No todo lo que brilla es oro. Erin Caffey es bajita -mide solo 1.49 m-, pero la fuerza con la que emerge su canto es descomunal y llena la iglesia. Su imagen combina a la perfección con su melodía celestial: pelo dorado y ondulado, ojos azules y una sonrisa inocente y pacífica. El ministro bromea y dice que si tuviera varias Erin en el coro llenaría siempre su iglesia. Su familia asiente. Todo habla bien de ella. Su belleza es angelical. Pero no. Nada de lo que se ve, salvo la voz, es cierto. Ya lo sabremos.
Terry y Penny se conocieron en una reunión bautista, en Garland, cuando ella tenía 21 años y el 24. Los dos eran muy comprometidos con su profunda fe. Su primera hija fue Erin. Luego vinieron los dos varones: Mathew y Tyler. Como a Erin le habían diagnosticado ADD (desorden por déficit de atención), sus padres fueron sobreprotectores con ella. El año 2007 los encuentra viviendo en una modesta y bucólica cabaña, en una zona rural entre las ciudades de Alba y Emory, en el estado de Texas, Estados Unidos. Habían llegado hacía algún tiempo desde la ciudad de Celeste, para vivir más cerca de la iglesia bautista Miracle Faith en la que colaboraban y participaban activamente.
Penny -ya de 37 años-, tocaba el piano en la iglesia y era empleada en Meal on Wheels, haciendo delivery como conductora sustituta para llevar comida a distintos lugares de la zona. Su marido, Terry (40), era un predicador laico y trabajaba para una empresa de provisiones para cuestiones de salud. Matthew, al que llamaban Bubba, tenía 13 años, tocaba la armónica y cursaba séptimo grado. Tyler, de 8, estaba en cuarto grado y era el encargado de la guitarra en las ceremonias. La más reservada Erin, estaba en el final del secundario y ya era conocida por sus maravillosos solos de gospel los domingos en la Iglesia.
Los chicos habían empezado asistiendo a escuelas públicas pero, luego de un incidente con Erin, todo cambiaría por un tiempo. Por una conducta sexual poco apropiada de ella, que estaba por fuera de los estrictos estándares de comportamiento que tenían sus padres, los sacaron a todos abruptamente del colegio. Penny empezó a darles clases en casa con una currícula basada en la Biblia. Pensaba que la educación dedicada e individual ayudaría a Erin con sus problemas de atención. En julio de 2007, Erin cumplió 16 años: sacó registro de conducir, le dieron una vieja camioneta Chevy y empezó a trabajar en la empresa de comidas rápidas, Sonic Drive-In. Erin alcanzaba los pedidos hasta los autos.
Es allí donde conocería a Charlie Wilkinson, que tenía en ese entonces 18 años.
Flechazo fatal
Charlie James Wilkinson, así se llama, no era el candidato ideal para los padres de Erin. Desprolijo y de mala apariencia manejaba un viejo Ford Explorer de 1991. Pero para Erin era resultó magnéticamente atractivo: tenía los ojos muy celestes, siempre usaba unos jeans Wrangler con botas de cowboy y un enorme un sombrero estilo western. Apenas le fue a entregar su delivery y lo vió se sintió atraída por él. Fue absolutamente correspondida: Charlie recordaría luego la electricidad que le recorrió el cuerpo cuando la observó acercarse a la ventanilla de su auto con la orden de comida. Amor fatal instantáneo.
Charlie vivía en el campo con su padre, su madrastra y sus dos medio hermanos. A su madre biológica la veía una o dos veces al año. Cazador incansable pasaba mucho tiempo pescando y siguiendo perros salvajes con su arma. Nunca había tenido problemas con la ley ni llamados de atención por mala conducta en el colegio.
Durante el otoño boreal de 2007, Charlie empezó a visitar Sonic con frecuencia para ver a Erin. Estaban locos el uno por el otro. Un amigo de Charlie, Dion Kipp Jr, relataría luego lo siguiente: “Él estaba totalmente enamorado y la consideraba su alma gemela. Hablaba de ella 24 horas los siete días de la semana”. A pesar de que los Caffey no dejaban que Erin saliera sola con Charlie, ellos se las arreglaban igual para pasar juntos el mayor tiempo posible. El iba a Sonic cada tarde para aprovechar los breaks laborales de ella y luego, todas las noches, se instalaba en la casa de los Caffey.
Después de comer, cerca de las 21, los Caffey se aseguraban de acompañar a Charlie hasta la puerta de salida. Pero la pareja continuaba por teléfono y hablaban al menos una hora más antes de irse a dormir. Charlie incluso empezó a asistir a la iglesia Miracle Faith. El pastor McGahee recuerda: “Cuando lo conocí parecía un buen chico. No vi nada preocupante al principio”. En diciembre de 2007 Erin le pidió a sus padres volver al colegio y dejar la formación en casa. Sus hermanos varones también querían retornar a las clases convencionales porque extrañaban a sus amigos.
Penny, que necesitaba tiempo extra para poder trabajar, accedió. Así que, después de Navidad, todos volvieron al colegio. Erin y Charlie se volvieron inseparables. Terry empezó a dejarlos salir a comer solos. Fue por entonces, comenzando el 2008, que tuvieron su primera relación sexual. El vínculo se encendía más y más. Un día de esos Charlie la llevó con su auto a un camino alejado: se arrodilló en el pavimento, sacó el anillo de compromiso de su abuela y le propuso pasar la vida juntos.
Penny no pasó por alto el detalle del anillo en el dedo de Erin. Le ordenó devolverlo inmediatamente. Terry encaró a Charlie y lo reprendió: “Es totalmente inapropiado… Le estás proponiendo compromiso a mi hija que solo tiene 16 años”. El padre de familia hacía tiempo que sentía que algo no estaba del todo bien en esa relación simbiótica. Le molestaba mucho que, al llegar del trabajo, Charlie estuviera tirado con las piernas apoyadas en su silla y no se levantara para saludarlo ni estrecharle la mano.
“No me respeta en absoluto… ¿cómo tratará a nuestra hija?”, se quejaba a solas con Penny. Entonces trataron de limitar el tiempo que Erin pasaba con Charlie a una vez por semana en su casa y bajo su atenta mirada. Furiosa con sus padres Erin le contó a una tía que pensaba fugarse apenas cumpliera 17 años. Las discusiones aumentaron. Un día, a principios de febrero de 2008, la pelea terminó con que Penny le quitó a Erin el celular, las llaves de la camioneta y las visitas de Charlie a su casa fueron suspendidas. Sus padres empezaron a llevarla y traerla ellos mismos del colegio.
Habían pasado unos seis meses desde que Charlie y Erin habían comenzado su relación. Las cosas se habían desmadrado.
La sangrienta decisión
El 21 de febrero de 2008 empezó una cadena de hechos desafortunados para Terry Caffey. Ese día fue a visitar a su padre Clarence y lo encontró muerto: le había dado un infarto masivo. Unos días después de enterrar a su padre, vendrían más capítulos negros para su historia familiar. El 27 de febrero los Caffey le exigieron a Erin que rompiera definitivamente con Charlie. Ese día Penny había ido a una librería local y, por sugerencia de su hermana, había indagado el perfil de MySpace del novio de su hija. Lo que vio no le gustó nada. Los comentarios que leyó allí sobre bebidas, emborracharse y tener sexo le resultaron aterradores.
Cuando Erin llegó a su casa esa tarde, estalló todo. Los padres estaban esperándola en el living: “Esto se acabó. Rompés con él hoy mismo”. Para su sorpresa ella no gritó ni dijo demasiado. Unas pocas lágrimas y promesas de que sí lo haría y les mintió: “Es algo que venía pensando hacer”.
La realidad en su mente era diametralmente opuesta: lo que Erin urdía era “sacarse de encima” a sus padres. En su profunda rabia veía como una única salida posible, matar a su familia. Así sería libre para hacer lo que le diera la gana. Y se lo dijo a su novio. Lo hablaron incansablemente. Él le prometió que haría todo lo necesario para hacerla feliz. Charlie lo comentó con varios amigos. Ellos contaron a los investigadores que él se mostraba con dudas y que lo único que quería era escapar con Erin. Incluso le llegó a comentar a otro amigo, dos días antes de los asesinatos, que deseaba que Erin se embarazara así los Caffey no tenían otra opción que aceptarlo. Pero Erin no quería un bebé, decía que ella era muy joven para eso. Según los que conocieron a la pareja, ella era quien mandaba allí: “Podía hacer que él hiciera lo que ella quería”.
Esperando que la relación se enfriara y ajenos a toda sospecha, los padres siguieron con sus rutinas normales. Pero el fuego no se apagaría.
La noche elegida
Rodeada por pinos, sobre un camino que comunicaba a otras dos viviendas, la casa de los Caffey estaba en una zona prácticamente aislada. Alrededor de la una de la mañana, de esa fría madrugada del sábado 1 de marzo de 2008, comenzó el espanto. El plan se puso en práctica. Pero cuando Charlie con la pareja amiga -conformada por Charles Allen Waid (20) y su novia Bobbi Gale Johnson (18)- llegaron a la casa, el perro negro de los Caffey ladró demasiado y se tuvieron que alejar. Se estaban yendo cuando Erin llamó con su celular a Charlie (desde las 23.46 hasta las 24.48 lo llamó seis veces desde dentro de la casa y, desde la 1.22 hasta la 1.58, otras siete veces más) y lo convenció para que volvieran. Ella calmaría al perro para que ellos pudieran proseguir con lo orquestado.
Regresaron y Erin cumplió: el perro no ladró. Estaban estacionados a metros de la casa familiar. Erin se escabulló hasta el auto en pijama y se sentó dentro del Dodge Neon plateado de Bobbi. Los varones bajaron y se dirigieron hacia la casa. Esta vez iban con total determinación. Llevaban armas y dos espadas Samurai. Terry Caffey, la única víctima que sobrevivió esa noche, recuerda que eran las dos de la mañana cuando se despertó con ruidos: «Irrumpieron en nuestro cuarto y abrieron fuego. Me pegaron varios disparos (…) vinieron también con una espada Samurai. Luego de dispararle a Penny, me dispararon a mí tres veces más, dos en la espalda y una en la parte posterior de una pierna. (…) No podía sentir el costado derecho de mi cuerpo. Sentía que me habían disparado en la cara. Luego uno de ellos tomó la espada y apuñaló a Penny en el cuello casi decapitándola”.
Terry, herido y aterrado, perdía y recobraba alternativamente la consciencia mientras sentía que la sangre resbalaba por su adormecida cara. Pensaba en sus hijos que dormían escaleras arriba. Poco podía hacer. Cuando los escuchó gritar se desesperó: “Entré en pánico. Matthew gritaba ‘No, Charlie. ¡No! ¿Por qué estás haciendo esto?’. Cuando lo escuché decir su nombre me dí cuenta de quién estaba en mi casa y por qué. Después escuché más tiros. Traté de levantarme de nuevo, pero no pude. La sangre corría por mi cabeza. Me desmayé. Luego me enteraría que Matthew había recibido disparos mientras buscaban a Tyler que se había escondido en un closet y que ellos se turnaron para apuñalarlo”.
Este mismo hecho, Charlie, uno de los asesinos lo recuerda así. Después de la balacera en el dormitorio de los padres, Waid y él salen de la habitación, pero Charlie decide volver sobre sus pasos con la espada Samurai para cortarle el cuello a su suegra, “quería asegurarme de que estaba muerta”.
El sonido de los tiros había despertado a los chicos que habían empezado a llamar a sus padres a los gritos. Asustados, Matthew y Tyler, se encerraron en el cuarto de Erin, cuenta Charlie. Waid, entonces, lo instruyó para “terminar con los chicos, porque los chicos pequeños hablan”. Subió la escalera y los convenció de que salieran del cuarto de Erin y que se fueran a sus camas. Charlie declara: “Estaban asustados, y yo no podía soportar sus miradas”. Bubba intentó pelear pateando a Charlie, pero cuando lo hizo, Waid que estaba abajo todavía, levantó su arma 22, apuntó hacia la baranda donde estaban los hermanos y le disparó a Bubba en la cara. El cayó al piso y no se movió más. Waid entonces subió y apuñalaron a Tyler. Las versiones, no tienen grandes diferencias. Algunos matices solamente. La sangrienta masacre estaba consumada.
Luego Charlie tomó la valija que Erin previamente había empacado y la llevó al auto. Según Charlie ella parecía absolutamente feliz: “Estoy contenta…¡terminó todo!”, les habría dicho.
Charlie y Waid volvieron a la casa a recobrar el contenido de la caja de seguridad. La combinación se las dio Erin. Entre eso y el dinero de la billetera de Terry juntaron 375 dólares. Luego, alumbrando con sus linternas, se las ingeniaron para incendiarlo todo intentando borrar sus siniestras huellas.
Waid dejó a Erin y Charlie en el trailer celeste de su hermano, donde la pareja recientemente consagrada como criminal, se dedicó al sexo. No sabe Terry cuánto tiempo estuvo inconsciente en el piso de su habitación pero, mientras eso ocurría, Wilkinson y Waid prendieron fuego a muebles y sábanas. La casa estaba llenándose de humor y habían comenzado las llamaradas cuando despertó otra vez. “Sabía que no podría subir las escaleras así que empecé a gatear a través del cuarto. Encontré a Penny que ya estaba muerta. Me las arreglé para arrastrarme a través de la ventana del baño y salir fuera de la casa”.
Mientras se deslizaba con determinación por el suelo dejando un reguero de sangre hacia la casa de su vecino, Tommy Gaston, las llamas terminaban de consumir la vida que había tenido hasta hacía minutos: los cuerpos de su esposa e hijos, su casa, su felicidad. Solo completar esa agónica travesía de 300 metros hasta la casa de sus vecinos le tomó una eterna hora. Herido casi de muerte reptó como pudo a través del bosque de pinos, en el trayecto cayó a un arroyo donde casi se ahoga. La noche era fría, pero se las arregló para seguir moviéndose. La adrenalina de la desesperación era infinita.
Para conseguir avanzar miraba concentrado la luz en la ventana de Tommy y Helen Gaston. Ellos lo ayudarían. Finalmente llegó y su ruido los despertó. Habían pasado dos horas desde el inicio del ataque. Terry colapsó en su porche. Apenas lo vio Tommy llamó al 911. La operadora le preguntó si Terry Caffey sangraba. Él respondió: “¿De dónde no sangra? Es un milagro que esté aquí”. Cuando llegó la policía el perro de la familia vigilaba atento los escombros y los restos calcinados de sus ocupantes. Tan calcinados que sería imposible establecer en qué orden habían sucedido las cosas y cuáles eran las causas primigenias de muerte.
Terry, el único sobreviviente, estaba tirado en el living de Gaston, con una remera embadurnada con barro y sangre y un pantalón de pijama. En sus pies tenía sólo una media mojada. Había tanta sangre que el policía Dickerson no podía decir dónde había sido baleada la víctima, pero lo escuchó musitar con un hilo de voz: “Todos se fueron (…) Charlie Wilkinson le disparó a mi famila”.