El uso de la televisión estatal, de los discursos por “cadenas” nacionales y de la publicidad oficial es aplastante
«Las Malvinas son argentinas» y «el petróleo debe ser argentino».
Esas son dos grandes banderas que ha agitado la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, para movilizar el imaginario nacionalista e inconográfico: disputarle la soberanía territorial a Gran Bretaña sobre el archipiélago del Atlántico Sur, de cuya guerra se cumplieron 30 años en 2012, y la soberanía energética a España, por la expropiación del 51% de la petrolera YPF, con parte de las acciones de Repsol.
A esos frentes abiertos en el exterior se suman la pelea por los fondos de inversión que le demandaron en Estados Unidos y el conflicto por la retención de la fragata Libertad en Ghana.
Todo en medio de sinsabores económicos, de la erosión del gobernante Partido Justicialista (PJ, peronismo), de la división de la mayor central obrera (CGT), de un frustrado proyecto de re-reelección, del creciente conflicto con el mayor grupo de medios del país (Clarín) y del hartazgo social que cristalizó en masivas protestas y una huelga general contra su gestión en 2012, algo inédito desde la llegada al poder de los Kirchner hace casi 10 años.
Fernández alcanzó la presidencia de Argentina en diciembre 2007 y fue reelegida en octubre de 2011 con el 54% de los votos y una imagen del 63,3%, según Management & Fit.
Un año después contaba con el 29,3% de respaldo y un rechazo del 42,6%. Y le quedan tres años más de mandato, con decisivas elecciones legislativas en 2013.
Pero -como explica Juan Pablo Mosteiro en ‘La Gaceta’– la Jefa (como la llaman en la Casa Rosada, sede del Gobierno) tiene experiencia en estas lides. Ya en su primer mandato tuvo un primer año complicado por el estallido de la crisis mundial y un conflicto con el sector agrario en 2008, que derivó en un varapalo electoral en 2009, tras el cual recuperó capital político y logró una cómoda reelección en 2011.
La diferencia es que entonces Fernández se apoyó en su esposo y antecesor, Néstor Kirchner (2003-2007), fallecido en octubre de 2010.
Y hoy está cada vez más sola en los laberínticos pasillos del poder peronista, rodeada de un reducido grupo de fieles, en su mayoría jóvenes tecnócratas sin relación con la vieja guardia justicialista.
Histriónica a la parrilla
El último ha sido un año gris en el frente económico para Argentina: tras crecer a un ritmo promedio anual del 8,3% entre 2003 y 2011, concluyó 2012 con una expansión que ronda el 1%, según consultoras privadas.
A esa desaceleración económica se suman problemas fiscales y en la balanza comercial, aparte de un creciente déficit energético y una galopante inflación.
A mediados de abril, Fernández anunció la argentinización de YPF, empresa de enorme carga sentimental e identitaria para los argentinos, enarbolando la soberanía nacional, y obligando a los directivos de Respsol YPF a desalojar la empresa en el mismo momento en que detallaba el proyecto: nueve de cada 10 argentinos apoyaron la medida.
Ante eso, poco podían hacer las cifras de Antonio Brufau (Repsol). Axel Kicillof, delfín cristinista, ex número dos de las nacionalizas Aerolíneas Argentinas y hoy al frente de YPF, culpó a la empresa española de grandes caídas en la producción del petróleo y del gas.
Hasta el senador Carlos Menem, quien privatizó YPF, votó a favor del expolio.
Envuelta en la bandera y aprovechando la euforia nacional, la mandataria pasó a explotar el sentimiento malvinero y a ajustar las cuentas con «enemigos» y «traidores«, como el gobernador peronista de Buenos Aires y ex vicepresidente, Daniel Scioli, algo que ya había hecho con el también vicepresidente Julio Cobos durante el conflicto con el campo.
La ley de medios audiovisuales, plagada de bellos principios contra la concentración mediática, fue el arma elegida por Fernández para cargar contra el Grupo Clarín, ex gran socio kirchnerista y actual enemigo número uno, incluso por encima de cualquier partido opositor.
Mientras, el uso de la televisión estatal, de los discursos por ‘cadenas‘ nacionales y de la publicidad oficial es aplastante.
Otro ex socio del matrimonio presidencial, el sindicalista Hugo Moyano, secretario de la central peronista CGT, a quien los Kirchner dejaron hacer cuando lo necesitaban, también pasó a engrosar la lista de los malos.
La soledad de Cristina debe haberse acentuado como consecuencia del escándalo por corrupción que afecta a la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, que preside Hebe de Bonafini.
Los Kirchner le dieron espacio y dinero, y recibieron a cambio un apoyo sin fisuras y un poderoso reconocimiento como defensores de los derechos humanos.