La lucha por el regreso de Evo Morales al poder en Bolivia no ha cesado, los melancólicos por la partida del exmandatario, tienen ‘un as bajo la manga’, que solo su anuncio ya genera temor entre los bolivianos, especificamente los que habitan en La Paz.
La Paz tiene aún vivo el recuerdo de las imágenes de 2003 y 2005 cuando los productos de la canasta básica estaban casi agotados, filas para el pan durante las madrugadas, calles vacías por la falta de gasolina.
En ambas oportunidades, todos los accesos a la ciudad sede de los poderes de Bolivia fueron cerrados para que no ingresen alimentos, gasolina ni bombas (tanques, garrafas) de gas para cocinar.
En las dos ocasiones los indígenas de tierras altas, vecinos de la ciudad aymara de El Alto, productores de hoja de coca y otros sectores decretaron el «cerco de Túpac Katari» a La Paz, la medida que las mismas agrupaciones anunciaron esta semana para defender a Evo Morales.
Con el expresidente autoexiliado en México y ahora pidiendo volver a Bolivia para terminar su mandato hasta enero de 2020, las organizaciones que le son leales no se rinden y exigen la renuncia inmediata de la presidenta interina Jeanine Áñez.
A cuatro semanas de las elecciones que la oposición denuncia fraudulentas y que según la OEA tuvieron «irregularidades», los movimientos sociales apelan a una estrategia que ya funcionó antes y que se origina en el siglo XVIII.
Una medida que, cuando apenas se perciben sus primeros atisbos en la ciudad, ya tiene atemorizados a muchos de los paceños.
La leyenda del cerco
En 2003, una movilización que en apariencia no significaba un peligro real para el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada degeneró en una masiva protesta que terminó con la dimisión del presidente.
Las primeras muertes producidas en esa oportunidad agudizaron la crisis y provocaron una determinación de las provincias indígenas que rodean a la ciudad de La Paz: reeditar el cerco de Katari.
La respuesta violenta del gobierno en El Alto acabó siendo conocida como la «Masacre de Octubre» y dejó más de 70 muertes. Gonzalo Sánchez de Lozada dimitió unas semanas después, el 17 de octubre de 2003.
En 2005, con Carlos Mesa como presidente sucesor, se produjo una nueva crisis política que derivó en otro bloqueo total a La Paz.
El cerco funcionó una vez más y el mandato de Mesa terminó prematuramente a mediados de 2005.
Pero la idea del cierre total de La Paz no es cosa del siglo XXI. Nos podemos remontar de hecho a 1781, uno de los años icónicos de las luchas de los pueblos originarios contra el colonialismo español.
Fue el año en el que Julián Apaza, a quien llamaban Túpac Katari, junto a decenas de miles de indígenas, cercó la ciudad de Nuestra Señora de La Paz durante varios meses desatando escenas de horror y desesperación entre los españoles y descendientes de españoles que habitaban la pequeña urbe.
Pese a que la medida fue derrotada y Katari castigado hasta la muerte, el cerco quedó inscrito para siempre como la hazaña indígena que obligó a los representantes de la colonia a hincar rodilla por unos meses.
El 15 de noviembre de 1781, el líder emblema de los pueblos indígenas de Bolivia fue asesinado y hace unos días Evo Morales lo recordó con un tuit desde México.
«El imperialismo español pensó que al descuartizar a Túpac Katari hace 238 años cortaría la fuerza de los pueblos para romper las cadenas del colonialismo. Hoy más que nunca la lucha sigue. Ante la represión del golpismo racista, repetimos la sentencia: ‘¡Volveré y seré millones!'», publicó.
La reedición del cerco
Este lunes, una multitudinaria marcha de pobladores de las provincias indígenas de tierras altas marchó por La Paz.
«Ahora sí, guerra civil» es el grito con el que se abrieron paso por el centro de la ciudad y los alrededores del Palacio de Gobierno y la Asamblea Legislativa Plurinacional (congreso).
«Cerco hasta las últimas consecuencias, compañeros», incitaba uno de los manifestantes con un poncho rojo como vestimenta y portando una wiphala indígena en su mano derecha.
Sin detener su ritmo de avance, afirma que la enorme columna de marchistas es apenas la avanzada que se propone dejar a La Paz «sin un grano de arroz».
El fin de semana, en un cabildo (asamblea) de los representantes de las 20 provincias de La Paz y organizaciones sociales afines a Morales de la ciudad de El Alto, decidieron asfixiar a La Paz hasta que la presidenta interina Áñez abandone el puesto.
En el caso de que la autoridad que asumió la presidencia de Bolivia el 12 de noviembre no presente su renuncia, entre el martes y el miércoles comenzará el cerco y un paro indefinido con «bloqueo de mil calles».
Sin embargo, las organizaciones afines a Morales de El Alto no son las únicas que se sumarán a la movilización que se organiza.
Al mismo tiempo que los alteños anunciaban la radicalización de las protestas, las federaciones de productores de hoja de coca de el Chapare (selva en el centro de Bolivia) también pusieron un ultimátum a Áñez.
Los cocaleros chapareños aseguran que nunca abandonarán al hombre que comenzó como «uno de ellos» y llegó al poder defendiendo la coca.
«Mantener la unidad y continuar con la lucha y el bloqueo nacional de caminos de manera indefinida en el país», dicen los productores de la planta.
Añaden que repudian la «masacre dictatorial» y la participación de militares en acciones represivas contra las protestas.
La Defensoría del Pueblo de Bolivia contabiliza 24 muertos, 715 heridos y 50 detenidos hasta la tarde de este martes.
El temor al cerco
Lizzy Moraibe es una universitaria de 20 años que llegó a La Paz para estudiar y su plato favorito es el asado o churrasco.
Cuando se produjeron los cercos en 2003 y 2005 vivía en natal Santa Cruz y tenía menos de 6 años.
Para ella es absolutamente inédito lo que se vive en La Paz y confiesa que no sabe muy bien qué comprar para abastecerse ante el cerco.
«Yo tengo miedo, porque cada vez hay menos comida y no sabemos cuándo va a acabar», le dice a BBC Mundo.
Moraibe vive sola y acude al mismo restaurante todos los días para almorzar.
«La señora que cocina cada vez me dice que hay menos. Que ya no hay pollo, ahora no hay carne. Se está acabando todo», cuenta.
En cambio, el paceño Joeris Vera sabe muy bien cómo fueron los cercos recientes y aprovechó que tuvo la tarde libre para correr a los mercados.
Carga en un bolso dos kilos de carne vacuna por los que le cobraron más del equivalente a US$30, algo que no debería haber superado los US$20 antes de la crisis actual.
«Por suerte he conseguido esto, pero creo que la fila del pollo son tres horas», cuenta resignado.
No se equivoca. Las filas de este martes por la carne de pollo en diferentes puntos del país rodeaban manzanos enteros y la espera que hicieron los paceños por una pieza fue de varias horas.
Vera tiene 45 años y sí recuerda bien las últimas veces que el «cerco de Túpac Katari» obligó a la ciudad a multiplicar esfuerzos para abastecerse y a ratos parecer una ciudad fantasma.
«No quiero volver a eso. Ojalá arreglen de una vez», dice.
Perspectivas del cerco
A diferencia de las enormes movilizaciones de 2003, 2005 y 2008, esta vez los leales al expresidente se concentran en las periferias alteñas, mientras que en las zonas céntricas ha crecido bastante el voto en su contra.
Evo Morales parece está lejos de tener la fuerza para movilizar a dos millones de personas como presumió haber logrado en el pasado, sin embargo también se ve muy lejano el momento en el que se pueda decir que está solo y abandonado por «su pueblo».
El éxito o fracaso del «cerco de Túpac Katari» será el que determine cuántas fuerzas le quedan a él y a su movimiento político, que se forjó justo de esa forma: entre marchas, asambleas populares y bloqueos de caminos.