El chavismo sostiene que la oposición alienta una sobredemanda para provocar desabastecimiento, pero la realidad es que el país sufre una crónica deficiencia de productos básicos
En 2007 el gobierno del presidente Hugo Chávez inició un masivo plan de nacionalizaciones de sectores que consideraba estratégicos para el desarrollo del país.
Hoy controla la industria eléctrica, la petrolera, la cementera, ha incursionado en la venta al por menor haciéndose con el control de cadenas de supermercados, ha intervenido siete millones de hectáreas.
Con una economía controlada desde hace 10 años, con un rígido control de precios de los productos de la cesta básica que solo son aumentados mediante decreto del Ejecutivo, el Gobierno ha instaurado un modelo que de acuerdo con los analistas ha llevado al país al borde del colapso.
Como explica Alfredo Meza en ‘El País’, en Venezuela resulta más barato importar que producir debido a la sobrevaluación de la moneda y a la falta de incentivos.
Resulta muy tentador importar o simular que se importa mediante dólares preferenciales antes que arriesgarse a perder lo invertido.
Los empresarios se quejan de la falta de garantías para hacer negocios y la inversión extranjera ha caído a niveles dramáticos.
El ranking Doing Business del Banco Mundial no ha sido indiferente a ese entramado tejido por el chavismo. De acuerdo con su más reciente escalafón, en 2012 Venezuela ocupaba el puesto 177 entre 183 países, por debajo de Haití.
Abrir una empresa en este país cuesta no menos de 140 días. Una pesadilla que nada tiene que envidiar al El Proceso de Kafka.
Y la consecuencia de esas decisiones es que el Ejecutivo, que todo lo basa en repartir, subvencionar y mimar al pueblo, se veincpaz de satisfacer la demanda.
El ejemplo más reciente es el papel higiénico.
Venezuela lleva años imponiendo límites de precio a ciertos productos básicos para tratar (con nulo éxito) de controlar la inflación, la más alta de Latinoamérica y una de las mayores del mundo.
El Gobierno de Hugo Chávez impuso precios regulados para productos como los huevos, el azúcar, la leche, la harina, el pollo… o el papel higiénico.
En determinados momentos y productos, esos precios máximos se han situado incluso por debajo de los costes de producción y prácticamente siempre por debajo de los de mercado.
Como subraya Miguel Jiménez en‘El País’, la teoría económica nos enseña que la oferta de un producto disminuye y la demanda aumenta cuando los precios son bajos. Simplemente eso es lo que ha ocurrido en Venezuela.
Los fabricantes pierden dinero produciendo y los comerciantes vendiendo algunos de esos productos, lo que, unido a la desastrosa gestión de algunas empresas nacionalizadas, ha tumbado la oferta.
Al tiempo, la demanda de los consumidores se ha disparado no solo porque sus precios son asequibles en términos absolutos, sino también porque cada vez lo son más en términos relativos, ya que los precios de los productos no controlados están por las nubes como consecuencia de la inflación galopante. Oferta y demanda no se encuentran.
Así, los productos regulados se han visto sometidos intermitentemente a la escasez, el racionamiento o el acaparamiento porque su precio no es de mercado. Las importaciones del Estado y las redes de distribución estatales, donde la venta a pérdida se asume con naturalidad, tratan de paliar el problema.
En un país petrolero, hasta la gasolina en ocasiones escasea, sobre todo la de mayor octanaje en algunas estaciones de servicio del interior del país. Su precio es absolutamente ridículo: con el equivalente a 10 o 20 céntimos de euro se llena el depósito.
Pero el desbarajuste de la economía venezolana no se ciñe solo al papel higiénico y demás productos regulados.
El primer precio regulado de todos es el del bolívar, la moneda nacional, rebautizada como bolívar fuerte cuando se agruparon los antiguos bolívares de 1.000 en 1.000, y cuya debilidad ha quedado patente pese a su nombre.
El precio regulado es de 6,30 bolívares por dólar tras una serie de depreciaciones y devaluaciones que han hecho perder a la divisa más del 90% de su valor oficial durante el chavismo, en un periodo en que el precio del petróleo se ha multiplicado por 10.
Pero a ese tipo de cambio oficial, la demanda de dólares en Venezuela tiende al infinito, mientras que su oferta está muy limitada y controlada por el Gobierno, lo que ha provocado amiguismo, corrupción y, sobre todo, una generalizada ineficiencia económica.
El tipo de cambio paralelo, el del mercado negro, ronda los 26 bolívares por dólar, más del cuádruple del oficial.
El primer desabastecimiento del país, pese a los ingresos del crudo, es el de divisas. Y como con los otros productos, lo inevitable con el dólar será subir el precio. Es decir, devaluar el bolívar. Una vez más.