Son esos programas o planes de luchas con sentido social y contenido económico que tratan de comprender la conciencia social, de darle sentido y justificación a las clases sociales, en medio de debates en los que se confrontan los basamentos que cada sector saca a relucir, apelando a su respectiva batería argumental para defender y tratar de imponer su punto de vista.
Es así como se dan a conocer las más variadas formas de gobierno sostenidos en bases democráticas, autocráticas o religiosas. Unos ensalzan las bondades del capitalismo, otros las pócimas ventajosas del socialismo o, los más extremos, defendiendo las líneas medulares del más puro comunismo.
En medio de ese furor que a veces raya en el mas estridente fanatismo se confrontan liberales y capitalistas, mientras que los propagantes del marxismo ensalzan “un conjunto de ideas, conceptos y creencias destinados a convencer universalmente acerca de una verdad que obedece a intereses particulares, o sea, a los intereses de una clase que se presenta como dominante”. Fue a esa premisa refractaria a la que se opuso tenazmente el expresidente Felipe González al insistir en eliminar la invocación del marxismo en la doctrina de su partido PSOE.
Mas drástico fue el planteamiento de Francis Fukuyama cuando sacudió al mundo ensimismado en la actividad política con su tesis del “fin de la historia y la muerte de las ideologías”; tesis que apoyaba en el colapso soviético sobrevenido después del glasnost y de la perestroika instrumentados en la década de los 80, impulsando un reajuste que estremeció la vida política, cultural y económica de la Unión Soviética.
Otras pautas están dadas en los movimientos de naturaleza religiosa, que vienen a ser “ese conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto”.
La ideología que orientaba los pasos y cruentas acciones de Adolfo Hitler, fue el nazismo para rechazar el marxismo, la democracia liberal y el sistema parlamentario. Mientras que Benito Mussolini enarbolaba las banderas del fascismo, prometiendo la edificación de la Gran Italia, apoyándose en el concepto de la hegemonía de Roma en el mar Mediterráneo. Mientras que el camino ideológico de Francisco Franco estaba delineado por el antiliberalismo fomentado con una estruendosa retórica fascista.
En otra latitud teníamos a Saddam Hussein, partiendo lanzas o empuñando fusiles en defensa de la ideología Baazista de defensa de la autonomía árabe frente a las potencias extranjeras. Pudiéramos seguir aportando más datos sobre personajes como Yasir Arafat que capitaneaba las movilizaciones palestinas en nombre del “Movimiento Gaza-Libre”, sumatoria de grupos y organizaciones que exaltaban la defensa de los derechos humanos.
Osama bin Laden, cuya bandera fue la instalación de una doctrina en el mundo islámico denominada Salafista-Yihadista. Inevitable no citar a Muamar Gadafi, líder y guía de su particular revolución desde la que promovía “la tercera Teoría Universal, la Yamahiriya el Estado Socialista”.
Tomaría mucho espacio citar el elenco de terroristas formados en Irán desde la proclamación de la Republica Islámica en 1979, desde donde se financian enclaves terroristas, atendiéndonos a las acusaciones formuladas por autoridades de los gobiernos de los Estados Unidos de Norteamérica,
En Hispanoamérica surgieron líderes con sus particulares pertrechos ideológicos, como los que defendía ardorosamente el líder peruano Victor Raúl Haya de la Torre, para quien la médula de su aspiración era “consolidar un pensamiento auténticamente latinoamericano que sirviera de portaestandarte de una alternativa a la cosmovisión eurocentrista americana, adaptado y adaptable a su realidad espacio-temporal y como foco de lucha antimperialista”.
Por otro lado insurgía Rómulo Betancourt con su ensayo inspirado en la determinación de crear un partido político que fuera diseñado a imagen y semejanza del pueblo que pretendían liderar. En Colombia sobresalía el carismático líder Jorge Eliecer Gaitán con sus postulados de esencia liberal. En Cuba apareció el joven guerrillero Fidel Castro con sus simuladas ideas comunistas que defendió hasta su último suspiro.
Transcurridos más de 48 años emerge en Venezuela el aluvional liderazgo del militar golpista, Hugo Chávez Frías, arropándose con las banderas bolivarianas y evidenciando estar revuelto o mezclado en medio de un huracán de ideologías contrapuestas que dificultan detectar cuál es su verdadera inclinación de credos y pensamientos.
Lo que sí está, muy, pero muy claro y a la vista de todo el mundo, es como en nombre de esas ideologías o corrientes religiosas se vienen cometiendo, con la mayor impunidad y descaro, los más cruentos crímenes y violaciones de los más elementales derechos humanos. Valga decir que esos delitos no son una novedad que nos esté sorprendiendo ahora mismo.
Son de vieja data, tanto que no ha perdido vigencia la Doctrina Betancourt, propuesta por el líder venezolano, para cerrarle el paso a los regímenes dictatoriales, cuyos cabecillas, aún con sus manos ensangrentadas, pretendían desde entonces ocupar sillones en las organizaciones internacionales como la OEA o la ONU, como si nada estuviera ocurriendo que merecieran el repudio y las sanciones de una comunidad internacional llamada a condenar tales barbaridades.
Así tenemos que para esta fecha que corre “las muertes causadas por el terrorismo aumentaron en el último año un 22 % en todo el mundo, hasta 8.352, el nivel más alto desde 2017”. Tales cifras son aportadas por un informe divulgado el pasado jueves (29.02.2024) por el Instituto para la Economía y la Paz (IEP, por sus siglas en inglés). “En su Índice Global de Terrorismo 2024 (GTI), el laboratorio de ideas señala que el terrorismo es todavía una amenaza global y que los atentados, si bien en número se han visto disminuidos un 22 % -hasta 3.350-, han sido más mortales”.
Los derechos humanos son pisoteados diariamente, salvo honrosas excepciones, por gobernantes que se escudan en esas supuestas ideologías o religiones que dicen asumir. Son delincuentes, ególatras, desquiciados, empoderados que roban a manos llenas el dinero que impide que los seres humanos tengan el derecho a servicios de salud, de educación con calidad y de viviendas decentes.
Son los que hablan de justicia y manipulan los tribunales para apresar arbitrariamente a los disidentes. Hablan del derecho de propiedad y asaltan bienes particulares y disponen de las riquezas de los países que desgobiernan, mientras los ciudadanos son condenados a la pobreza más espeluznante.
En conclusión, es hora de salirle al paso a estos estafadores que pretenden hacernos creer que el crimen es una ideología, que traficar drogas, que avenirse con terroristas y saquear los dineros públicos está justificado por esas coordenadas programáticas, que terminan siendo basura que solo les sirve a quienes han desvirtuado y depravado esas ilusiones.