Mario Vargas Llosa está de vuelta con una nueva obra. El libro ‘Tiempos recios’ marca su vuelta al universo cargado de política y melodrama de Conversación en la catedral y La fiesta del chivo, narrando una historia coral que tiene lugar durante la convulsionada década del 50 en Guatemala, cuando el gobierno reformista de Jacobo Árbenz comienza a tambalear producto del asedio de los Estados Unidos, que finalmente impulsaría un golpe para derrocarlo. En una entrevista con Infobae, el escritor deja clara su postura sobre algunos aspectos fundamentales de la historia política de América Latina.
— ¿Cree que si Estados Unidos no hubiese impulsado el golpe en Guatemala la historia de América Latina hubiese sido completamente diferente?
— Bueno, mire, siempre es muy fácil contar la historia que no fue. No sabemos qué es lo que hubiera ocurrido, claro, pero si Estados Unidos hubiese tenido otra conducta, como sucedió en la época de Kennedy, que quiso iniciar un proceso para estimular la democratización de América Latina, aunque lamentablemente ocurrió tarde, no es imposible pensar que para la región hubiese sido diferente. Si Árbenz hubiera tenido el apoyo de Estados Unidos, apoyo que por otra parte él esperaba, para crear democracias que funcionaran a la manera americana, en la que los empresarios pagaran impuestos, algo que no había hecho nunca la United Fruits en Guatemala, por cierto, pues probablemente la idea del paraíso socialista no hubiera cundido tanto entre los jóvenes y la idea democrática habría tenido una chance que no tuvo. Tal vez eso hubiera contenido un poco el progreso de Cuba hacia la extrema izquierda. Eso no es imposible. Fíjese que el discurso de Fidel Castro cuando lo juzgan por el intento de asalto al Cuartel Moncada es un discurso socialdemócrata, es un discurso que hubiera podido pronunciar el coronel Árbenz en Guatemala. Árbenz no quería el comunismo, no quería el socialismo, quería una democracia que fuera efectiva, que modernizara los países, que sacara a los países latinoamericanos del subdesarrollo.
Entonces, no es imposible pensar que, con una política distinta hacia América Latina de Estados Unidos en los años 50, esa radicalización de la izquierda no hubiese ocurrido, y no se hubiera desperdiciado ese medio siglo con tantas masacres terribles, con tantas guerras civiles terribles.
— Lo llevo a la actualidad. ¿Qué reflexión le merece la reciente ola de protestas que han conmocionado a América Latina en los últimos meses, desde Ecuador hasta Bolivia y Chile? ¿A qué las atribuye?
— Mire, yo creo que se explican por razones muy diferentes. Creo que en ciertos países hay problemas sociales y económicos muy profundos, que, en lugar de combatir, fomentan las enormes desigualdades y entonces allí claramente hay un contenido social en las movilizaciones populares. Ahora, hay un caso aparte, que es el de Chile, que a mí me deja perplejo. Yo he seguido bastante de cerca la extraordinaria modernización de Chile, donde se ha reducido extraordinariamente la pobreza extrema, donde han crecido las clases medias de una manera notable. Un país que se ha ido acercando al primer mundo muchísimo en estos años. Entonces es muy desconcertante que haya una explosión popular de esa magnitud. Y esa contestación tan radical de un sistema que ha traído enormes beneficios a Chile. Yo no me lo acabo de explicar. Tal vez una de las razones es que esos sectores populares que formaban parte, que llegaron a formar parte de las clases medias, encontraron pronto un techo, un techo que no podían ya superar, y entonces esa frustración pues está detrás de esa movilización popular tan grande. Es posible. También es posible que no haya una educación popular que tenga un altísimo nivel para crear igualdad de oportunidades en todas las generaciones. Es posible que no haya una sanidad al alcance del gran público que pueda competir con la sanidad privada. Si esto fuera así, lo fundamental sería crear los instrumentos que garantizan una igualdad de oportunidades, principio democrático fundamental.
Ahora, de todas maneras, la violencia que ha acompañado esa movilización en Chile pues nos deja desconcertados. Edificios quemados. Decenas de estaciones de metro desaparecidas. Un desconcierto muy grande en la clase dirigente chilena, que tampoco parece entender muy claramente qué es lo que está ocurriendo.
— ¿Cree en la teoría de la injerencia extranjera?
— Hombre, yo creo que hay injerencia seguramente pero eso no lo explica todo, en ningún caso. La participación popular ha sido muy grande y creo que eso no puede proceder de Cuba o de Venezuela. Hombre, que están encantados que un modelo democrático y capitalista fracase, pues sí, desde luego, habrá sido celebrado con whisky y champagne en Caracas y en La Habana. Pero no creo que lo explique. No creo que sea la razón fundamental de la movilización chilena.
— ¿Y de las elecciones argentinas qué lectura hace? ¿Cómo cree que será el gobierno de Alberto Fernández?
— Yo creo que va a ser un desastre. Ojalá me equivoque, quiero mucho a Argentina y tengo una gran admiración por muchos aspectos de ese país. Pero yo creo que ese regreso del peronismo al poder será una catástrofe para los argentinos. Ojalá me equivoque. Ojalá la realidad no confirme mis previsiones. Yo creo que el fracaso de Macri, porque hay que llamarlo un fracaso, claramente, es muy lamentable. Tenía un equipo magnífico, que sabía perfectamente lo que había que hacer, pero quizás el gradualismo que intentó no era la mejor manera de enfrentar la crisis enorme en que dejó el peronismo a la Argentina. Quizás las reformas debieron ser mucho más radicales, porque ahora están atribuyéndole a Macri los problemas que crearon los Kirchner. Esperemos que Argentina sobreviva a esta experiencia.