrícia Lampert fue la primera vez que viajaba en un tren en Río de Janeiro. Como parte de su trabajo voluntario, tuvo que viajar a una ciudad cercana como empleada de limpieza. “Lo hacía todo mal. Trabajaba duro, pero era muy torpe”, dice.
Fueron sus colegas quienes le enseñaron a hacer las cosas bien: cómo usar el limpiador para pisos, qué calzado evitar para lavar, la forma correcta de limpiar para no sientir dolor. “Sentí una gran solidaridad”, confiesa. Marcelo Augusto reconoce que solo un día de trabajo es una experiencia muy limitada. Después de eso, los jueces regresarán a sus apartamentos, sus buenos salarios, su seguridad laboral y sus privilegios.
“Un juez que pasa un día limpiando la playa nunca será un barrendero. El proyecto no tiene la intención de transformar la vida de una persona en un día. La intención es presentar una experiencia que yo llamaría incluso ligera, pero que eso es capaz de afectarte”, dice. Él dice que no es “un gurú de la autoayuda” que promete transformar la vida de las personas.
“No se trata de una conversión religiosa, es una experiencia pedagógica que sirve fuera del poder judicial. Una herramienta muy útil para puestos de poder y autoridad”.
Bajo el sol
El juez Mafra da Silva trabajó un día limpiando la playa y otro en un puesto administrativo. Al igual que los otros jueces que participaron en el proyecto, dice que una parte muy interesante de la experiencia fue escuchar las historias de otros trabajadores. Cuando salió de su edificio en Botafogo, un barrio de clase media en la zona sur de Río de Janeiro, el portero le preguntó sobre el uniforme y, al escuchar sobre el proyecto, comenzó a contar su propia experiencia.
“Me contó que terminó la escuela secundaria, pero estaba desempleado y consiguió un trabajo como ayudante de mesero en un restaurante. Cayó en depresión debido a la forma grosera en que las personas lo trataban”, dice. Mientras trabajaba recogiendo basura en la playa, una mujer le dijo al juez: “Guau, pero eres demasiado blanca para estar al sol, ¿no te dieron un sombrero protector? ¡Te tienen que dar uno!”
“Al principio pensé que su preocupación era amable, pero luego me pregunté: ¿se preocuparía si yo no fuera blanco? ¿Cree que hay un perfil para hacer este tipo de trabajo?”, cuestiona el magistrado.
Sérgio Jesus Teixeira, quien ha sido barrendero durante nueve años y también trabaja en Leme, dice que las personas generalmente lo tratan bien, pero algunos episodios le molestan. “Uno ve la falta de conciencia de las personas que tiran basura en la calle, en la playa. Da una tristeza”, dice.
Estas son situaciones comunes en la vida del trabajador, pero a menudo los jueces, que toman decisiones que los afectan directamente, solo ven desde la distancia. “Es una realidad muy lejana para quienes pasan el día en la corte”, dice la jueza Adriana Leandro, quien fue voluntaria como operadora telefónica.
“A veces estamos tan endurecidos. Sentir un poco de lo que siente el empleado es importante para crear conciencia”, dice.