The New York Times: «Phoebe era la mejor amiga en «Friends»

The New York Times: "Phoebe era la mejor amiga en "Friends"
Friends

Por Sloane Crosley

Buena parte del humor de la serie Friends proviene de la exageración. Joey rompe una silla y es «¡El mejor día de todos los tiempos!»; Chandler y Janice tienen «la peor ruptura que se ha visto». El compañero de trabajo de Monica «es el tipo más simpático que ha conocido». Del sexteto más querido de Estados Unidos, Phoebe Buffay, la masajista rubia de cabello rizado que toca la guitarra interpretada por Lisa Kudrow, parecería la mejor representante de esta manera de hacer comedia.

Phoebe se nos presenta como la extrema, la compañera extravagante, el antecedente de la manic pixie, esa mujer aniñada y eternamente enamorada de imposibles con un currículum que podría interpretarse como sátira. Y claro, Friends estuvo al aire durante una década así que tuvo que amplificar algunos desaciertos hasta convertirlos en devastaciones (luego de que olvida decirle a un antiguo novio sobre su pareja actual, se dice «la peor persona del mundo»). Ay, Phoebe. Tan dramática. Pero veinticinco años después, es Phoebe quien emerge como la menos exagerada y la que tiene más matices, además de ser un personaje adelantado a su tiempo.

A continuación, les hablaré de una escena en la que Phoebe es protagonista que me gusta citar como el momento más encantador en la historia de las telecomedias. Ocurre al final de la primera temporada, cuando ella le está contando al grupo sobre un tipo del que está enamorada.

«¿Alguna vez han visto

Reto al destino

?», pregunta Phoebe.

«Ajá…», contesta Rachel, intrigada.

«Bueno, es digamos el tipo de hombre con el fui a ver esa película», explica.

Es un fragmento atemporal. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de las bromas en la teleserie, esta prácticamente no es anunciada por el elenco. No hay ninguna pausa (aunque parece que Courteney Cox está tratando de no desternillarse de risa) porque Kudrow, de manera brillante, logra abrirse paso entre las risas del público, y su personaje perdidamente enamorado busca formas ensoñadoras de describir al dueño de su corazón. De esta manera, el humor de Phoebe se asemeja a la comedia que se produce hoy en día, que es más una mezcla de lo patético con pirotecnia verbal que una lista de enunciados del tipo «Ah, eso es tan tú». Ahora damos por hecho que la comedia trafica con el realismo y la franqueza, que se siente un poco subversiva. Pero Phoebe siempre fue así.

Cuando su embarazo está tan avanzado que no puede volar a Londres para la boda de Ross y Emily, llama para ver cómo va todo.

«¿Cómo conseguiste este número?», pregunta la madre de Emily, incrédula.

«A través de su empleada doméstica», dice, con humor socarrón. «Es una perra, pero acabé por hartarla».

Al mismo tiempo, Phoebe nunca usa sus poderes cómicos para manipular, sino como un sistema de entrega de deleite. A cualquiera le costaría trabajo hacer eso, ya se trate de un personaje de la vida real o de la ficción, durante unos treinta minutos, ni qué decir de 236 episodios. También es la mujer menos abiertamente sexualizada y la menos «tradicional» del programa —no le preocupan ni el matrimonio ni la monogamia ni la maternidad—, lo cual le otorga una libertad que pareciera emanar de la sabiduría de alguien que es inmune a la mirada masculina. A diferencia de Joey, su adorable equivalente masculino que es un donjuán, sin duda hay un «tao de Phoebe» que vale la pena apropiarse. Cuando se niega a ir a una fiesta, dice: «Me encantaría poder, pero no quiero».

Cuando a nadie en el trabajo le gustan sus ideas: «Vámonos, dinosaurio, no somos bienvenidos en la casa sin imaginación». Cuando trata de promocionarse: «Si quieren recibir correos electrónicos sobre mis próximas presentaciones, por favor, denme dinero para que pueda comprarme una computadora».

Podemos imaginarnos cómo debe haberse presentado originalmente el personaje de Phoebe a los ejecutivos de televisión; casi podemos escuchar que se mencionan palabras como «distraída» y «estrafalaria». Pero sin duda se volvió una de las consentidas de los escritores. Se oculta tras un halo de excentricidad, pero su humanidad brilla en todo su esplendor. En las primeras temporadas, hay una cierta redundancia de personalidades —Monica y Rachel son personajes serios, Ross y Chandler son igual de inseguros—, pero siempre hubo solo una Phoebe Buffay. Ella pasa por momentos profundamente emotivos, como cuando renuncia a los trillizos que gestó para su medio hermano, pero también tiene los atributos más detallados de los seis.

Como precursora de Dwight Schrute en The Office, Phoebe es un caballo de Troya de humor negro en una comedia de situación de una cadena televisiva. Ross tiene sus dinosaurios, Rachel tiene a Bloomingdale’s, Monica es una maniática del orden y la limpieza, pero Phoebe tiene todo el valor y la determinación del mundo. Su madre se suicidó en la cocina de su casa, su padre los abandonó, su padrastro fue a prisión, su gemela rara vez se acuerda de ella, su juguete de la infancia era un barril, se sabe que se ha casado por lo menos una vez para ayudar a un amigo a obtener una green card, y pasó su cumpleaños número dieciséis «en un tiradero de llantas huyendo de un enfermo mental que había escapado de un hospital psiquiátrico y que, en sus propias palabras», quería matarla o algo así.

Milagrosamente, todas estas experiencias solo aumentaron al máximo la autoestima («Soy bastante flexible») y apertura de mente del personaje, en un programa que tiene algunos momentos dolorosamente faltos de corrección política. Phoebe no tiene que tratar de ser incluyente; le sale natural porque es la única que sabe cómo es la vida fuera de las paredes de esos apartamentos de renta controlada. Sus amigos se han vuelto su familia, no como un bono adicional, sino porque no tiene a nadie más. No tuvo a quién más recurrir para recrear la cena de Día de Acción de Gracias que nunca tuvo o para que corrieran como niños en Central Park con ella. Y dado que ella paga con la misma moneda, es justo la que uno más quisiera tener como amiga.
Durante uno de los episodios finales de la serie, Phoebe y Rachel ven a Chandler subirse a un auto con una mujer que definitivamente no es Monica. Convencida de que le está poniendo los cuernos a su amiga, Phoebe sugiere seguirlo.

«Oh, por supuesto, solo déjame tomar mis lentes de visión nocturna y mi pistola falsa», dice Rachel.

Con otro personaje en otra escena en un programa diferente, ese habría sido el fin de la broma. Era lo suficientemente buena. Pero no con Phoebe presente.

«Yo traigo», dice, dando un par de palmadas a su bolsa como la amiga con la que más puedes contar.

Sloane Crosley es autora de Look Alive Out There, su libro de más reciente publicación.

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