«¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia?»
Así comienza la primera catilinaria y llama la atención que esa rotunda frase, pronunciada por Cicerón hace dos mil años sea hoy válida cuando se piensa en Nicolás Maduro y se evoca la atormentada Venezuela.
Se preguntaba el pasado domingo Mario Vargas Llosa cuántos muertos más harán falta para que la OEA y los Gobiernos democráticos de América Latina se decidan a dar un paso y pongan fin a la barbarie.
El régimen chavista no puede cambiar. Se ha convertido en una estructura mafiosa, cuyo único objetivo es el poder y carece de gérmenes en su seno que le permitan evolucionar pacíficamente.
Lo acaba de dejar patente Maduro al pedir poderes especiales para ‘legislar contra el imperialismo’ y nombrar ministro de Interior, Justicia y Paz a uno de los siete torturadores identificados por la Casa Blanca, en respuesta a la decisión de Obama de declarar al chavismo una amenaza para la seguridad de EEUU.
El sucesor de Chávez y sus compinches han llevado a la ruina al país y se sienten acorralados, pero han demostrado que no les tiembla la mano a la hora de hacer correr la sangre de sus compatriotas y la historia demuestra que en esas circunstancias, una tiranía puede aguantar muchos años, encarcelando opositores, matando estudiantes y asesinando reinas de belleza.
Maduro huele a podrido pero no caerá hasta a menos que se la empuje desde fuera.
Y ha llegado la hora.