A primera vista parecen trozos de roca marrón. Pero el polvo y arena que las cubren esconden su terrible origen: lo que parecen piedras son restos de grasa humana, huesos y dientes de un número desconocido de personas que fueron disueltas en barriles con ácido, sosa y otras sustancias químicas.
Pertenecen a personas desaparecidas en Tijuana, Baja California, durante los primeros años de la guerra contra el narcotráfico en México. Quedaron convertidos en una mezcla líquida que se depositó en aljibes, donde permanecieron varios años hasta que los encontraron familiares de las víctimas.
La mayor parte está bajo tierra, pero desde 2012 algunos restos se quedaron en la superficie después de las revisiones de la Procuraduría (fiscalía) General de la República (PGR).
Desde entonces permanecen abandonados en una pequeña finca conocida como Ojo de Agua, en la zona oeste de esta ciudad fronteriza con Estados Unidos.
El autor de este horror es Santiago Meza López, un exalbañil detenido en 2009 quien confesó haberse deshecho de al menos 300 cuerpos.
Junto con otros jóvenes se encargaba de hacer desaparecer los cadáveres que le entregaba una banda vinculada con el Cartel de Sinaloa.
A Meza López le dicen El Pozolero, en referencia a un platillo que se prepara con granos de maíz y carne de cerdo. El sobrenombre, sin embargo, nada tiene que ver con la comida, sino con la habilidad del albañil para deshacerse por completo de cuerpos humanos.
Las fosas clandestinas
Además de Ojo de Agua sólo han sido localizadas otras dos fosas clandestinas, conocidas como La Gallera y Loma Bonita.
BBC Mundo las visitó con familiares de desaparecidos. Muchos creen que pueden haber decenas más que todavía no se han descubierto.
Las autoridades dicen que muchos de quienes terminaron en las fincas son víctimas de la guerra por controlar una ruta de narcotráfico en la región.
Pero en las fosas también existen personas ajenas por completo al narcotráfico y la delincuencia organizada: fueron secuestradas para pedir rescate, se encontraban en un sitio atacado por delincuentes o simplemente les asesinaron por problemas menores, como incidentes viales.
La historia de El Pozolero es una de las más crueles sobre un tema pendiente en México: la desaparición de miles de personas durante la guerra contra el narcotráfico que emprendió el expresidente Felipe Calderón.
La Secretaría de Gobernación aseguró el jueves que la cifra de personas «no localizadas», como denomina a los desaparecidos, es de 22.322 hasta el 31 de julio.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) ha dicho que la cifra es de 24.000.
Detrás de las cifras hay muchas personas que desde hace años buscan a sus familiares. Pero también personajes que se encargaron de desaparecerlos.
Historia
Por lo menos desde 1990 Tijuana ha sido una de las trincheras históricas de la disputa entre el cartel de Sinaloa y el que fundaron los hermanos Arellano Félix, el cual según analistas y agencias de seguridad estadounidense, ha perdido casi toda su influencia en Baja California.
Uno de los jefes de este último grupo era Teodoro García Simental, conocido como El Teo o El Tres Letras, quien a partir de 2008 se separó de la organización y se alió con sus antiguos rivales. Así inició una batalla que en pocos años causó la muerte a más de 3.000 personas y la desaparición de otras 900.
A muchos de ellos los disolvió El Pozolero, empleado de García Simental. No se conoce el número exacto de las víctimas pese a la confesión del albañil originario de Guamúchil, Sinaloa.
La identidad de quienes pudieran encontrarse en las fosas se desconoce y probablemente no se sabrá porque según la Procuraduría (fiscalía) General de la República (PGR), la forma como los cuerpos fueron disueltos impide realizar exámenes de ADN.
Meza López no ha aportado más información. Cuando los fiscales le mostraron fotos de desaparecidos, dijo que no reconoció a ninguno. Él, insiste, sólo recibió cadáveres. A cientos de ellos.
VIOLENCIA
Hace 7 años desapareció Fernando Ocegueda Ruelas, estudiante de ingeniería de 23 años de edad. Se lo llevó un grupo de hombres que dijeron ser policías y desde entonces su padre no ha dejado de buscarlo.
Fue él, Fernando Ocegueda Flores, quien descubrió las fincas donde trabajaba Meza López en los suburbios de Tijuana gracias a informes enviados anónimamente a los correos electrónicos del grupo que creó, la Asociación Unidos por los Desaparecidos de Baja California. Los datos de los mensajes fueron tan precisos que le permitieron ubicar el sitio donde se encuentran las fosas.
En un primer momento pensó que su hijo pudo ser una víctima de El Pozolero, pero luego hizo a un lado el tema.
«Yo no sé si esté aquí en esta fosa, y no quiero pensar en eso», le dice a BBC Mundo mientras señala a una de las fosas en la finca La Gallera.
«Pero hay posibilidades: puede estar en Ojo de Agua, o puede estar en el predio de Loma Bonita. La lógica me dice que probablemente sí, aquí es donde normalmente los traían pero mientras no tenga información fidedigna, una investigación científica o muestras de ADN que me demuestren que está aquí, voy a seguir buscándolo, no puedo darme por vencido».
La Asociación, junto con la PGR, ha revisado al menos 80 terrenos para buscar más restos humanos, y aún tienen pendientes la visita a otros 50.
A pesar de que Meza López está detenido, las desapariciones aún siguen en Tijuana. «La semana pasada supimos de 5 secuestros. Si ya no hay pozoleros, ¿en dónde están?», cuestiona Ocegueda.
«Pozoleado»
Cuando se supo que algunas fosas de El Pozolero habían sido encontradas, muchos familiares de desaparecidos revisaron metro a metro el terreno de las fincas con la esperanza de encontrar algo que les ayudara a iniciar su duelo.
No hubo éxito. Algunos abandonaron la búsqueda pero otros todavía la mantienen a pesar de los obstáculos que suelen presentar las autoridades.
Marta Alicia Ochoa es un ejemplo. En octubre de 2006 su esposo fue secuestrado en un centro comercial por personas vestidas como policías, y desde entonces nada sabe de su pareja.
Ha preguntado a las autoridades sobre el caso, pero la respuesta se parece a la que han escuchado muchos familiares de desaparecidos: «Me dicen: señora, ya olvídese. Su marido está pozoleado, no lo van a encontrar».