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«Milonguita» Heredia: La historia del mayor ídolo argentino en el Barcelona antes de la llegada de Messi y Maradona

"Milonguita" Heredia: La historia del mayor ídolo argentino en el Barcelona antes de la llegada de Messi y Maradona
"Milonguita" heredia con el Barcelona F.C. YT

En estos días es para mucho una persona más, sólo algunos muy versados del fútbol lo reconocen, pero sigue siendo el mismo, otro más, con el nombre de Juan Carlos Heredia.

Su historia comenzó a media hora de allí, en Alto Alberdi, donde su padre Milonga Heredia había echado raíces. Él fue quien escribió primero el apellido en los libros del fútbol, tirando paredes con Adolfo Pedernera, Herminio Masantonio, José Manuel Charro Moreno y Enrique Chueco García en la selección argentina. Decían que ese cordobés atrevido milongueaba a los defensores y de ahí el apodo heredado por su hijo, con el diminutivo correspondiente.

Milonguita fue el tercero de cuatro hermanos: «Mi viejo me puso Juan Carlos, como él, porque tenía fe de que saliera jugador de fútbol». El extraordinario presentimiento se materializó a sus pocos años de vida. Al diamante en bruto se lo pudo llevar Instituto de Córdoba para reunirlo con estrellas como el Pitón Ardiles y la Cata Oviedo, pero el Club Universitario le ofreció un trabajo estable a su papá y se lo birló.

El protagonista de este relato digno de una película es fanático de Belgrano y lo que pocos saben es que estuvo muy cerca de iniciar su carrera deportiva en Talleres. De hecho la «T» fue quien se fijó en él primero y lo citó para una pretemporada con apenas 17 años. Bernardo Patricio Cuchi Cos y Eduardo Bocadito Quiroga, otros interesantes proyectos del fútbol cordobés, fueron sus laderos en las pasadas físicas que se extendieron por dos semanas. Probaron cerca de 70 jugadores y ellos siempre miraron de afuera. Hasta que un dirigente se acercó y les dijo: «Son muy jovencitos, no tienen ni pelos en las piernas. Nosotros necesitamos soluciones, no promesas. Vengan el año que viene».

Por dos motivos no se sintió tan mal Milonguita ante el rechazo. Primero porque se terminaban las pesadas tareas físicas e iba a volver a la «U» a tocar la pelota. Segundo porque en el fondo, como buen hincha pirata, siempre tuvo dudas de ponerse la camiseta blanquiazul en ese entonces.

En febrero del 70 el otro grande de su provincia fue a buscarlo a Universitario. El presidente de Belgrano ofreció dinero y el préstamo de cinco jugadores a cambio de su pase. Milonguita no estaba convencido, temía que lo dejaran colgado otra vez afuera de la cancha y su deseo de ser futbolista se terminara de frustrar. Llamil Simes era el DT del conjunto celeste que analizaba variantes para ir en busca del título de liga cordobesa.

Finalmente concurrió e integró la delantera del once suplente junto a Cos y Quiroga: fue un festín. Simes les dio la pechera titular y los goles no cesaron. Inmediatamente dio la orden: «Se quedan». Ese torneo coronó a Belgrano y también a Milonguita, quien convirtió el gol definitorio para el 1-0 en el clásico ante Talleres en la última fecha. Revela el goleador que los directivos rivales se arrimaron para felicitarlo después del partido y se insultaban entre ellos buscando al responsable de no haberlo fichado en la pretemporada anterior.

Nada menos que seis equipos de Buenos Aires se fijaron en este tridente ofensivo para comprarlo. Boca ofreció 105 millones de pesos (de ese entonces), pero el presidente Alfredo Escuti tenía la idea de hacer un Belgrano grande que le ganara al Xeneize y a River, de local y de visitante. El Pirata hizo un brillante Nacional 71 y ya no pudo retener a sus figuras. Ángel Labruna (DT del campeón Rosario Central) le echó el ojo a Milonguita en un amistoso celebrado en Arroyito por el título conseguido y el club canalla se lo quedó a cambio de 22 millones de pesos. Aunque allí duraría muy poco, apenas 4 meses.

Lo habían sondeado de Colombia cuando empresarios que habían viajado desde España le prestaron atención. Buscaban un centrodelantero y, ante la ausencia de Aldo Pedro Poy por lesión, Labruna lo mandó arriba en un partido como visitante contra San Lorenzo. Ahí lo apuntaron y lo siguieron algunos cotejos más. El Barcelona era el club interesado en su ficha. La operación se llevó a cabo a espaldas del entrenador, que no quería saber nada con desprenderse de él.

Con memoria fotográfica, detalla: «Me ofrecieron 300.000 dólares y yo, de agrandado, pedí 50.000 más. Departamento, auto, todo sin problemas incluido en el contrato. Central me debía dos meses y dos premios y me pagó todo ahí mismo. Firmé el contrato y me fui 15 días de vacaciones de Córdoba antes de viajar a España».

Eran otros tiempos. No cualquier joven era vendido por una millonada a Europa. Pero las necesidades de la familia Heredia no lo hicieron titubear a la hora de armar las valijas. Las condiciones de su hogar en el popular barrio cordobés de Altamira lo convencieron: «Vivíamos en una habitación de 4 por 4, imaginate cómo dormíamos. La única casa berreta de la cuadra era la nuestra y yo quería sacar a mi familia de la pobreza». Tras firmar el contrato y cobrar un adelanto, Milonguita quitó la ropa que estaba tendida en su casa y tendió billetes de 100 dólares con broches para darles la sorpresa a sus padres. «Esto es para que construyamos la casa», les informó haciendo brotar lágrimas en los ojos a ambos.

Antes que Messi y Maradona en el Barcelona

Para él Europa fue un mundo nuevo que igualmente no cambió su esencia. El cordobés que siempre supo que regresaría a su tierra tras su excursión profesional escucha la vibración de su celular y pide un segundo para atender. De su bolsillo saca un teléfono con tapita, que delata unos cuantos años de uso y no dispone de la tecnología suficiente para manejarse con WhatsApp. Por más que lo intenten cambiar, Milonguita es auténtico y tiene mañas desde siempre.

No le fue tan sencillo hacerse un lugar en el equipo comandado por el holandés Rinus Michels, que contaba con otros tres extranjeros: sus compatriotas Johan Cruyff y Johan Neeskens y el peruano Hugo Sotil. La federación española solamente habilitó la inclusión de dos, Neeskens fue cedido al Ajax y Heredia al Porto, que le había echado el ojo en un cuadrangular amistoso. En Portugal la rompió: fue considerado mejor futbolista extranjero y eso le valió su retorno al Barça, ya nacionalizado, luego de un año en el Elche español.

Heredia se dio el gran gusto de levantar la Copa del Rey en el 78 y la Recopa de Europa en el 79. Y la relación futbolística ideal que generó con Cruyff, dueño del equipo, también se forjó afuera del campo. «Era un fenómeno, tenía una humildad y sencillez únicas. Tenía claro quién era y se peleaba con los dirigentes para defendernos a nosotros, sus compañeros», revela.

La anécdota tras un partido con el Leeds United en Inglaterra le quedó muy grabada: «Ese día nos habían salido todas, nos habíamos hecho un picnic entre los dos. Yo todavía estaba en el vestuario y él vino a apurarme para decirme que nos querían entrevistar. ‘Flaco, vos hablás cinco idiomas y yo apenas español’, le dije a Cruyff. Y me respondió: ‘no te hagas problema que yo haré de traductor’. Cuando me subí al colectivo para volvernos me da 1.500 dólares, había cobrado 3.000 por la nota. Era así, desinteresado por la plata».

Y otra apostilla más conocida es la del holandés renegociando su contrato con Puma, la marca de indumentaria que lo patrocinaba a cambio de un millón de dólares por año más el 10% de todo lo que se vendiera a su nombre. «Ahora quiero un millón y medio, pero además les tienen que hacer contrato a Heredia, Asensi y Migueli. ¿Que no tienen presupuesto para todos? Si ellos no firman, yo tampoco. Piénsenlo tranquilos y me avisan», les advirtió la leyenda a los empresarios de la compañía deportiva. Ahí mismo llamó a su representante para que moviera contactos entre la prensa e informaran que estaba cerca de firmar con Adidas. «¡Qué hijo de puta! Se las sabía todas… Al otro día firmamos contrato todos con Puma», repasa con una sonrisa de oreja a oreja Milonguita.

A la salida de cada entrenamiento y partido complacían entre 200 y 300 hinchas que imploraban por sus autógrafos. Hasta el día de hoy, Heredia es reconocido por las autoridades del Barcelona, que lo invitan para agasajarlo en alguna fecha especial con todo pago.

Fueron tiempos dorados para el cordobés que ganó millones de dólares y llegó a tener más de 20 propiedades y 30 autos. Vivía en una mansión que ocupaba toda una manzana situada al pie de la Sierra de Monserrat, a 50 metros del mar, y presumía de su amor por los animales con un zoológico propio que exhibía 18 perros, tres caballos de nombre Pamperito –por el de Patoruzito-, Apache y Piropo, un mono carablanca que le saltaba a su hombro cada vez que lo llamaba y le buscaba piojos en su pelo, una cabra enana y hasta un león.

Fiel a su tierra, regresó a Argentina en el mejor momento de su carrera. «Los cordobeses tenemos raíces y yo soy muy pegado a mi familia, no disfrutaba a mis papás hacía diez años. A mi viejo lo cuidé después de una operación delicada que tuvo y murió en mis brazos. Mi madre quedó postrada después de un golpe de tensión y le cambiaba los pañales en mi casa. Me decían que la llevara a un geriátrico, pero nunca quise», relata con orgullo.

Nunca fue considerado por César Luis Menotti para la selección argentina y por eso el húngaro Ladislao Kubala (DT de la española) le ofreció formar parte del cuadro nacional de aquel país. Sin embargo, antes del Mundial 78 sus padres vivieron un violento episodio con un grupo de militares que irrumpieron en su casa y desistió de representar a España en la Copa del Mundo.

En 1980 todavía no había cumplido 30 años cuando decidió retornar al fútbol argentino, más precisamente a River. Labruna lo dirigió junto a figuras de la talla del Pato Fillol, Daniel Passarella, el Beto Alonso y Mario Alberto Kempes. Pero una grave lesión en su rodilla izquierda y la mala rehabilitación le quitaron protagonismo. El Millonario lo prestó a Argentinos Juniors, donde apenas sumó un puñado de minutos. Su técnico predilecto, Labruna, lo llamó para sumarse a Talleres de Córdoba, aunque el triste final parecía estar escrito.

Las pichicatas para calmarle el dolor en su rodilla nunca alcanzaban. Pidió ser infiltrado antes de debutar contra Instituto en el Nacional 82 pero los médicos no lo inyectaron por precaución. Ingresó en el segundo tiempo y no podía moverse. Era puro malestar e impotencia: se fue expulsado a los 10 minutos tras pegarle una trompada a Enrique Nieto. A las pocas horas encaró al presidente de la «T» y rompió su contrato. Así colgó los botines.

Los inconvenientes con su rodilla lo persiguieron. Debió operarse otra vez y pescó una gangrena que casi deriva en la amputación de su extremidad. Incluso su vida corrió peligro.

La generosidad al extremo de casi arruinarlo

Cada período vacacional era aprovechado por Milonguita para disfrutar con familia y amigos en su querida Córdoba. Volvía con miles y miles de dólares en su bolsillo que eran invertidos en asados, agasajos y costosos regalos. Lo que Heredia tenía, lo daba. A Barcelona retornaba siempre con la billetera vacía.

Obsequió electrodomésticos, se sacó de encima varios autos y hasta entregó departamentos a gente que él creía que los necesitaba. Su gran corazón le jugó una mala pasada y las malas administraciones casi lo dejan en la lona. El fútbol se le terminó antes de lo esperado y la riqueza se le evaporó en un abrir y cerrar de ojos.

No invirtió parte de las ganancias con las que había sido bendecido por la redonda y hace unos años hasta tuvo que manejar un taxi para sobrevivir. El vehículo que condujo era, paradójicamente, uno que le había regalado a un amigo tiempo atrás.

Hoy trabaja para la Agencia Córdoba de Deportes. Cuenta a los amigos con los dedos de la mano y se aferra a su familia. De vez en cuando, escucha que algún canoso futbolero de ley que pasa cerca le dice al oído a algún joven: «¿Vos sabés quién fue Milonguita Heredia?».

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