Un joven muere arrollado por un vehículo en una barricada
La mano que tendió el martes la presidenta Dilma Rousseff a las voces de la calle no bastó. La marcha atrás que dieron al día siguiente las alcaldías de Río de Janeiro y São Paulo para retirar la subida de los 20 céntimos de real (0,07 euros) en el transporte público, tampoco fue suficiente. Hasta 14 capitales y decenas de municipios han revocado en Brasil las subidas de los billetes.
Pero nada de eso sirvió para detener una marea de más de un millón de personas que paralizaron el jueves por la noche las principales ciudades de Brasil.
La cifra es muy superior a la de 230.000 personas del pasado lunes. Y en aquella ocasión ya se había batido el récord de asistencia a manifestaciones de agosto de 1992 contra el presidente Fernando Collor de Melo, quien terminó abandonando la presidencia al mes siguiente.
Y la pregunta inevitable, a la vista de que siguen las manifestaciones y cogen impulso, es ¿por qué?
Brasil, la potencia emergente, el país en el que deposita su mirada el mundo entero, sorprendió a ese mismo mundo con masivas manifestaciones populares que alcanzaron, al menos a 20 ciudades y movilizaron a miles personas.
¿Cuáles fueron los motivos que impulsaron tan espectaculares protestas? El disparador fue, sin dudas, el aumento en el precio del transporte público. El costo de un viaje en Ómnibus o Metro puede alcanzar, dependiendo de la ciudad, hasta 1,60 dólares.
El inminente incremento en esta ya elevada tarifa fue la gota que rebasó el vaso. Estudiantes universitarios, organizados por medio de las redes sociales, fueron los principales organizadores de las concentraciones.
La masividad fue sorprendente tanto para los observadores comunes como para las autoridades y referentes políticos.
Nadie esperaba un despliegue de semejante envergadura en un país que no presenciaba protestas de este tipo desde 1992.
Aquel año el movimiento estudiantil llamado «Caras pintadas» tomó las calles y luego de días de protestas el entonces Presidente Fernando Collor de Melo abandonó el poder mediante un procedimiento de «impeachment».
Las motivaciones de fondo que llevaron a la gente a las calles son muy amplias. Desde aquí y hasta 2016 Brasil será sede de los más importantes eventos del deporte mundial. La Copa de las Confederaciones, el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos.
El gobierno ha desembolsado inmensas sumas en el acondicionamiento de Estadios, los cuales, en muchos casos, costaron a las arcas públicas mucho más de lo que deberían.
Los sobreprecios y la corrupción terminaron por elevar los presupuestos. Los gastos efectuados para la organización de la Copa del Mundo ya han superado la barrera de los 13.000 millones de dólares y aún falta mucho por hacer.
Por citar un ejemplo particular, el Estadio Maracanã había sido integralmente reformado para los Juegos Panamericanos de 2008, el jugoso presupuesto había sido aprobado bajo la justificación de que el escenario quedaría listo para el Mundial de 2014.
Pero nada de eso sucedió. Con el mundial en la mira, el Gobierno Federal desembolsó 500 millones de dólares adicionales para demoler las reformas realizadas en 2008 y reconstruir el Maracanã una vez más, esta vez sí, respetando los padrones de la FIFA. Es cierto que el estadio es simplemente espectacular, de lo mejor de lo mejor a nivel mundial.
Pero vale la pregunta ¿era necesaria la re-reforma? En las manifestaciones se vieron muchos carteles que sostenían que lo único que respeta los «Padrones Internacionales de la FIFA» en el Brasil de hoy son los Estadios, porque los hospitales, escuelas y otros servicios públicos siguen sin satisfacer adecuadamente las necesidades de la población.
El aumento general del coste de vida es también un componente clave en las protestas. Si bien la inflación en Brasil se mantuvo relativamente baja en los últimos años (entre el 5 y el 7%), el aumento de los productos de la canasta básica fue marcadamente superior. En los últimos 12 meses el incremento fue del 22%, el mayor en la última década.
Si tenemos en cuenta que durante el mismo período el salario mínimo creció solo un 9%, podremos entender un poco mejor las motivaciones de los manifestantes.
Las protestas fueron a partidarias, no apuntaban ni hacia Dilma Rousseff ni hacia ningún político en particular. Los reclamos fueron de carácter general.
El titular de la primera plana del diario paulista «Folha de Sao Paulo» bien lo resumió con un: «Miles salen a las calles contra todo». Se trata de un fenómeno más social que político, el cual predomina en las grandes ciudades.
Una sensación de malestar general para con la administración pública, la cual, ya sea por ineficaz o corrupta, no ha sabido atender las necesidades ciudadanas.
A pesar de los elevados impuestos, la incapacidad estatal ha terminado por afectar en forma negativa los estándares de vida urbanos.
En medio de la sorpresa, los principales referentes políticos han limitado sus declaraciones, quizás simplemente porque no tienen respuestas a tan amplias demandas.
La Presidenta ha sostenido que está «orgullosa» de los manifestantes y que todo reclamo debe ser escuchado. Su pasado como activista política juvenil y luchadora social explican su «tolerancia» para con los movimientos estudiantiles.
Algunos se han arriesgado a comparar estos movimientos con lo sucedido con la «Primavera Árabe». Estas analogías no son del todo acertadas. Mientras en Oriente Medio y el Norte de África los manifestantes perseguían el claro objetivo de derrocar a las autoridades, en este caso pareciera que la estabilidad política no está comprometida. Los activistas no buscan la caída del gobierno.
Por ahora más interrogantes que certezas en relación esta nueva y compleja realidad social brasileña.