Las 34 prisiones confinan 45.000 personas, tres veces más que su capacidad original.
Con un fuerte hedor a orina mezclado con marihuana como telón de fondo, los presos de la cárcel venezolana La Planta exhiben sus ametralladoras, rifles y granadas mientras disfrutan de una música que suena a todo volumen sin que se vean guardias por ningún lado.
Algunos reos afilan sin preocupación sus cuchillos e incluso se puede ver a uno que sostiene su pistola en medio de un partido de fútbol sala en el patio de esa prisión de Caracas, cuyas paredes están marcadas aquí y allá por quemaduras de granada y agujeros de bala, testigos de las frecuentes peleas.
«Si los guardias se meten con nosotros, les disparamos», aseguró uno de los presos, que lleva tres años en el peligroso penal y que se identificó como Pedro.
Las cárceles de esa nación sudamericana son tristemente famosas por sus extremos niveles de violencia, atizados por sangrientas guerras de bandas, secuestros, motines y huelgas de hambre por el hacinamiento, la falta de salud y los maltratos.
El constante crecimiento de la población reclusa, una justicia saturada y el contrabando de armas y drogas han puesto el sistema penitenciario venezolano al borde del colapso.
«Estamos frente a una crisis carcelaria verdaderamente grave, en la cual el Estado no ha dado hasta ahora muestras de soluciones y esto ha traído un estado de caos para el país», afirmó Carlos Nieto Palma, director de Una Ventana a la Libertad, una organización que monitorea las prisiones.
La nación petrolera encabeza a la región en índices de violencia carcelaria con 476 muertos y casi mil heridos el año pasado, según datos de la ONG Observatorio Venezolano de Prisiones, frente a la suma de 89 decesos en las prisiones de Brasil, México y Colombia.
El drama carcelario volvió a las portadas de los diarios el pasado junio, cuando un batallón de 5.000 soldados tardó casi un mes en sofocar un motín en la prisión El Rodeo –a unos 30 kilómetros de Caracas– que tuvo como saldo 22 muertos y varios peligrosos delincuentes fugados, aunque familiares de los internos afirman que el número de víctimas mortales es mucho mayor.
El episodio dejó patentes las intrincadas mafias entre presos y funcionarios y, aunque pronto quedó relegado por el anuncio del cáncer del presidente Hugo Chávez, el tema penitenciario se convirtió en uno de los puntos de la agenda política de cara a los comicios generales que se celebrarán el 7 de octubre de 2012.
Chávez, testigo del horror
En el penal La Planta, muchos detenidos duermen en el piso en áreas comunes donde conviven con las ratas. Construida en 1964 para 350 presos, esta instalación aloja hoy a 2.436 personas, según una pizarra blanca ubicada en la entrada, un claro ejemplo de la sobrepoblación de las cárceles venezolanas.
Las 34 prisiones de Venezuela confinan a unas 45.000 personas, tres veces más que su capacidad original, mezclando estafadores y ladrones de poca monta con despiadados asesinos, violadores y traficantes de droga.
Tras llegar al poder hace más de 12 años, Chávez prometió humanizar el sistema penitenciario venezolano, que llegó a definir como «el más salvaje del mundo, incluso peor que el de muchos regímenes dictatoriales».
El propio mandatario socialista fue testigo del horror carcelario durante los dos años que pasó en prisión por su fallido golpe de Estado en 1992, cuando un hombre fue violado y asesinado en una celda próxima a la suya ante la pasividad de los guardias, según relata Bart Jones en su libro ‘Hugo!’.
Pero ni las diversas iniciativas gubernamentales –como actividades deportivas, musicales, programas de alfabetización y capacitación laboral– ni el trabajo de grupos religiosos y voluntarios sociales han logrado aplacar la violencia.
Chávez respondió a la crisis de El Rodeo con la creación de un nuevo Ministerio para los Asuntos Penitenciarios con la controvertida diputada Iris Varela al frente.
Su primera propuesta de liberar a unos 20.000 presos por causas menores para aliviar el hacinamiento desató una intensa polémica en Venezuela, uno de los países con más homicidios del mundo.
«En la cárcel hay personas que no generan un peligro para la sociedad (y) pueden ser controladas fuera de la prisión», indicó Varela. «Quiero prometer al pueblo venezolano que no vamos a dejar a los lobos sueltos», agregó la funcionaria, quien ya puso en marcha su plan con la liberación de miles de presos.
Tristes historias
Los expertos enumeran causas históricas y estructurales tras la desatada violencia carcelaria: la lentitud de los tribunales –que tienen a más de dos tercios de los presos esperando juicio–, funcionarios corruptos, la falta de nuevos centros y poca eficiencia en los planes públicos.
En los últimos diez años, el Gobierno sólo inauguró dos centro penitenciarios con capacidad para 1.200 presos, algo insuficiente ante el auge de la criminalidad del país y bastante menos que los 13 prometidos para el 2010.
Aunque se ha agravado, la situación no es nueva. En 2006, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH) condenó al Estado venezolano por los sucesos del ya demolido Retén de Catia en 1992, cuando hechos violentos dejaron al menos 63 presos asesinados y 20 desaparecidos por parte de los guardias.
El de Catia no ha sido el peor incidente carcelario en el país, pues hubo otro en el penal de Sabaneta en la ciudad de Maracaibo (oeste) en 1994, donde 130 reos murieron quemados o a golpes de machete en una batalla entre bandas.
La Planta, ubicada paradójicamente en la llamada parroquia El Paraíso de Caracas, también tiene sus escandalosas historias. En 1996, sus autoridades encerraron a un grupo de presos en sus celdas y les arrojaron gases lacrimógenos, produciendo un incendio en el que murieron 25 personas ante la pasiva mirada de los carceleros, según informó la prensa local.
Ahora, los guardias sólo patrullan el perímetro y muchos afirman que no entran ni cuando se desata una de esas espeluznantes peleas. «He visto a gente jugando al fútbol con la cabeza de un hombre», relató Pedro.