Pese al publicitado éxito del Simulacro Nacional de Sismo del pasado 18 de agosto realizado en Perú, lo cierto es que el país no está preparado para enfrentarse a un terremoto de nivel 8 en la escala de Richter. Los efectos del mismo serían devastadores en zonas pobres del país. Y no tanto por su calidad de vida humilde, sino debido a la endeblez de sus construcciones. Ello fue evidente tras el terremoto que sacudió la zona la central de la costa peruana hace tres años y que dejó un reguero de muerte y destrucción a su paso por las ciudades de Pisco e Ica.
Hoy miércoles 25 de agosto, una semana después del seísmo que devastó la ciudad de Pisco, dos temblores de 3,9 y 3,8 grados de magnitud en la escala de Richter, sacudieron la costa central de Perú. La alarma de la población es latente desde hace unos años y hoy se reafirma una vez más.
Han pasado tres años del terremoto que a escala 7,9 grados Richter hizo estragos en el sur peruano, y la entonces devastada ciudad de Pisco sigue igual de olvidada pese a las promesas del presidente Alan García y la millonaria ayuda internacional que llegó desde entonces y que los pobladores de esta ciudad «no han visto», según declararon a Periodista Latino.
Los simulacros para hacer frente a movimientos telúricos es loable desde cualquier punto de vista, pero una vez consumada la tragedia, para lo que les espera a los damnificados, el Perú no está preparado. La ciudad de Pisco es un claro ejemplo de la desidia de las autoridades peruanas para hacer frente a las consecuencias de una eventual tragedia. Y ya van tres años.